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La Espiritualidad de la AMM, hoy
Padre
Andres Pato, C. M.
Introducción
Antes de hablar de la Espiritualidad de la AMM permítanme que diga
unas palabras acerca de la Espiritualidad en general, y más en
concreto, acerca de la Espiritualidad cristiana.
El termino Espiritualidad designa, en el ámbito cristiano, las
relaciones personales del hombre concreto e histórico con Dios, con
todo lo que esas relaciones incluyen en actitudes y formas de
expresión, sobre todo consideradas desde un punto de vista
subjetivo.
La Espiritualidad es el conjunto de motivaciones fuertes y
profundamente evangélicas que fundamentan y dan sentido a nuestra
esperanza, a nuestra fidelidad y a nuestro compromiso con la
Iglesia, para vivir el seguimiento de Cristo, alentados por el
Espíritu Santo.
Es un modo histórico de comprender y asumir el Evangelio, los pasos
de Cristo por esta vida terrena, la vida marcada y guiada por el
Espíritu. Por este carácter histórico, la Espiritualidad no es algo
etéreo, sino algo en lo que hay que estar profundizando
constantemente para dar respuesta desde el Evangelio a las
necesidades del hombre, teniendo presente el contexto socio-cultural
en el que tiene que vivir su vida de creyente.
La Espiritualidad se irá definiendo según vaya siendo nuestra
adhesión a Cristo desde una fe personalizada vivida en comunión con
otros creyentes.
Centrándonos más concretamente en la Espiritualidad cristiana,
podemos decir que es un estilo o forma de vivir una vida en Cristo y
en el Espíritu, que se acoge por la fe, se expresa en el amor y se
vive en la esperanza, dentro de la comunidad eclesial. Un teólogo,
especialista en el tema, la define como “una forma de vivir
inspirada por el Espíritu motivada y enraizada en la forma de vivir
Jesús su vida terrena”.
Resumiendo diría que Espiritualidad, en la vida del bautizado, es
todo aquello que se haya iluminado, marcado o conducido por el
Espíritu de Jesús. El Espíritu es siempre el verdadero y definitivo
protagonista. La Historia de la Espiritualidad ha dejado bien
sentado que la Espiritualidad deriva todo ella de la acción del
Espíritu Santo en la vida de los que creen en Cristo, que alcanza la
totalidad de la existencia, y que, aunque el hombre ha de esforzarse
en responder a la obra del Espíritu, sin embargo, es el Espíritu
quien tiene plena iniciativa.
Una breve alusión a la antropología como base de toda
Espiritualidad. La antropología es hoy uno de los condicionamientos
más fuertes para el planteamiento de la Espiritualidad. Toda
Espiritualidad tiene necesariamente una base antropológica que es
imposible ignorar o prescindir de ella. La gracia no destruye la
naturaleza sino que la presupone.
El Concilio Vaticano II puso de relieve el valor realmente decisivo
de los valores antropológicos referidos a la Espiritualidad en
general y particularmente a la de los laicos. El Decreto
“Apostólican Actuositaten” afirma: “deben conceder gran importancia
a la pericia profesional, al sentido familiar y cívico y a todas las
virtudes relacionadas con la convivencia social, como son la
honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la bondad, la
fortaleza de ánimo, sin las cuales no puede darse una vida
auténticamente cristiana”. (AA. 4)
La vida espiritual abarca toda la existencia del cristiano. No
consiste solamente en las prácticas de piedad sino que ha de
informar y dirigir toda nuestra vida y también todas nuestras
relaciones con las demás personas y realidades. Es necesario llegar
a comprender que ser espiritual es propio de quien ha asumido todo
su ser de persona y se puede decir que quien no vive la
Espiritualidad no ha asumido plenamente su ser de persona.
I.- CARACTERÍSTICAS DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA AMM
Vamos a reflexionar sobre la Espiritualidad de la AMM, que es una
Asociación eclesial, laical, mariana y vicenciana. Por eso voy a
dar, como introducción, unas pinceladas, a brocha gorda, sobre la
Espiritualidad eclesial, laical, mariana y vicenciana hoy.
1.1 ECLESIAL
El cristianismo de nuestra época es sensible a las dimensiones
comunitarias y ve que tienen una puntual correspondencia en la
revelación bíblica. El Concilio Vaticano II puso de relieve que la
Iglesia es comunión, solidaridad entre las personas que la componen.
“Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no
aisladamente sin conexión alguna de unos con otros, sino
constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera
santamente”. (LG 9)
El objetivo principal de toda la Espiritualidad es siempre Dios,
protagonista de toda vida espiritual y de su crecimiento a través de
su Espíritu. La vida espiritual presupone un contacto constante con
la Palabra de Dios que la ilumina y alimenta. La meta es lograr la
santidad que es la participación en la vida del Dios transcendente,
por medio de Cristo, en el Espíritu Santo.
La Espiritualidad es la prerrogativa de las personas auténticas que
han verificado una elección axiológica decisiva, fundamental y
unificante, capaz de dar sentido definitivo a la existencia. Del
Diccionario Nuevo de Espiritualidad (E. Paulinas. 1983) entresaco
unas líneas de la Espiritualidad eclesial contemporánea:
La Espiritualidad como experiencia de Dios, fruto de un
descubrimiento personal, que ha ido creciendo y madurando basándose
en el amor y en la aceptación de una misión en su plan de salvación
de toda la humanidad. El ambiente actual no es ya el de la
cristiandad, en que la fe era un hecho colectivo. Es el de
“comunidades de contraste” que viven juntos su fe, la comparten y se
ayudan a vivirla en este ambiente de increencia, de indiferencia
religiosa. Ya K. Rahner, hablando la “Espiritualidad antigua y
actual”, pronosticó que “el cristiano del futuro será un “místico”,
es decir, una persona que ha “experimentado” algo, o no será
cristiano”.
Espiritualidad comunitaria. Hacer comunidad, estar en comunión,
vivir unidos son palabras claves de la antropología intersubjetiva
actual. Superado el individualismo, la autosuficiencia humana, hoy
se habla del hombre como un ser interdependiente, dialogal, “un ser
para” y “un ser con”.
La Espiritualidad como compromiso con el mundo. La prueba más
evidente de que vivimos una autentica experiencia de Dios es el
compromiso en la construcción de la civilización del amor. No hay
amor a Dios que no implique amor, solidaridad con todo hombre. Dios
no es parcial en su amor. Se le escapa el corazón hacia las víctimas
del desamor porque son las que más necesitan de su amor. Hacia esas
mismas víctimas se le debe escapar el corazón a todo hombre amigo de
Dios. La pasión que Dios mete en el hombre amigo de Él es trabajar
para que todos los hombres vivan y sean felices.
1.2 LAICAL
Dentro de la Espiritualidad eclesial quiero resaltar la
Espiritualidad laical ya que la AMM es una Asociación laical. La
Espiritualidad laical es ante todo y sobre todo una Espiritualidad
“cristiana”, una Espiritualidad “cristocéntrica”. Tiene como
inequívoco punto de referencia siempre la Persona misma de Cristo:
sus palabras, sus valores, sus planteamientos, su valoración de las
personas, cosas y acontecimientos, sus comportamientos frente a las
diversas circunstancias de la vida.
Es una Espiritualidad centrada en torno a la misión de Cristo que es
el anuncio y la realización iniciada del Reino de Dios en la
historia, como horizonte permanente e imprescindible de toda
vivencia del Misterio cristiano.
Es una Espiritualidad que hace presente y prolonga en el tiempo, el
Misterio del Verbo encarnado. Una Espiritualidad encarnada,
convencida, en frase de Pablo VI, de que “no se salva el mundo desde
fuera. Es necesario, como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre,
hacerse una misma cosa, en cierta medida, con las formas de vida de
aquellos a quienes se les quiere llevar el mensaje de Cristo”. (Enc.
E. Suam 80)
Es una Espiritualidad que, por ser precisamente cristocéntrica, está
inspirada y sostenida, como recuerda el apóstol Pablo (Rom 8, 1-7),
por el Espíritu de Jesús resucitado, liberador de todos los hombres
y de todo hombre. Una Espiritualidad que, desde la plena docilidad
al Espíritu, está penetrada de creatividad, de lozanía, de frescura,
de agilidad en las respuestas, de ductilidad frente a las exigencias
del Amor, de sensibilidad frente a los Signos de los tiempos en los
que y por los que habla Dios hoy, tanto al hombre creyente como a la
entera comunidad eclesial (GS 4.11.44)
Es, por otra parte, una Espiritualidad bautismal, basada en el
Sacramento de la iniciación cristiana: el Bautismo que nos incorpora
al Pueblo de Dios y nos va haciendo a través del Espíritu sus
miembros vivos y activos. Por el Bautismo participamos de la triple
condición de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, como aspectos
diversos pero profundamente entrelazados entre sí, del único
Misterio de Cristo.
