La Ascensión del Señor a los cielos

 

Emma-Margarita R.A. -Valdés

 

 

Cristo, el Ungido, sube al cielo,

deja al mundo en su paz, su cercanía,

en cuerpo y sangre está en la Eucaristía

y es el sustento del piadoso anhelo.

Arrastra con la estela de su vuelo

la esclavitud y la melancolía,

recuperan los seres la alegría,

convierte en esperanza el desconsuelo.

Por milagro de amor se da cautivo

en el pan y en el vino consagrados;

es el legado de su despedida.

Por su entrega total bajo el olivo

enraíza en desiertos rescatados

y es el Camino, la Verdad, la Vida.

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¡Resucitó!. ¡Jesús resucitó!

¡Aleluya!. ¡Hosanna en las alturas!.

Ha encumbrado la tierra a las venturas

perdidas por la carne que pecó.

En el principio Dios lo prometió.

Su brisa recorrió zonas oscuras,

y su espíritu en las entrañas puras

de la Virgen María se encarnó.

Asciende victorioso el Sembrador,

su deidad ha quedado esclarecida,

es el Mesías Bienaventurado.

Es el Hijo alabado, el Redentor

del alma esclavizada, envilecida

en el abatimiento del pecado.

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Nació Jesús del barro desahuciado

con energía resucitadora,

fue rocío engendrado en alta aurora,

es príncipe en el árbol venerado.

Sobre montes y mares se ha elevado

dejando la Señal libertadora,

en el Sagrario es Vida ensalzadora,

y a la diestra de Dios está sentado.

Es justicia en la bóveda celeste,

vestido de poder y majestad,

y su nombre supera todo nombre.

Es Rey de Norte a Sur, de Oeste a Este,

espléndido derrama caridad

y reza alegre el corazón del hombre.