María llena de Gracia

(potpurrí de poemas)

 

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

 

Tiene tu nombre, María,
sabor a cielo y poema: Madre.
Cinco letras, cinco rosas,
cinco besos,
esculpen tu nombre: Madre.

Cinco recuerdos prendidos
lo mismo que los luceros
en el azul de los cielos
cuando cada noche deshojo
del rosal de mis recuerdos
el ramo de avemarías guardado
en el corazón de mi infancia,
cuando apenas siendo niño
el santo rosario con devoción rezaba.

Hoy al pronunciar tu nombre, Madre,
ahora que ya soy grande,
es como arribar a puerto
después de cruzar los mares,
y al llegar, encontrar inscrito
en la raíz del tiempo,
tu carismático nombre: Madre.

Alégrate tú, María,
de Dios mujer agraciada,
que el Señor está contigo
favorecida y amada.

De Jesús eres la Madre
la Mujer más venerada
pues antes de hacerte madre
tú fuiste por Dios colmada
de gracia y de bendición,
que Dios contigo contaba
para hacer la Redención.

Por eso el pueblo con fervor
te canta,
Virgen gloriosa María,
y tus virtudes ensalza
rebosante de alegría.

Por ser la llena de Gracia,
mujer tan buena y sencilla,
te abrimos con gozo el alma.
Ruega por tus hijos, Madre,
que en este valle de lágrimas
invocan con fe tu nombre,
y con la misma alabanza
de aquella mujer del pueblo
hoy también la gente clama:

Feliz vientre que llevó
al que es del mundo esperanza
y los pechos que criaron
al Dios de la eterna Alianza.

¿Cuál es tu nombre, Mujer?
Bíblicamente es Míriam,
que está tu nombre esculpido
con el cincel de la Historia.

Callaste la sinfonía
de tu música por dentro
mientras José se inquietaba
por no entender el misterio.

Y entre sueño y sobresaltos
al fin comprendió el por qué
cuando el ángel le aclaraba:

Ama a tu mujer José
que es del Espíritu Santo
el Hijo que va a nacer.

Y en Belén nació aquel Niño
para Salvación del mundo,
que María lo acunaba
mientras los ángeles volaban
cantando por las majadas
al Dios nacido en la paja.

Y pastor, perro y rebaño,
van aprisa hasta Belén
donde una Virgen y Madre
les presenta al Emmanuel.

Belleza de Dios eres,
derramada sobre el barro
de la eterna Creación
que hace del hombre
un ser nuevo y diferente
en las manos creadoras
del Dios Eterno que dijo:
¡Hágase!,
y el Universo se hizo.

Dios creó la luz, y el mundo,
y surgió la vida
y surgiste tú, María,
en quien tiene cabida
la geometría toda
de la creación redimida,
cuando al Espíritu de Dios
respondiste:
Cúmplase en mí tu Palabra,
y Cristo acampó con nosotros.

Iconografía santa
de Dios, eres, María,
oh, Mujer Inmaculada,
que enmarcada en azucenas,
de nuestro barro humilde,
primigenio y humano,
la fragilidad embelleces.

Te miramos y nos miras
con tu cariño de Madre,
y al cruzarse nuestros ojos
con tus ojos,
con fervor te rezamos
y decimos:

Qué hermosa eres,
María,
qué hermosa eres.

En cada pueblo una ermita
y en cada ermita tu imagen.

Unas veces en lo alto
de la imponente montaña,
otras abajo en el valle.

Y en cada ermita un altar
y en cada altar una vela
que eleva con su llamita
nuestra sencilla plegaria.

En el fervor de los pueblos
se reza el Ave María
al toque puntual del Ángel,
por la mañana temprano,
o en la plenitud del día
y cuando cae la tarde,
a la Reina de los Cielos.

Cada templo, cada ermita,
es motivo de alegría
cuando se acude a rezar
con devoción a María.

Ella es la Madre, es el alma
de todos los corazones.
Nunca le faltan las flores
ni el fervor de una plegaria.

A ella acudimos sus hijos
en romerías alegres,
y ella a todos bendice.

Oh, Reina de nuestras almas,
tú que eres Puerta del Cielo
ábrela de par en par,
y así, podamos todos entrar.

Ruega por nosotros,
Virgen santa,
que de Dios eres amada.

Ruega por nosotros,
Virgen santa,
que de Dios eres la sierva
y Él,
que eleva a los humildes,
a la gloria te ensalza.

Ruega por nosotros,
Virgen santa,
que en Dios eres puente
para pasarnos al cielo
a nosotros pecadores.

Ruega por nosotros,
Virgen santa,
que de Dios eres Madre
y el Verbo en ti se hizo Carne.

Ruega por nosotros,
Virgen santa,
que por ti Cristo acampó,
Hombre para siempre,
en nuestra historia humana.