Ofreciéndonos a nosotros mismos y estando dispuestos a entregar lo
que somos y tenemos a favor del Reino participamos del sacerdocio de
Cristo (LG.34); Anunciando el Evangelio con palabras y obras y
denunciando las injusticias que existen en este mundo vivimos
nuestra vocación de profetas (LG. 35) (ChL. 14); dando la vida por
amor para que otros vivan y teniendo a Cristo Rey como el valor
absoluto de nuestra vida participamos de la función regia de Cristo.
(LG. 36)
Es, por último, una Espiritualidad teologal cimentada en
convicciones profundas de fe, impulsadas por la esperanza y
consumadas por el amor.
La experiencia espiritual cristiana requiere, para que sea verdadera
y auténtica, vivir las tres virtudes teologales que ponen en
estrecha unidad profundas dimensiones del hombre con la plenitud de
Dios trinitario revelado en Jesús. Sólo en Jesús hemos creído que
Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu; pero, al mismo tiempo, en
Jesús hemos sabido que el hombre es fe, es esperanza y es amor. Fe
como aceptación en lo visible de lo trascendente y como aceptación
agradecida del Dios que se nos da en Jesús; esperanza como
lanzamiento y apertura del hombre hacia un futuro por hacerse y como
espera de una promesa hecha definitiva en Jesús de que el Reino
vendrá porque de algún modo ya está; amor como respuesta al Dios que
nos amó primero y en cuyo amor podemos darnos totalmente los unos a
los otros No se puede hablar de una auténtica Espiritualidad
cristiana allí donde falten, y en la medida en que falten, la fe, la
esperanza y el amor
1.3 MARIANA
“En relación con su deber ser místico y teologal, la Iglesia se
encuentra a sí misma en María, madre y esposa inmaculada, porque
ella, al haber sido elevada como persona individual a su misión,
difundida y universalizada por la potencia del Espíritu, se
convierte en principio de toda eclesialidad. La Espiritualidad
mariana, tomada en su sentido exacto, es, por lo tanto, idéntica a
la Espiritualidad eclesial que precede a toda diferenciación de los
diversos carismas”.
Como todas las relaciones vitales, la relación con María va
evolucionando con el ritmo de la historia, en constante fidelidad a
la palabra de Dios y a las exigencias de los hombres de nuestro
tiempo. Las líneas maestras de esa fidelidad las marcó Pablo VI en
la MC, llamada con acierto la Carta magna de la Espiritualidad
mariana. Resalto brevemente algunas:
En el itinerario del cristiano, la relación con María se impone como
una exigencia de la fe (LG 67), pero también como un elemento de
santificación y estimulo para el compromiso y la esperanza: “una
ayuda poderosa para el hombre en camino hacia la conquista de su
plenitud”. (MC 57)
La vida de comunión con María exige la superación del egoísmo, el ir
muriendo al hombre viejo, raíz de todo pecado personal y
estructural: “Ella, la liberada de pecado, conduce a sus hijos a
esto: a vencer con enérgica determinación el pecado”. (MC 57)
La Virgen atrae a los fieles tras la estela de su santidad,
llevándoles a asimilar las sólidas virtudes evangélicas practicadas
por Ella en el contexto de una Espiritualidad bíblica de acogida y
de adoración a Dios, de lectura profética de la historia y de
compromiso activo por la salvación de los hermanos. (MC 57)
En María encuentra el cristiano un espejo para volver a conquistar
su identidad y para acortar la distancia existente entre su realidad
y el proyecto de Dios sobre él. (Stefano de Fiores)
1.4 VICENCIANA
Tiene como fuente el Misterio de la Encarnación. Y se caracteriza
por el encuentro con Cristo a través de los pobres. Cristo nos
revela el amor infinito de Dios a los hombres, es encarnación de ese
amor y sabe que viene al mundo a salvarlos y no a juzgarlo ni a
condenarlo. Los rasgos del Cristo vicenciano, punto de referencia de
nuestra Espiritualidad, son “Adorador del Padre, Servidor amoroso y
Evangelizador de los pobres" y estos rasgos son lo que tenemos que
encarnar los que remos seguirle para “continuar su vida y su
misión”.
