Señora del Silencio 

 

Padre Ignacio Larrañaga

 

 

Madre del Silencio y de la Humildad,
Tú vives perdida y encontrada
en el mar sin fondo del Misterio del Señor. 

Eres disponibilidad y receptividad.
Eres fecundidad y plenitud.
Eres atención y solicitud por los hermanos. 
Estás vestida de fortaleza. 

En Ti resplandecen la madurez humana 
y la elegancia espiritual. 
Eres señora de Ti misma 
antes de ser señora nuestra. 

No existe dispersión en Ti. 
En un acto simple y total, 
tu alma, toda inmóvil,
está paralizada e identificada con el Señor. 

Estás dentro de Dios y Dios dentro de Ti. 
El Misterio Total te envuelve y te penetra, 
te posee, ocupa e integra todo tu ser. 

Parece que todo quedó paralizado en Ti, 
todo se identificó contigo: 
el tiempo, el espacio, la palabra, 
la música, el silencio, la mujer, Dios. 
Todo quedó asumido en Ti, y divinizado. 

Jamás se vio estampa humana 
de tanta dulzura,
ni se volverá a ver en la tierra
mujer tan inefablemente evocadora. 
Sin embargo, tu silencio no es ausencia
sino presencia.
Estás abismada en el Señor, 
y al mismo tiempo,
atenta a los hermanos, como en Caná.
Nunca la comunicación es tan profunda como 
cuando no se dice nada, y nunca el silencio 

es tan elocuente como cuando nada se comunica.
Haznos comprender 
que el silencio
no es desinterés por los hermanos 
sino fuente de energía e irradiación; 
no es repliegue sino despliegue, 
y que, para derramarse, 
es necesario cargarse.
El mundo se ahoga
en el mar de la dispersión,
y no es posible amar a los hermanos 
con un corazón disperso.
Haznos comprender que el apostolado, 
sin silencio,
es alienación;
y que el silencio,
sin el apostolado, 
es comodidad. 

Envuélvenos en el manto de tu silencio, 
y comunícanos la fortaleza de tu Fe, 
la altura de tu Esperanza, 
y la profundidad de tu Amor. 

Quédate con los que quedan,
Y vente con los que vamos. 

¡Oh Madre Admirable del Silencio!