Jesús ante el sanedrin 

 

Emma-Margarita R.A. -Valdés

 

 

En una noche oscura le prendieron;
arrancaron el Sol de las cenizas,
la cepa luminosa de sarmientos,
la semilla del trigo de la vida.

Al despertar del alba, maniatado
con el triple cordón, como un pabilo
que se apaga en rituales candelabros,
era reo en la ley de los judíos.

Acallaron los ecos y los gritos,
las cien voces del órgano ecuménico,
cantaron alabanzas los espinos,
profetizaron rocas los abetos.

El misterio estallaba en el rompiente
con las olas de su caudal salobre
y el poder le encadena, pues conviene
que, para el bien del pueblo, muera un hombre.

En este amanecer arrastra el viento
palabras que falsean la Verdad,
no entienden es Jesús el nuevo templo
que en la resurrección construirá.

¿No han oído el clamor de los Profetas?.
¿No han recibido el agua del Bautista?.
El clamor es lamento y la marea
agita el lago azul de agua bendita.

¡Cuán profundo, cuán largo su silencio!.
Le conjura el pontífice a que diga
si es el Hijo de Dios, está su pueblo
esperando el reinado del Mesías.

Como un trueno retumba su respuesta:
Tú lo has dicho, yo soy. Y en ese instante
rasga sus vestiduras la galerna
oculta en el abismo de la sangre.

Un látigo restalla en el infierno,
destroza la materia que le anubla
y fluye de su piel el vino espeso
que convidó en Caná a eternas nupcias.

¡Profetízanos, Cristo, profetízanos!.
¿Quién es el que te hirió?. Y en su sagrario
son campanas de gloria sus latidos,
son coloquio de tiempos y de espacios.