Sólo la mirada de fe permite descubrir, reconocer en los pobres a
Cristo y servirles con su mismo espíritu: “cuando se sirve a los
pobres se sirve a Jesucristo…y esto es tan verdad como que estamos
aquí”(XI, 240).
La misión pertenece al núcleo de la Espiritualidad y actividad de
Vicente de Paúl. El vicenciano tiene que ser en todo lo que es y
hace ”revelador del amor de Dios, Buena Noticia de Dios para los
hombres, especialmente para los pobres”.
Los miembros de la AMM debemos vivir preocupados siempre en
solidaridad con los pobres, evangelizándolos y dejándonos
evangelizar por ellos. Las obras de justicia, misericordia y
compasión deben respaldar nuestras palabras para ser creíbles.
La Espiritualidad vicenciana está enriquecida por tres misterios a
los que San Vicente hace referencia al hablar de María: la
Inmaculada, la Anunciación y la Visitación. Estos tres misterios
marcan su ser y hacer misionero: el “dársenos Dios” -la Inmaculada-,
el “darnos nosotros a Dios” -la Anunciación- y el “darnos a los
pobres dándoles a Dios” -la Visitación-. (A. Dodin).
Estas dimensiones espirituales y misioneras no pueden faltar en la
Espiritualidad de las ramas de la Familia Vicenciana, especialmente
en la rama más mariana, la AMM
II.- DIMENSIONES DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA AMM
2.1 LA FE COMO FUNDAMENTO Y APOYO
La frase puesta en labios de Dios, en el primer libro de la Historia
de la salvación, el Génesis, ”No es bueno que el hombre esté solo”
(Gn 2, 18) tiene un significado muy profundo. El hombre, por estar
hecho a imagen y semejanza de Dios, por ser amor, es un ser
necesitado, mendigo de Dios y de los demás.
Nos encontramos hoy ante una antropología fundada en la
intersubjetividad. No existe perfeccionamiento ni autorealización en
el ser humano que no consista en vivir para y con los otros. El
hombre “no puede encontrar su plenitud, si no es en la entrega
sincera de sí mismo a los demás” (GS 24). La verdad del hombre es
abrirse al otro.
Desde la misma dimensión de la fe también se insiste en éste aspecto
comunitario. La iglesia es la comunidad de los creyentes en Cristo,
misterio de comunión: “Está unida en virtud de la unidad del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). No podemos creer ni salvarnos
solos. La fe nace en la comunidad y hay que vivirla, celebrarla y
compartirla en comunidad, en común unión con los demás. Un cristiano
no pude privatizar nada y menos su experiencia de Dios, fruto de su
vida orante.
La fe es un don que Dios nos da en embrión. Nuestra tarea, además de
vivir la vida agradeciéndosela, es cultivarla para que crezca y sea
fuerza orientadora y dinamizadora de toda nuestra vida. Tenemos dos
cauces para llevar a cabo esta tarea: uno personal que implica
alimentar nuestra fe con la oración, sacramentos, lectura y
meditación de la Palabra de Dios… y otro comunitario que implica
compartir nuestras experiencias de fe, nuestras experiencias de Dios
con los demás. El fruto de este doble cultivo será el crecimiento y
apoyo mutuo en la vivencia de nuestra fe.
En el pasado bastaba dejarse llevar para ser cristiano. En el
presente quien se deje llevar, precisamente por eso, dejará de ser
cristiano. Es muy difícil mantener la fe en un clima generalizado de
indiferencia, de increencia o de un cristianismo aburguesado, sin
algo, al menos, de radicalidad evangélica y apoyo de los demás
creyentes. Por eso para los cristianos del siglo XXI tendrá una
importancia decisiva el hecho de estar integrados en pequeñas
comunidades cristianas y vivir y compartir juntos la fe y sus
experiencias. “Es necesario disponer de pequeñas comunidades
cristianas en las que exista fe compartida y calor humano. En ellas
nos reuniremos para compartir fe con otros hermanos y orar o
celebrar la liturgia, dispersándonos enseguida para dar testimonio
ante nuestros contemporáneos de lo que creemos. La sal debe
mezclarse con los alimentos y el fermento con la masa” (Comunidades
de Contraste) (Carvajal -Los cristianos del Siglo XXI- Sal Terrae).
