Son
tantos los motivos que tenemos para amar a esta nuestra amorosa Reina,
que si en toda la tierra se alabase a María, si en todas las
predicaciones sólo se hablase de María, y todos los hombres dieran
la vida por María, todo esto sería poco en comparación a la
gratitud que le debemos por el amor tan excesivamente tierno que ella
tiene para todos los hombres, aunque sean los más miserables
pecadores, si conservan para con ella algún afecto y devoción.
Decía
el V. Raimundo Jordano, que por humildad se llamaba el Idiota, que María
no puede dejar de amar a quien le ama, y no se desdeña de servir a
quien le sirve, empleando, en favor de los pecadores, todo su poder de
intercesión para conseguir de su Hijo divino, el perdón para esos
siervos que la aman. Es tanta su benignidad y misericordia, prosigue
diciendo, que ninguno, por perdido que se vea, debe temer postrarse a
sus pies, pues no rechaza a nadie de los que a ella acuden. María,
como amantísima abogada nuestra, ella misma ofrece a Dios las
plegarias de sus siervos y señaladamente las que a ella se dirigen;
porque así como el Hijo intercede por nosotros ante el Padre, así
ella intercede por nosotros ante el Hijo y no deja de tratar ante
ambos, el negocio de nuestra salvación y de obtenernos las gracias
que le pedimos. Con razón Dionisio Cartujano llama a
la Virgen Santísima
especial refugio de los abandonados, esperanza de los
miserables y abogada de todos los pecadores que a ella acuden.
Pero
si se encontrara un pecador que no dudara de su poder, pero sí de la
bondad de María, temeroso de que ella no quisiera ayudarlo por la
gravedad de sus culpas, lo anima san Buenaventura diciéndole:
"Grande y singular es el privilegio que tiene María ante su
Hijo, de obtener cuanto quiere con sus plegarias. Pero ¿de qué nos
serviría este gran poder de María si no pensara en preocuparse de
nosotros? No, no dudemos, estemos seguros y demos siempre gracias al
Señor y a su divina Madre, porque si delante de Dios es más poderosa
que todos los santos, así también es la abogada más amorosa y solícita
de nuestro bien". Exclama jubiloso san Germán: "Oh Madre de
misericordia ¿Quién, después de tu Jesús, tiene tanto interés por
nosotros y por nuestro bien como tú? ¿Quién nos defiende en
nuestros trabajos y aflicciones, como nos defiendes tú? ¿Quién como
tú, se pone a defender a los pecadores combatiendo a su favor? Tu
protección, oh María, es más poderosa y cariñosa de lo que
nosotros podemos imaginar". Dice el Idiota, que todos los demás
santos, pueden con su patrocinio, ayudar más a sus devotos que a los
que no lo son, pero
la Madre
de Dios, como es
la Reina
de todos, así es también la abogada de todos. Ella
se preocupa de todos, aun de los más pecadores, y le agrada que la
llamen Abogada, como ella misma lo declaró a
la V.
sor María Villani, diciéndole: "Yo, después
del título de Madre de Dios, me glorío de ser llamada abogada de los
pecadores". Dice el B. Amadeo, que nuestra Reina, no deja de
estar ante la presencia de la divina Majestad, intercediendo
continuamente por nosotros con sus poderosas plegarias. Y como conoce
en el cielo nuestras miserias y necesidades, no puede dejar de
compadecerse; por lo que, con afecto de madre, llena de compasión por
nosotros, piadosa y benigna, busca siempre el modo de socorrernos y
salvarnos. Por eso Ricardo de San Lorenzo anima a todos por miserables
que sean, a recurrir con confianza a esta dulce abogada, teniendo por
seguro que la encontrará siempre dispuestísima a ayudarlo. El abad
Godofredo dice también que María está siempre atenta a rogar por
todos.
Exclama
san Bernardo: "¡Con cuánta eficacia y amor trata el asunto de
nuestra salvación esta buenísima abogada nuestra!" San Agustín
meditando el amor y el empeño con que María se empeña continuamente
en rogar por nosotros a su divina Majestad para que el Señor nos
perdone los pecados, nos asista con su gracia, nos libre de los
peligros y nos alivie de nuestras miserias, dice hablando con
la Santísima Virgen
: "Eres única en la solicitud por ayudarnos
desde el cielo". Quiere decir: Señora, es verdad que todos los
santos quieren nuestra salvación y rezan por nosotros; pero la
caridad y ternura que tú nos demuestras en el cielo al obtenernos con
tus plegarias tantas misericordias de Dios, nos fuerza a proclamar que
no tenemos en el cielo otra abogada más que a ti, y que tú eres la más
solícita y deseosa de nuestro bien. ¿Quién podrá comprender la
solicitud con que siempre intercede María ante Dios en favor nuestro?
Dice san Germán: "No se sacia de defendernos". Hermosa
expresión: Es tanta la piedad y tanto el amor que siente María por
nosotros y tanto el amor que nos profesa, que siempre ruega y torna a
rogar, y nunca se sacia de rogar por nosotros, y con sus ruegos no se
cansa de defendernos.
