Los ojos de María, en su dormición

 

Fray Ángel Martín Fernández

 

 

Habría que guardar en algún sitio
esos ojos que vieron
a Jesús tantas veces
jugar, llorar, reír, y un día incierto,
ya muy tarde, de noche,
rezando, se durmieron.

Habría que labrar con pedrería
y mucho amor un beso
donde esconder el video indescriptible
que esos ojos rodaron de muy dentro.

Pero no están. Los labios
del Hijo descendieron
a soplar esa llama,
y en un poco de viento
se los llevó consigo, como al pájaro
que un gran amor embalsamara muerto.

Podríamos saber lo que ellos saben,
pero no están. Podríamos, por eso,
aprender a mirar
como miraban ellos;
pero no están.
¿Qué hacemos?

Habría que exponer,
habría que implorar al Padre eterno
nos devolvieran pronto
unos ojos que siguen siendo nuestros.