Las Glorias de María

María, abogada compasiva, no rehúsa defender la causa de los más desdichados

 

San Alfonso María de Ligorio

 

Son tantos los motivos que tenemos para amar a esta nuestra amorosa Reina, que si en toda la tierra se alabase a María, si en todas las predicaciones sólo se hablase de María, y todos los hombres dieran la vida por María, todo esto sería poco en comparación a la gratitud que le debemos por el amor tan excesivamente tierno que ella tiene para todos los hombres, aunque sean los más miserables pecadores, si conservan para con ella algún afecto y devoción.

Decía el V. Raimundo Jordano, que por humildad se llamaba el Idiota, que María no puede dejar de amar a quien le ama, y no se desdeña de servir a quien le sirve, empleando, en favor de los pecadores, todo su poder de intercesión para conseguir de su Hijo divino, el perdón para esos siervos que la aman. Es tanta su benignidad y misericordia, prosigue diciendo, que ninguno, por perdido que se vea, debe temer postrarse a sus pies, pues no rechaza a nadie de los que a ella acuden. María, como amantísima abogada nuestra, ella misma ofrece a Dios las plegarias de sus siervos y señaladamente las que a ella se dirigen; porque así como el Hijo intercede por nosotros ante el Padre, así ella intercede por nosotros ante el Hijo y no deja de tratar ante ambos, el negocio de nuestra salvación y de obtenernos las gracias que le pedimos. Con razón Dionisio Cartujano llama a la Virgen Santísima especial refugio de los abandonados, esperanza de los miserables y abogada de todos los pecadores que a ella acuden.

Pero si se encontrara un pecador que no dudara de su poder, pero sí de la bondad de María, temeroso de que ella no quisiera ayudarlo por la gravedad de sus culpas, lo anima san Buenaventura diciéndole: "Grande y singular es el privilegio que tiene María ante su Hijo, de obtener cuanto quiere con sus plegarias. Pero ¿de qué nos serviría este gran poder de María si no pensara en preocuparse de nosotros? No, no dudemos, estemos seguros y demos siempre gracias al Señor y a su divina Madre, porque si delante de Dios es más poderosa que todos los santos, así también es la abogada más amorosa y solícita de nuestro bien". Exclama jubiloso san Germán: "Oh Madre de misericordia ¿Quién, después de tu Jesús, tiene tanto interés por nosotros y por nuestro bien como tú? ¿Quién nos defiende en nuestros trabajos y aflicciones, como nos defiendes tú? ¿Quién como tú, se pone a defender a los pecadores combatiendo a su favor? Tu protección, oh María, es más poderosa y cariñosa de lo que nosotros podemos imaginar". Dice el Idiota, que todos los demás santos, pueden con su patrocinio, ayudar más a sus devotos que a los que no lo son, pero la Madre de Dios, como es la Reina de todos, así es también la abogada de todos. Ella se preocupa de todos, aun de los más pecadores, y le agrada que la llamen Abogada, como ella misma lo declaró a la V. sor María Villani, diciéndole: "Yo, después del título de Madre de Dios, me glorío de ser llamada abogada de los pecadores". Dice el B. Amadeo, que nuestra Reina, no deja de estar ante la presencia de la divina Majestad, intercediendo continuamente por nosotros con sus poderosas plegarias. Y como conoce en el cielo nuestras miserias y necesidades, no puede dejar de compadecerse; por lo que, con afecto de madre, llena de compasión por nosotros, piadosa y benigna, busca siempre el modo de socorrernos y salvarnos. Por eso Ricardo de San Lorenzo anima a todos por miserables que sean, a recurrir con confianza a esta dulce abogada, teniendo por seguro que la encontrará siempre dispuestísima a ayudarlo. El abad Godofredo dice también que María está siempre atenta a rogar por todos.

Exclama san Bernardo: "¡Con cuánta eficacia y amor trata el asunto de nuestra salvación esta buenísima abogada nuestra!" San Agustín meditando el amor y el empeño con que María se empeña continuamente en rogar por nosotros a su divina Majestad para que el Señor nos perdone los pecados, nos asista con su gracia, nos libre de los peligros y nos alivie de nuestras miserias, dice hablando con la Santísima Virgen : "Eres única en la solicitud por ayudarnos desde el cielo". Quiere decir: Señora, es verdad que todos los santos quieren nuestra salvación y rezan por nosotros; pero la caridad y ternura que tú nos demuestras en el cielo al obtenernos con tus plegarias tantas misericordias de Dios, nos fuerza a proclamar que no tenemos en el cielo otra abogada más que a ti, y que tú eres la más solícita y deseosa de nuestro bien. ¿Quién podrá comprender la solicitud con que siempre intercede María ante Dios en favor nuestro? Dice san Germán: "No se sacia de defendernos". Hermosa expresión: Es tanta la piedad y tanto el amor que siente María por nosotros y tanto el amor que nos profesa, que siempre ruega y torna a rogar, y nunca se sacia de rogar por nosotros, y con sus ruegos no se cansa de defendernos.

