Naufragando por tu sangre
  

Francisco Contreras Molina

 

 

Hijo soy de ti, María, 
la flor que tú maduraste; 
honda luz crecida en fruto, 
tu primavera de carne. 

Nueve meses me tuviste 
naufragando por tu sangre. 
Te recorrí, gota a gota, 
navegué todos tus maree. 

Las playas de tus mejillas, 
las islas de tus lunares. 
Desde tu frente dorada 
a tus pies que son corales. 

Te he visto el alma por dentro 
agua riente, humilde, amable. 
Sobre las ondas en calma 
riela Dios, y se complace. 

Fue tu corazón hinchado 
vela hermosa, grácil nave. 
Ola del amor tu vientre. 
En la fe tú me engendraste. 

Balandro de la mañana, 
me desperté, me miraste: 
se deshojaron tus manos 
en diluvio de rosales. 

Cuando al mar volví la cara, 
a mi proa te inclinaste. 
Todo el azul en tus ojos; 
tu sonrisa el oleaje. 

Tus brazos fieles estelas 
para un niño navegante. 
Las espumas de tus besos 
tejieron blancos panales. 

Sólo estabas tú, María, 
marinera y vigilante. 
Tu presencia el horizonte; 
la ternura, tu paisaje. 

Me infundiste suave brisa, 
con tu aliento me inspiraste; 
viento a favor fue la vida; 
barca varada adelante. 

Oye el quebrarse del agua, 
dulce trino de Dios Padre, 
esposa de la Paloma, 
mi serenata del aire. 

Fascinación de ser hijo. 
Rumbo voy a tu semblante. 
Mi estrella saberme tuyo. 
Mi puerto sentirte madre.