La nueva evangelización no será posible sin el desarrollo de la
personalidad apostólica de los cristianos, y esto exige una oración
que ayude a pasar de una vivencia de fe centrada en uno mismo a una
existencia cristiana volcada hacia los demás. La nueva
evangelización no tendrá fuerza en la AMM si sus miembros no captan
que “todo cristiano, por el hecho de serlo, participa de la
condición de enviado, apóstol y evangelizador.
Todo creyente se ha de convertir con su vida y su palabra en testigo
de la fe. El testimonio cristiano brota, de manera natural, de la
misma experiencia de fe cuando ésta es vivida con fidelidad y
responsabilidad gozosa. No se puede creer de verdad sin sentir la
necesidad de anunciar y contagiar esa fe. Cada uno ha de contar “Lo
que ha pasado en el camino” (Lc 24, 35).
Muchos de nosotros convivimos o tenemos contacto con familiares y
amigos que se han ido distanciando de la fe. ¿Por qué les hemos de
ocultar tanto nuestra experiencia creyente, nuestras convicciones y
las motivaciones que animan nuestra fe? ¿Por qué hemos de silenciar
los creyentes nuestra visión cristiana de la vida, cuando otros
manifiestan públicamente su actitud increyente?
Este testimonio a través del contacto personal es de gran
importancia, pues, en el fondo, “¿hay otra forma de comunicar el
Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia
de fe?”(EN. 46)
Los estatutos de la AMM, al hablar del apostolado, nos recuerdan dos
cosas que “todos los cristianos, especialmente por el Bautismo y la
Confirmación, son destinados al apostolado” y que “las asociaciones
no se establecen para sí mismas, sino que deben servir a la misión
que la Iglesia tiene que realizar en el mundo”
Este compartir experiencias de fe, fruto de nuestra vida orante, es
necesario para que en nuestras comunidades se pase de una fe vivida
como en secreto y a escondidas, a una fe confesante; de una fe
vivida como de incógnito a una fe testimoniada y encarnada en el
mundo porque evangelizar es meter en este mundo, alejado de Dios,
experiencias de Dios y de su amor. No olvidemos que los vicentinos
tenemos todos una misma encomienda: “revelar el amor de Dios al
mundo” (SV)
Los Estatutos de AMM nos hablan claramente de este compromiso y como
necesitamos ayudarnos unos a otros: ”Los miembros seglares de AMM
tomen como obligación suya la restauración del orden temporal y,
conducidos en ello por la luz del Evangelio y por las enseñanzas de
la Iglesia y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y
de forma concreta, cooperando unos con otros”
En María, la Virgen creyente y fiel, tenemos los miembros de la AMM
todo un modelo de cómo vivir y compartir juntos la fe, el paso de
Dios por nuestras vidas, las experiencias de fe. Ella no privatiza
su fe sino que se siente comunidad, ora con la comunidad y comparte
su fe con los demás. La visita a su prima Isabel, la reunión en
oración en el cenáculo con la primera comunidad cristiana, son toda
una prueba. Así lo resalta el Vaticano II: “Vemos a los apóstoles
antes de Pentecostés perseverando unánimemente en la oración, con
las mujeres y María, la Madre de Jesús, y a los hermanos de éste,
implorando con sus ruegos el don del Espíritu” (LG 59)
Javier Pikaza en “La amiga de Dios” reflexionando sobre esta escena
de María en el Cenáculo afirma: María tiene una vivencia solidaria
de su fe. No la vive prisionera preocupándose por su salvación y
santificación, la vive apasionada por la “Historia de la Salvación”.
El evangelio nos hablan de una María cuyo corazón vibra ante las
esperanzas y anhelos de la salvación de su pueblo y de la humanidad
entera. Con místico arrebato y actitud revolucionaria canta al Señor
“cuya misericordia llega sus fieles de generación en generación, que
levanta a los humildes y derriba a los poderosos, que llena de
bienes a los pobres y despide vacíos a los ricos” (Lc 1, 46-55).