Pobres de nosotros pecadores, si no tuviéramos esta excelsa abogada, tan poderosa, tan piadosa, y a la vez, tan prudente y sabia, que el juez, su Hijo, no puede condenar a los reos que ella defiende, así lo dice Ricardo de San Lorenzo. Las causas defendidas por esta abogada sapientísima, todas se ganan. San Juan Geómetra la saluda: Salve, árbitra que dirime todas nuestras querellas. Es que todas las causas que defiende esta sapientísima abogada, se ganan. Por eso san Buenaventura la llama la sabia Abigail. Fue Abigail la mujer que supo aplacar con sus hermosas súplicas a David cuando estaba enojado contra Nabal, de manera que el mismo David la bendijo agradeciéndola que con sus dulces maneras le hubiera impedido vengarse de Nabal con sus propias manos: "Bendita tú que me has impedido tomar venganza derramando su sangre con mis manos" (1Sm 25,33). Esto es precisamente lo que hace María de continuo en el cielo en beneficio de los pecadores; ella, con sus plegarias tiernas y sabias, sabe de tal manera aplacar a la divina Justicia, que Dios mismo la bendice y como que le da las gracias porque así le impida abandonar y castigar a los pecadores como se merecen. Por eso, dice san Bernardo, el eterno Padre porque quiere ejercer toda la misericordia posible, además de tener junto a sí a nuestro principal abogado Jesucristo, nos ha dado a María como abogada ante Jesús.

No hay duda, dice san Bernardo de que Jesús es el único mediador de justicia entre los hombres y Dios, quien en virtud de sus propios méritos, puede y quiere, según sus promesas, obtenernos el perdón y la divina gracia; pero porque los hombres reconocen y temen en Jesucristo su Majestad divina, que en él reside como Dios, por eso fue preciso asignar otra abogada a la que pudiéramos recurrir con menos temor y más confianza; y ésta es María, fuera de la cual no podemos encontrar abogada más poderosa ante la divina Majestad y más misericordiosa para con nosotros. Estas son sus hermosas palabras "Fiel y poderoso es el mediador entre Dios y los hombres; pero los hombres temen en él la Majestad. Es por tanto necesario que haya un mediador para con el mismo mediador; y nadie más útil para nosotros que María". Pero gran injuria haría a la piedad de María, sigue diciendo el santo, el que aún temiera acudir a los pies de esta abogada Dulcísima, que nada tiene de severo ni terrible, sino que es del todo cortés, amable y benigna. Lee y vuelve a leer cuanto quieras, sigue diciendo san Bernardo, todo lo que se narra en los Evangelios, y si encuentras algún rastro de severidad en María, entonces puedes temer acercarte a ella. Pues no lo encontrarás; por lo cual recurre gozosamente a ella, porque te salvará con su intercesión.

Es muy hermosa la exclamación que pone Guillermo de París, en boca del pecador que recurre a María, diciendo: "A ti acudiré y hasta en ti me refugiaré, Madre de Dios, a la que toda la reunión de los santos aclama como Madre de misericordia". Madre de Dios, yo, en el estado miserable a que me veo reducido por mis pecados, recurro a ti, lleno de confianza; y aunque pareciera que me desechas, yo te recuerdo que estás en cierto modo obligada a ayudar, pues todos los fieles en la Iglesia , te llaman y proclaman Madre de misericordia. "Tú, en verdad, cuya generosidad te hace incapaz de repulsas, cuya misericordia nunca a nadie le falló, cuya amabilidad extraordinaria nunca despreció a nadie que te invocó, por pecador que fuera"... Tú, María, eres la que, por ser tan bien amada de Dios, siempre eres por él escuchada; tu gran piedad jamás le ha fallado a nadie; tu afabilidad, jamás te ha permitido despreciar a un pecador, por enormes que fueran sus faltas, si a ti se ha encomendado. ¿Es que, tal vez falsamente y en vano toda la Iglesia te aclama como su abogada y refugio de los miserables? Jamás suceda, Madre mía, que mis culpas puedan impedirte cumplir el gran oficio de piedad que tienes, y con el que eres a la vez, abogada y medianera de paz entre Dios y los hombres, y después de tu Hijo, la única esperanza y el refugio seguro de los miserables. Todo lo que tienes de gracia y de gloria, y la misma grandeza de ser Madre de Dios -si así se puede hablar- lo debes a los pecadores, ya que para salvarlos, Dios te ha hecho su Madre. Lejos de pensar acerca de esta Madre de Dios, que dio a luz al mundo el manantial de la piedad, que ella vaya a negar su misericordia a un infeliz que a ella recurre. Puesto que tu oficio, María, es ser pacificadora entre Dios y los hombres, que te mueva a socorrerme tu gran piedad, que es incomparablemente superior a todos mis vicios y pecados.

Consolaos, pues, pusilánimes -diré con santo Tomás de Villanueva- respirad y cobrad ánimo, desventurados pecadores: Esta Virgen excelsa, que es la Madre de vuestro Dios y vuestro Juez, ella misma es la abogada del género humano; idónea porque puede ante Dios cuanto quiere; sapientísima porque conoce todos los secretos para aplacarlo; y universal porque acoge a todos y no rehúsa defender a ninguno.