Aquella infausta tarde

 

Jorge Arrastía Juárez

 

Moriste, Madre.
Agónica entregaste tu espíritu al Padre ante el ansia rasgada de tu Esposo.
Moriste, sí moriste:
sabemos el sitio y el momento.

La tierra estaba triste y más el cielo,
el enlutado firmamento tachaba al Sol cual si no hiciera falta:
había desconsuelo;
a la Luna se le negó cruzar, y la tierra temblaba en sus cimientos;
ángeles tiñeron nubes de negror; cubrían sus rostros, y gritaron a guerra desenvainados los aceros;
a su conjuro, temblantes los infiernos, se abrieron tumbas,
resucitaron muertos;
el ave de rapiña, apretadas sus garras, buscaba donde descargar su saña
y loca desgarró el espacio, emperatriz de miedos.
Agonizaba el alma de mi madre
y nada ni nadie más tenían derecho a nada:
sobraba el sonreír, era pecado la alegría ante su duelo.

Sé que moriste de dolor,
de muerte real,
en el Calvario
a la novena hora.

Tu Hijo hecho cadáver, la losa sellando la puerta del sepulcro,
y tú ya ida...
no hablaron más de ti los Evangelios.