La Virgen del Carmen, Estrella de los mares

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El Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia,
ha sido siempre un monte sagrado. 
En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo (1R 18,39). 
En el Carmelo había de perpetuarse el espíritu 
y el recuerdo del Profeta «abrasado de celo por el Dios vivo».
Del Carmelo recibirá San Juan de la Cruz la inspiración para hacer de su Subida, el Monte de la Perfección Evangélica, Monte repleto de paz y dulzura, de santidad. 
Durante las Cruzadas, los ermitaños cristianos
se recogieron en las grutas de aquel monte emblemático, hasta que en el siglo XIII, formaron una familia religiosa, a la que el patriarca Alberto de Jerusalén dio una regla en 1209,
confirmada por el Papa Honorio III en 1226. 
Situado en la llanura de Galilea, cerca de Nazaret, 
donde vivía María «conservándolo todo en su corazón» y donde asomó la nubecilla, presagio de la prohibida y deseada lluvia, siempre prometedora de frutos y flores olorosas. 
Por eso la Orden del Carmelo desde sus orígenes, 
se ha puesto bajo el patrocinio de la Madre de los contemplativos. 
Es natural que en el siglo XVI, los dos doctores 
y reformadores de la Orden, Santa Teresa de Jesús 
y San Juan de la Cruz, convirtieran el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios. 
Con la liturgia pidamos al Señor que nos haga llegar, gracias a «la intercesión de la Virgen María» «hasta Cristo, monte de salvación». 

ESTRELLA DE LOS MARES

Desde aquellos eremitas que se establecieron en el monte Carmelo, los Carmelitas se han distinguido por su profunda devoción a la Santísima Virgen, 
interpretando la nube que vio el criado de Elías: 
"Sube del mar una nubecilla como la palma de la mano" 
(1Re 18,44), como un símbolo de la Virgen María. 
Como los antiguos marineros, que leían las estrellas para marcar su rumbo en el océano,
María como estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles del mundo, hacia el puerto seguro que es Cristo. 
Cuando Palestina fue invadida por los sarracenos, 
los Carmelitas tuvieron que abandonar el Monte Carmelo. 
Una tarde gozosa, mientras cantaban la Salve, 
se les apareció la Virgen y les prometió que sería su Estrella del Mar, por la analogía de la belleza del Monte Carmelo que se alza como una estrella
junto al mar Mediterráneo, dando cumplimiento 
a la profecía de Zacarías: 
"Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos 
y se harán pueblo mío" (Zacarías 7,14). 

DIFUSIÓN DE LA ORDEN

La Orden se difundió por Europa, y la Estrella del Mar les acompañó en la propagación de la orden por el mundo, y el pueblo les llamaba 
"Hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo".
En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en su honor, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo. 

Año 1246. Inglaterra. 
Simón Stock, nombrado general de la Orden Carmelitana, comprendió que, sin una intervención de la Virgen, la Orden se extinguiría pronto. 
En esta situación de angustia, recurrió a María, 
a la que llamó "Flor del Carmelo" y "Estrella del Mar" y puso la Orden bajo su amparo, y le suplicó su protección para toda la comunidad. 
En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 
se le apareció la Virgen y le dio el escapulario para la Orden con la siguiente promesa: 
"Este debe ser un signo y privilegio para ti 
y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno". 

LA VENTANA DE RAJAB

El libro de Josué, nos narra la conquista de Jericó por Josué y los israelitas: "Al entrar nosotros en el país, dijeron los espías a Rajab, la prostituta de Jericó, ata esta cinta roja a la ventana, y a tu padre y tu madre, a tus hermanos y toda tu familia, los reúnes aquí en tu casa y nosotros respondemos de vuestra vida. 
Esta ciudad se consagra al exterminio. 
Sólo han de quedar con vida la prostituta Rajab 
y todos los que están en su casa con ella... 
Los espías fueron y sacaron, a su padre y hermanos y Josué les perdonó la vida" (Jos 2,14).

Los hombres nos comunicamos por símbolos, banderas, himnos, escudos y uniformes, que nos identifican. 
Las comunidades religiosas llevan su hábito 
como signo de su consagración a Dios. 
Los laicos que desean asociarse a los religiosos 
en el camino de la santidad, pueden usar el escapulario,
miniatura de hábito otorgado por la Virgen que, con el rosario y la medalla milagrosa, es uno de los más importantes sacramentales marianos. 
Como la cinta roja en la ventana de Rajab fue para los hebreos la señal para salvar del extermino a ella y a su familia, el escapulario del Carmen, es para los que lo llevan, su señal de predestinación. 
Dice San Alfonso Ligorio, doctor de la Iglesia: 
"Los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, y la Virgen está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba 
de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios." 
El escapulario ha sido constituido por la Iglesia 
como sacramental y signo que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción, 
y que propicia la renuncia del pecado. 

EL ESCAPULARIO ACREDITADO

Muchos Papas, santos como San Alfonso Ligorio, 
San Juan Bosco, San Claudio de la Colombiere, 
y San Pedro Poveda, tenían una especial devoción 
a la Virgen del Carmen y llevaban el escapulario. 
Juan Pablo II, que quiso ser carmelita, ha manifestado que lleva el escapulario de la Virgen, 
como Terciario Carmelita que ha profesado. 
Los teólogos han explicado que según la promesa de la Virgen, quien tenga impuesto el escapulario y lo lleve, recibirá de María a la hora de la muerte, 
la gracia de la perseverancia final. 

Para el cristiano, el escapulario es una señal 
de su compromiso de vivir la vida cristiana 
siguiendo el ejemplo de la Virgen Santísima 
y el signo del amor y la protección maternal de María, que envuelve a sus devotos en su manto, 
como lo hizo con Jesús al nacer, como Madre que cobija a sus hijos. 
Cubrió Dios con un manto a Adán y Eva después del pecado; Jonatán dio su manto a David en señal de su amistad, y Elías le dio su manto a Eliseo 
y lo llenó de su espíritu en su partida. 
San Pablo nos dice que nos revistamos de Cristo, 
con el vestido de sus virtudes.
El escapulario es el signo de que pertenecemos a María como sus hijos, consagrados y entregados a ella, para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón.
En el himno de la carta a los Efesios (1,3), oración de bendición a Dios Padre, San Pablo delinea las diferentes etapas del plan de salvación a través de la obra de Cristo. 
En el centro resuena la palabra griega «mysterion», un término asociado a los verbos que hacen referencia a la revelación («revelar», «conocer», «manifestar»). 
Este es el gran proyecto secreto que el Padre 
había custodiado en sí mismo desde la eternidad
y que había decidido actuar y revelar «cuando llegase el momento culminante» en Jesucristo, su Hijo. 
En el himno aparecen salpicadas 
las acciones salvíficas de Dios por Cristo en el Espíritu.
El Padre nos escoge desde la eternidad 
para que seamos santos e irreprochables en el amor, 
después nos predestina a ser sus hijos, 
nos redime y nos perdona los pecados, 
nos desvela plenamente el misterio de la salvación en Cristo, y nos da la herencia eterna, 
ofreciéndonos ya desde ahora como prenda 
el don del Espíritu Santo prenda de la resurrección final.

Fuente: Parroquia San Roque, Argentina