Después de la muerte de su Hijo no se encierra en su dolor de Madre
viuda. Sigue unida y reunida con los discípulos de su Hijo, a
quienes los había aceptado como Madre al pie de la cruz. (Jn 19)
Pensó más en la causa por la que había muerto su Hijo que en la
soledad en que le dejaba. Lucas, en el libro de los Hechos, nos
presenta a María plenamente integrada y activamente participativa en
la vida de la primera comunidad cristiana, la comunidad de
Jerusalén. Hay que verla tomando parte en la elección de Matías (Hch
1, 26), en la elección de los diáconos (Hch 6, 5), en el crecimiento
de esta comunidad.
2.2 LA ORACIÓN VÍNCULO DE COMUNIÓN CON DIOS Y CON LOS HOMBRES
El orante es el que por la fe ha ido descubriendo a Dios, a Cristo
como amigos. Ha palpado y experimentado que sólo ellos le dan
sentido y felicidad a su vida. Su gran preocupación es no perder su
amistad porque sabe lo que se juega. Por eso una de las definiciones
que más me gusta de la oración es: “Cultivo de la amistad con el
Cristo amigo para permanecer en su amor” (J. M. Castillo -Oración y
existencia Cristiana-)
Este concepto de amistad sigue siendo, sin duda, el más adecuado
para definir la esencia misma de la oración cristiana. Porque la
verdadera amistad es comunión recíproca, intercambio de amor y
conocimiento, diálogo y comunicación interpersonal. Implica
apertura, sinceridad, confianza y, sobre todo, donación de uno
mismo.
En esta misma idea y vivencia de la amistad insiste el Papa cuando,
en NMI 32, dice: “En la plegaria se desarrolla ese diálogo con
Cristo que nos convierte en sus íntimos: permaneced en mí como yo en
vosotros… permaneced en mi amor” (Jn 15, 10).
J. A. Pagola, hablando de cómo al hombre de hoy se le está olvidando
orar, afirma preocupado: “Quizás una de las tragedias más graves del
hombre de hoy sea su incapacidad creciente para la oración. Al
hombre actual se le está olvidando lo que es orar” (Pagola -Aprender
a vivir- idat Donostia, pág. 331)
En una sociedad en la que se acepta como criterio primero y casi
único la eficacia, el rendimiento y la utilidad inmediata, la
oración queda desvalorizada como algo inútil y poco importante.
Fácilmente se afirma que lo importante es la “vida”, como si la
oración perteneciera al mundo de la muerte.
En esta sociedad productivista, consumista, no se entiende qué
significa orar, contemplar, cuando lo que hay que hacer es producir
para consumir. ¿Cómo es posible que la oración sea una ocupación
inútil si es, precisamente, tomar conciencia de lo que Dios es para
nosotros y de lo que nosotros debemos ser para los demás?
Desde esta perspectiva, la oración es una acción profundamente
humana. En ella nos sumergimos en la búsqueda del sentido de nuestra
propia existencia. Orar es hacerle a Dios preguntas sobre los
grandes interrogantes de la vida y buscar respuesta en sus Palabras.
Sólo pude decir que la oración no vale el que no ha tenido nunca
experiencia de ella. Como sólo prescinde y minusvalora la amistad
quien no ha tenido ningún amigo. Los hombres que han vivido con más
densidad su vida, han fraguado la grandeza de su vida y de su acción
en la soledad, en la contemplación, en el diálogo con Dios, en la
oración.
El orante como buen amigo es el que vive preocupado por agradar a
Dios, por hacer lo que él quiera y cómo él lo quiera. Vicente de
Paúl, místico para la acción, había llegado a esta experiencia. En
una conferencia sobre la oración meditación, a las Hijas de la
Caridad, les da esta definición de la oración: “Es una conversación
del alma con Dios, una comunicación mutua, en la que Dios le dice
interiormente al alma lo que quiere que sepa y que haga, y donde el
alma dice a su Dios lo que Él mismo le a conocer que tiene que
pedir. ¡Gran excelencia la de la oración, que nos tiene que hacer
estimarla y preferirla a cualquier otra cosa! (31 de mayo de 1648)
La oración cristiana es siempre una oración comunitaria. El hombre
no puede ir a Dios, encontrarse con Dios solo. Dios no es Padre mío,
es Padre nuestro. La oración es la relación filial con el Padre de
una gran familia, del nuevo pueblo de Dios. El encuentro con Dios,
con Cristo, nos lleva inmediatamente al descubrimiento de la
fraternidad, a sentirnos inmersos en un espacio de solidaridad
interhumana, a la vivencia de la comunión. En la oración halla el
creyente su identidad más profunda, reaviva la conciencia de su
íntima relación con el Padre, se capacita para vivir de verdad la
comunión fraterna y el servicio apostólico.
