La mula y el buey

 

Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

Pues resulta que hace más de dos mil años nació en un establo un niño muy, pero muy especial. Para empezar era hijo de una linda jovencita -en verdad hermosísima- pero no fue concebido como los demás seres humanos, sino por obra y gracia del Espíritu Santo. De hecho aquel pequeño no era un hombre común, sino un hombre perfecto y, al mismo tiempo, perfecto Dios. 

El pueblo judío había esperado por siglos al Redentor prometido por Yahvé, pero sucedió que en vez de enviar a un salvador cualquiera, fue Él mismo quien quiso venir a pagar la deuda que estaba a nuestro nombre. De esta manera la Segunda Persona de la Santísima Trinidad “se hizo hombre y habitó entre nosotros”. 

Tradicionalmente al poner los nacimientos en las salas de nuestras casas solemos colocar dos figuras que consideramos imprescindibles: un buey y una mula. Bien es cierto que no tenemos certeza histórica, ni teológica, sobre la presencia de estos animales, pero aún así, son una buena imagen alegórica para nosotros que a veces nos compartamos como irracionales sin percatarnos del valor divino que nos rodea; de la realidad sobrenatural en la que estamos inmersos. Sin embargo, aún así podemos ser útiles en los planes de Dios como lo fueron aquellas bestias que, de estar ahí, podrán haber ayudado a proporcionar calor con su vaho. 

Pero fijemos nuestra atención a lo que nos comenta Raniero Cantalamessa para aprender a movernos dentro de los planes divinos: “La fe de María no consistió en el hecho de que dio su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho de que se fió de Dios; pronuncio su ‘fiat’ a ojos cerrados, creyendo que nada es imposible para Dios. 

“En verdad María nunca dijo ‘fiat’ porque no hablaba latín, ni siquiera griego. Lo que con toda probabilidad salió de sus labios es una palabra que todos conocemos y repetimos frecuentemente. Dijo ‘¡Amén!’. Esta era la palabra con la que un hebreo expresaba su asentimiento a Dios, la plena adhesión a su plan. 

“María no dio su consentimiento con triste resignación, como quien dice para sí: Si es que no se puede evitar, pues bien, que se haga la voluntad de Dios. El verbo puesto en boca de la Virgen por el evangelista (genoito) está en el optativo, un modo que, en griego, se utiliza para expresar gozo, deseo, impaciencia de que una determinada cosa ocurra. El amén de María fue como el ‘sí’ total y gozoso que la esposa dice al esposo el día de la boda. Que haya sido el momento más feliz de la vida de María lo deducimos también del hecho de que, pensando en aquel momento, ella entona poco después el ‘Magnificat’ (Mi alma glorifica al Señor…), que es todo un canto de exultación y de alegría. La fe hace felices, ¡creer es bello! Es el momento en el cual la criatura realiza el objetivo para el que ha sido creada libre e inteligente. 

“¿Qué llevaremos de regalo este año al Niño que nace? Sería raro que hiciéramos regalos a todos, excepto al festejado. Una oración de la liturgia ortodoxa nos sugiere una idea maravillosa: ‘¿Qué te podemos ofrecer, oh Cristo, a cambio de que te hayas hecho hombre por nosotros? Toda criatura te da testimonio de su gratitud: los ángeles su canto, los cielos la estrella, los Magos los regalos, los pastores la adoración, la tierra una gruta, el desierto un pesebre. Pero nosotros, ¡nosotros te ofrecemos una Madre Virgen!’. ¡Nosotros -esto es, la humanidad entera- te ofrecemos a María! 

Está claro, pues, que para poder celebrar el verdadero sentido la Navidad se requiere fe, pero aún teniéndola puede que ésta sea débil, por lo cual habremos de pedirle al Señor Todopoderoso que nos la aumente para que podamos acercarnos a adorarlo, de la mano de María, como se merece.