Pobres
de nosotros pecadores, si no tuviéramos esta excelsa abogada, tan
poderosa, tan piadosa, y a la vez, tan prudente y sabia, que el juez,
su Hijo, no puede condenar a los reos que ella defiende, así lo dice
Ricardo de San Lorenzo. Las causas defendidas por esta abogada sapientísima,
todas se ganan. San Juan Geómetra la saluda: Salve, árbitra que
dirime todas nuestras querellas. Es que todas las causas que defiende
esta sapientísima abogada, se ganan. Por eso san Buenaventura la
llama la sabia Abigail. Fue Abigail la mujer que supo aplacar con sus
hermosas súplicas a David cuando estaba enojado contra Nabal, de
manera que el mismo David la bendijo agradeciéndola que con sus
dulces maneras le hubiera impedido vengarse de Nabal con sus propias
manos: "Bendita tú que me has impedido tomar venganza derramando
su sangre con mis manos" (1Sm 25,33). Esto es precisamente lo que
hace María de continuo en el cielo en beneficio de los pecadores;
ella, con sus plegarias tiernas y sabias, sabe de tal manera aplacar a
la divina Justicia, que Dios mismo la bendice y como que le da las
gracias porque así le impida abandonar y castigar a los pecadores
como se merecen. Por eso, dice san Bernardo, el eterno Padre porque
quiere ejercer toda la misericordia posible, además de tener junto a
sí a nuestro principal abogado Jesucristo, nos ha dado a María como
abogada ante Jesús.
No
hay duda, dice san Bernardo de que Jesús es el único mediador de
justicia entre los hombres y Dios, quien en virtud de sus propios méritos,
puede y quiere, según sus promesas, obtenernos el perdón y la divina
gracia; pero porque los hombres reconocen y temen en Jesucristo su
Majestad divina, que en él reside como Dios, por eso fue preciso
asignar otra abogada a la que pudiéramos recurrir con menos temor y más
confianza; y ésta es María, fuera de la cual no podemos encontrar
abogada más poderosa ante la divina Majestad y más misericordiosa
para con nosotros. Estas son sus hermosas palabras "Fiel y
poderoso es el mediador entre Dios y los hombres; pero los hombres
temen en él
la Majestad. Es
por tanto necesario que haya un mediador para con el
mismo mediador; y nadie más útil para nosotros que María".
Pero gran injuria haría a la piedad de María, sigue diciendo el
santo, el que aún temiera acudir a los pies de esta abogada Dulcísima,
que nada tiene de severo ni terrible, sino que es del todo cortés,
amable y benigna. Lee y vuelve a leer cuanto quieras, sigue diciendo
san Bernardo, todo lo que se narra en los Evangelios, y si encuentras
algún rastro de severidad en María, entonces puedes temer acercarte
a ella. Pues no lo encontrarás; por lo cual recurre gozosamente a
ella, porque te salvará con su intercesión.
Es
muy hermosa la exclamación que pone Guillermo de París, en boca del
pecador que recurre a María, diciendo: "A ti acudiré y hasta en
ti me refugiaré, Madre de Dios, a la que toda la reunión de los
santos aclama como Madre de misericordia". Madre de Dios, yo, en
el estado miserable a que me veo reducido por mis pecados, recurro a
ti, lleno de confianza; y aunque pareciera que me desechas, yo te
recuerdo que estás en cierto modo obligada a ayudar, pues todos los
fieles en
la Iglesia
, te llaman y proclaman Madre de misericordia. "Tú,
en verdad, cuya generosidad te hace incapaz de repulsas, cuya
misericordia nunca a nadie le falló, cuya amabilidad extraordinaria
nunca despreció a nadie que te invocó, por pecador que
fuera"... Tú, María, eres la que, por ser tan bien amada de
Dios, siempre eres por él escuchada; tu gran piedad jamás le ha
fallado a nadie; tu afabilidad, jamás te ha permitido despreciar a un
pecador, por enormes que fueran sus faltas, si a ti se ha encomendado.
¿Es que, tal vez falsamente y en vano toda
la Iglesia
te aclama como su abogada y refugio de los
miserables? Jamás suceda, Madre mía, que mis culpas puedan impedirte
cumplir el gran oficio de piedad que tienes, y con el que eres a la
vez, abogada y medianera de paz entre Dios y los hombres, y después
de tu Hijo, la única esperanza y el refugio seguro de los miserables.
Todo lo que tienes de gracia y de gloria, y la misma grandeza de ser
Madre de Dios -si así se puede hablar- lo debes a los pecadores, ya
que para salvarlos, Dios te ha hecho su Madre. Lejos de pensar acerca
de esta Madre de Dios, que dio a luz al mundo el manantial de la
piedad, que ella vaya a negar su misericordia a un infeliz que a ella
recurre. Puesto que tu oficio, María, es ser pacificadora entre Dios
y los hombres, que te mueva a socorrerme tu gran piedad, que es
incomparablemente superior a todos mis vicios y pecados.
Consolaos,
pues, pusilánimes -diré con santo Tomás de Villanueva- respirad y
cobrad ánimo, desventurados pecadores: Esta Virgen excelsa, que es
la Madre
de vuestro Dios y vuestro Juez, ella misma es la abogada del género
humano; idónea porque puede ante Dios cuanto quiere; sapientísima
porque conoce todos los secretos para aplacarlo; y universal porque
acoge a todos y no rehúsa defender a ninguno.