A la Inmaculada Concepción 

 

Bartolomé Carrasco de Figueroa

 

 

Cristianas almas, puras y hermosas,
de la Reina del cielo enamoradas,
que en celebrar sus fiestas milagrosas
andáis entretenidas y ocupadas;
dando de mano a las terrenas cosas,
que impiden el seguir tras sus pisadas,
venid a oír un canto do se canta
su Concepción inmaculada y santa. 

Y vos, virgínea flor, que concebida
por privilegio del que pudo y quiso,
concebisteis después fruto de vida,
que nos abrió el cerrado Paraíso:
para que no se pierda de atrevida,
o falte de cobarde, dadle aviso
a mi cansada pluma, con que vuele
en este canto más de lo que suele.

Dios de la estéril tierra sacó el oro,
sacó del mar las perlas orientales,
la nieve de las cumbres, y el tesoro
de esmeraldas, rubíes y corales;
lo más cendrado del etéreo coro,
y de los cercos cuatro elementales;
lo fino de la rosa y otras flores,
y del arco del cielo las colores.

De aquéstas y otras más preciadas cosas,
que al ingenio mortal se van de vuelo,
con sus manos eternas poderosas
la Reina fabricó del sumo cielo:
y sobre las ideas más hermosas,
que en su divino pecho están sin velo,
fue vista de los ángeles y amada,
aunque desde ab initio fue criada. 

Crióle un alma peregrina y bella,
y con rara belleza y nueva gala
cuantas virtudes hay dispueso ella,
do cada cual se extrema y se señala:
dióle tan clara luz, que no hay estrella...
¿Qué digo estrella?, el mismo sol no iguala
a la divina lumbre, que atesora,
esta del cielo soberana Aurora.