Diálogos nocturnos a María

 

        María Velázquez Dorantes        

     

Tengo miedo, mi sendero no tiene una luz, estoy cegada por las obsesiones, pero tú siempre tan tierna, tan amable, me comprendes, sabes muy bien que no es un acto de rebeldía, sino de dolor, de angustia…es como si de pronto me encontrará sola en medio una fosa sin salida y a lo lejos una voz me susurrara que tú Hijo no me da dejado, que ha entendido el dolor que me atraviesa…  

Intento subir la fosa, le pido a tú rostro hermoso me llene de Fe, y que el Espíritu Santo me la Sabiduría y el Entendimiento para comprender cuanto me amas madre mí…le pido a Cristo Jesús me recuerde que el regalo más preciado  que le dejó a la humanidad se encontraba justamente al pie de la Cruz : eras tú María, la universalización maternal.  

Sé que me escuchas, que me cubres con tú manto, pero este miedo que me ha cegado no me deja salir de la incertidumbre, no obstante como rayo inquebrantable me acaricias la cabeza, me besas mi frente y me dices: ¡¿Qué no estoy aquí, que soy tú Madre?!.  

Que hermosura, que gracia tan divina poder tenerte Santa María, mi madre, mi pequeño capullo, mi seda fina, mi arroz blanco, mi trocito de algodón…no te separes de mi, no permitas que la envidia y el egoísmo me enrede, Tú querida mamá destruye esos sentimientos, como destruiste al dragón para defender a tú Hijo.  

Querida mamá, mi más grande tesoro, llena mi vida, alivia mis huecos, con tú mano elimina mis vacíos y penetra hasta el fondo de mi alma, para sentirme viva, con esperanzas, con sueños, con alegrías…  

Sólo tú, con infinita pureza me puedes conducir hacia tú Hijo amado,  sólo tú puedes borrar mis tristezas con la presencia del Verbo encarnado, y este es el milagro que en medio de la transparencia y la ausencia necesito en está noche: ¡Ten de mí clemencia mamá!