Nacimiento criollo

 

Lisardo Zia

 

Ya cerró la noche criolla 
por la tierra en todo el ancho, 
pero al rigor de lo oscuro 
Brilla una luz en el rancho. 
Arde la vela de sebo 
sobre un tronco de caldén, 
vaya a saber si es la misma 
que ardió una vez en Belén. 
Una quietud de milagro, 
una milagrosa calma, 
flota encima de la vida 
y llega el fondo del alma. 
Es una extraña quietud. 
Como de pasmo y congoja. 
Al sauce y al paraíso 
no se le mueve una hoja. 
Encienden sus farolitos 
en la sombra los cucuyos: 
chispas sobre la gramilla, 
oro de luz en los yuyos. 
Adentro del mismo rancho 
los animales amigos 
parecen que guardan turno 
citados como testigos. 
Apretándose a la oveja 
busca calor el cordero, 
y en la puerta de su horno 
guarda el albañil hornero. 
Al costado del fogón, 
—fogón de paisano pobre—, 
hay una pava abollada 
y una caldera de cobre. 
No se siente andar el tiempo, 
y es una paz tan feliz, 
que se ha dormido en los ojos 
del zorzal y la perdiz. 
Ni un solo rumor altera 
la gran calma del conjunto. 
Los grillos de la payada 
callaron su contrapunto. 
Vibra el silencio nocturno 
y en la calma tan inmensa, 
no es silencio que se escucha: 
es silencio que se piensa. 
Asoma al brocal del pozo 
un sapo de bronce viejo, 
mirando el agua de abajo 
como quien mira un espejo. 
El gato del pajonal 
de lo más ladino y mandria, 
ni se acuerda de sus uñas 
al lado de la calandria. 
En un rincón una mesa 
que tiene rota una pata. 
Un mate y una bombilla 
con su virola de plata. 
En la bóveda celeste, 
tan cercanas, tan distantes, 
las tres Hermanas Marías 
son tres preciosos diamantes. 
Un brillo desconocido 
viene desde el horizonte 
e ilumina los potreros, 
el rancho, el arroyo, el monte. 
Es luz, pero es otra luz 
que no alumbró todavía. 
Y le da a la medianoche 
claridad de mediodía 
Se difunde su claror 
y es como nieve plateada 
la que baja sobre el rancho 
y se filtra en la enramada. 
Avanza, desde el alero 
hacia la puerta el patrón. 
Tiene la vista nublada 
por cosas del corazón 
Es un paisano cumplido 
y se lo sabe de fe. 
En el pago lo respetan 
y le llaman don José. 
Contempla a doña María, 
Virgen de Dios, su mujer. 
Así fue por Dios dispuesto 
y Dios sabe disponer. 
Sobre unos cueros de oveja 
y gramilla bien mullida, 
bajo los lienzos de lino, 
está la Virgen tendida. 
Se acerca la medianoche, 
limpia, callada, serena, 
al final de su camino. 
Y será la Nochebuena. 
Se oye una música antigua 
como resonar de violas, 
como flautas de zorzales, 
o como rumor de olas. 
El campanario del cielo, 
repicando y repicando, 
anuncia a la humanidad 
que las doce están sonando. 
Ese repicar advierte 
para que nadie se asombre, 
que el Salvador ha venido 
y ha sido salvado el Hombre. 
Embelesada, María 
contempla a la criatura. 
Nunca se ha visto sonrisa 
ni más tierna ni más pura. 
La Madre acaricia al Niño 
y es su mirada un consuelo. 
Tiene los ojos azules 
del mismo color que el cielo. 
Por la Voluntad Divina 
que todo lo puede y tanto, 
encarna el Padre en el Hijo 
con el Espíritu Santo. 
Que la humanidad entera 
vaya de su vida en pos. 
Cierto que solo es un Niño 
Pero es el Hijo de Dios. 
Tras la noche triunfa el día 
y es ya la Natividad. 
Verbo de luz que nos dona 
la Vida con la Verdad. 
Vuelan, cantando unos ángeles 
sobre la tierra salvada. 
Florecen los jazmineros 
su frescura perfumada. 
Las estrellas, allá arriba 
se entrelazan en coronas. 
Suenan guitarras parejas 
con sus primas y bordonas. 
Todo el campo se estremece 
entre luces y rumores. 
Llegan los mozos con prendas 
y las muchachas con flores. 
Quién sabe cómo corrió 
la noticia a los linderos, 
pero ahí están los baquianos, 
domadores y boyeros. 
Dicen, y lo andan diciendo, 
sin ser con mucho, habladores, 
que pronto habrá una visita 
de principales señores. 
Vienen de la Estancia Grande 
don Melchor y don Gaspar. 
Y uno negro como tinta, 
llamado don Baltasar. 
Sus montes y sus potreros 
se alargan leguas y leguas, 
con muchos miles de vacas 
de potrillos y de yeguas. 
Estarán algunos días, 
cumpliendo su obligación, 
trayendo muchos regalos... 
Ellos sabrán la razón. 
Descanse la Dulce Madre. 
Duerma en paz el Dulce Dueño. 
Y reposando en sus brazos 
viva su bendito sueño. 
Y para dar al milagro, 
por los siglos la memoria, 
entone la Cruz del Sur 
sus himnos de Eterna Gloria.