Señora de la Cuidad

 

Monseñor  Pedro María Casaldáliga

 

 

¡También te perderías, aldeana, por las calles o el metro...!
Todos flotamos en las turbias aguas de la ciudad, perdidos,
sonámbulos del Tiempo,
llevados y traídos como troncos sin memoria del bosque originario,
frebricitantes de pasión, de sueños, de soledad, de prisa.

No cabemos los hombres y los coches.
Los ladrillos se comen el espacio del cielo,    descartado del mapa.
Mil gritos fluorescentes suplantan las llamadas del retorno.
¡Falta el aire de Dios para el aliento!
¿Dónde puede posarse la alegría de aquel recodo humano, plantado de promesas,
cuando tenía nombre cada brizna?
¿Quién aparca en su sitio la Esperanza?
Vaga el dolor proscrito, como un perro.
Los cubos de basura demandan vanamente los   talones del lujo retumbantes.
Los vecinos no tienen más historia que el número de un piso.
Un hombre es un codazo.

Jerusalén tenía sus resacas, y se perdía un niño fácilmente.
Pero bramabas tú, como una cierva,
y el servicio de urgencia de tu llanto
suplía de antemano la fiebre derramada de todos los perdidos por la vida.

Vuelve a subir de Nazaret, Señora.
¡Te reclamamos todos, sin saberlo siquiera muchas veces!
¡Creemos en la Piedra tallada en la cantera de tu  seno,
oh torre de David amurallada de escudos y palomas,
ciudad de Dios alzado sobre el monte
Sión, donde termina la lenta caravana convocada a    la Pascua verdadera... !

Perdidos o exilados, rebeldes al hogar o en su nostalgia,
todavía avanzamos, en la noche, con el sello de Dios en nuestras frentes,
camino de la tierra presentida...
Y en esta misma patria de márgenes flotantes,
sin casa permanente,
queremos levantar con nuestras manos,
¡con el cemento vivo de nuestra propia sangre!,
una nueva ciudad, a cielo abierto,
con muchas zonas verdes de gozo redimido,
donde quepamos todos, sin reservas de tribu en la mirada...
¡...mientras vamos, cantando, hacia la gloria de la Ciudad futura
que ilumina la antorcha del Cordero!