Encuentro con José

 

José María Pérez Lozano

 

 

Pudiste ser un hombre cualquiera, ¿carpintero?
Tal vez de sol a sol, artesaníto honrado,
trabajando en sudor, haciendo tu tarea
con ejemplar amor. ¿Pasaste una mañana
por la calle del Ciego? ¿Alzaste a una ventana
tus ojos admirados y la viste, ella sol?
Recitando salmos, con pecho de tenor,
¿mirabas a los lados, transido el corazón?
-Maria, la de Ana-, te dijo alguna voz,
y te quedaste atónito, tus brazos en temblor,
detenido tu aliento, seco ya tu sudor.

La amaste sólo al verla. En la fuente, quizás.
Y cumpliste las normas del antiguo ritual;
¿la pediste a sus padres, la fuiste a rondar?
¡Alfil en el tablero, que es Dios quien va a jugar!
¿No has sentido tú mismo que hay mil modos de amar?
¿No has sentido las voces surgiendo del zarzal
que te dicen que el Padre te quiere manzanal?
El ángel te lo dice, con voz sin despertar:
"Recibe a la Doncella que un Hijo lleva ya;
es Yahvé quien lo engendra y ella madre será;
el Hijo que os envía las gentes salvará..."