Remanso de paz en medio de un mundo en tensión

Padre Rafael Salazar Cárdenas, M.Sp.S.

 

Estamos celebrando todavía la venida de Santa María de Guadalupe a nuestra tierra. Es una visita de salvación. Es una visita permanente que nos llena de alegría. La imagen de la Virgen de Guadalupe es precisamente expresión de la presencia de María entre nosotros. No de una presencia fugaz, sino de la permanencia de la Virgen con nosotros, para cumplir su función maternal de llevarnos a Cristo. Ella aparece en los orígenes de nuestra historia, nos visita, se queda con nosotros, por eso celebramos el inicio de esa relación tan íntima.

La Virgen pide un templo

La Virgen Guadalupana pidió un templo como signo constante de su presencia, para revelar al mundo la infinita bondad de Dios y en el templo sería colocada su imagen; una imagen no pintada por manos humanas, sino como un don milagroso del Cielo. Ella, además, del templo material, esperó la edificación de otro espiritual que es la Iglesia, comunidad de fe y de amor donde han reinado la justicia y la paz, la fraternidad y la santidad.

Juan Diego fue el profeta, el siervo fiel y obediente enviado a transmitir el deseo de la Señora del Cielo. El heraldo elegido cumplió con su misión no sólo con el obispo, sino con todos los fieles peregrinos que acuden al santuario. Las flores y la imagen del ayate fueron de cuanto había visto y oído. Fue una señal para el obispo y el Clero, que contemplaron maravillados el extraordinario «icono», pero en última instancia, fue una señal para todos nosotros.

La imagen de la Virgen

La imagen de la Virgen de Guadalupe tenía para los indígenas el valor y la función de un libro escrito, como un catecismo simbólico, pero claro y siempre abierto a la lectura de todos. La imagen estampada en la tilma de Juan Diego fue una página de la teología del signo, porque la Virgen del Tepeyac viene así a proclamar la vocación a la fe y a través del ayate de Juan Diego manifiesta su maternidad divina y espiritual como un servicio, para que sea eficaz y obtenga frutos abundantes la acción salvífica de Dios en la historia (cfr. Constitución sobre la Iglesia, LG n. 629).

Religiosidad popular

En un hecho comprobado que la Santísima Virgen de Guadalupe está en el centro de la religiosidad popular mexicana. Los documentos de Medellín (cfr. 6, 1-4) y de Puebla (nn. 444-469) valorizan la expresión y el contenido de la religiosidad popular y al mismo tiempo indican la necesidad de purificarla. La Guadalupana es un valor fundante e inmanente dentro del proceso histórico, social, religioso y cultural del pueblo mexicano. Dentro de las varias manifestaciones espontáneas de la devoción a la Virgen, se encuentran las danzas típicas que los indígenas ejecutan con ritmo y vestuario autóctono, las imágenes guadalupanas son otra manifestación presente en cualquier lugar: en los hogares, en lugares públicos, en fábricas. Impresionante es la práctica de las «mandas» o promesas hechas a base de oraciones, penitencias o ingresar de rodillas al santuario. Aunque haya algunas exageraciones, no se puede negar, especialmente en la gente sencilla, la fortaleza y la profundidad de la fe.

Las peregrinaciones

Las peregrinaciones al Tepeyac manifiestan la gran fe del pueblo mexicano hacia la Virgen Morena. Hay un constante e interminable peregrinaje, un continuo concurso de fieles que, con flores y cantos, recorren a pie enormes distancias para llegar al santuario, que al año suman casi 20 millones de peregrinos. Para los mexicanos, el santuario mariano del Tepeyac es el hogar común donde se comparten las esperanzas y las inquietudes, la devoción y la fe. Guadalupe es la Madre amorosa que da unidad a un mundo en tensión, que peregrina lleno de esperanza.

La plegaria del Papa

El Papa Juan Pablo II cuando bendijo la pequeña y hermosa capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe, en la cripta de la Basílica de San Pedro, dijo: «Santísima Virgen de Guadalupe, te encomiendo de modo especial al querido pueblo mexicano para que intercedas por él y nunca se desvíe de la verdadera fe; para que, con la fuerza del Señor Resucitado, sepa hacer frente a las nuevas situaciones, defienda siempre el don de la vida, haga imperar la verdad y la justicia, promueva la laboriosidad y la comunicación cristiana de bienes y pueda ser una gozosa realidad la civilización del amor en la gran familia de los hijos de Dios, Amén». (Roma, 12 de mayo de 1992).


Fuente: Semanario. Arquidiócesis de Guadalajara