La Espiritualidad apostólica, nacida de la oración, nos lleva a
aprender a vivir como enviados de Jesucristo, entender y vivir la
existencia cristiana como servicio a la evangelización, sentirnos
destinados a la difusión y crecimiento del Reino. “Esta
Espiritualidad apostólica nace y se alimenta de la oración. La
Espiritualidad del apóstol o enviado consiste en vivir desde Otro
para otros, desde Cristo para los hermanos. Sólo en la experiencia
del encuentro con Cristo se desarrolla la personalidad apostólica y
el creyente se sabe escogido para el Evangelio de Dios” (Rm 1,1)
(Pagola -Una oración nueva para una nueva evangelización- Idat
Donostia)
El modelo de lo que los miembros de la AMM debe ser y hacer es María
Milagrosa. Las pocas referencias bíblicas que de su vida tenemos son
suficientes para saber como oraba María. Su oración resulta
enteramente modélica para los creyentes de todos los tiempos.
María, al igual que Jesús, vive en comunión íntima con Dios. Deja
que el Señor la vea: “ha mirado la bajeza de su sierva” (Lc 1, 48) y
la llene: “llena de gracia. El Señor está contigo” (Lc 1, 28)
Todas las referencias evangélicas de la vida de María están en
contexto y clima de oración, de silencio, de soledad: Anunciación,
Visitación, Natividad, Extravío y Encuentro de Jesús, Bodas en Cana,
Al pié de la Cruz, Cenáculo… La reflexión sobre estas escenas y su
clima de oración llevará a Pablo VI a afirmar que “María vive
orando… que María es la oración constante”(MC 18)
María, al mismo tiempo que vive una vida de oración privada,
participa fielmente en la oración comunitaria. Se siente pueblo de
Israel y con su pueblo alimenta con la oración su fe y la celebra.
Ella sabe muy bien que no se puede ni vivir ni creer solos. La
asistencia reglamentada a la Sinagoga, la Purificación, La
Presentación de su Hijo, la Ida anual a Jerusalén por la Pascua son
toda una prueba de sus oraciones y celebraciones comunitarias.
Hay que orar a María pero, sobre todo, hay que orar con María y como
María.
Los miembros de la AMM tienen que ser conscientes de que no pueden
vivir una vida espiritual de calidad ni crecer en fe sin alimentarla
en la oración tanto personal como comunitaria. Sin oración, sin
apertura al Espíritu, no hay vida en filiación ni vida en
fraternidad. No podemos vivir y crecer en la vida de la gracia ni
ser fecundos en el apostolado infraalimentados: “La fecundidad del
apostolado depende de la unión vital con Cristo que se nutre de los
auxilios espirituales” y entre los medios para cultivar la vida
espiritual y hacer fecundo el apostolado aparecen: “Oración personal
y comunitaria, celebración de los Sacramentos del Perdón y
Eucaristía, celebraciones litúrgicas o no, rosario, novenas…
Jesús nos lo dijo bien claro: “Sin mi no podéis hacer nada… El
sarmiento sólo da fruto unido a la vid”. (Jn 15, 4)
Al inicio de este Nuevo Milenio el Papa nos pide que los centros de
la AMM vayan poco siendo “auténticas escuelas de oración, donde el
encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda,
sino también en acción de gracias, alabanza, adoración,
contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el arrebato del
corazón “ (NMI 33)
2.3 EL SERVICIO A LOS POBRES. EXPRESIÓN DE LA AUTÉNTICA
ESPIRITUALIDAD DE LA AMM
No hay vida de fe y oración auténticas que no terminen en compromiso
con el hombre. Dios al creyente, en la oración, le pregunta por los
demás, por sus problemas, por sus necesidades y le apremia a que
salga del caparazón de su egoísmo, se abra a ellos, se sensibilice y
comprometa con sus necesidades.
Roma, 23 de Octubre de 2001
Fuente: famvin.org
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