Virgen del Perpetuo Socorro

 

E. García S.

 

 

Como el mar de la dulzura 
es el mirar de tus ojos,
tus ojos grandes y tristes
con que nos miras a todos. 

El capullo de la vida
se abre en el borde del lloro,
como un barquito de vela
al borde del mar ignoto.

El frío punza la carne, 
la sombra punza los ojos:
el niño, desde la cuna,
gime, pidiendo socorro.

Cuando el capullo es ya rosa,
y el río mar proceloso,
las risas de la alegría
se extinguen en el insomnio:
el fuego le quémale alma,
y el joven grita: ¿Socorro!

En al lucha por la vida
cuando nos cercan los lobos,
cuando nos desgarra el hambre, 
o no mata el abandono,
el hombre de la experiencia, 
y el anciano tembloroso,
bajan sus brazos rendidos, 
y claman: Madre, Socorro.

Cuando la ciencia se acaba,
Y llega el trance angustioso,
En la vida y en la muerte
No hay más que un grito:
¿Socorro!

Y es tan dulce en esas horas
toparse en aquellos ojos,
ojos grandes, ojos tristes,
donde hay lugar para todos.
y es dulce esta letanía,
que se añade en nuestro coro:
"Rogad por nosotros, Madre,
la del Perpetuo Socorro".