María un estreno de Dios

 

Padre Tomás Rodríguez Carbajo


 

Hay personas a las que les gusta estrenar cosas, poseer o disfrutar los primeros, a otros no les apetece tanto; pero como norma todos queremos ser los primeros, no queremos deshechos.

          Hay realidades reparadas que parecen como nuevas, peor no es lo mismo. Dios creador de todas las cosas tiene el derecho a disfrutar de las mismas y no tiene por qué compartir lo que le pertenece en exclusiva, no consiente que el hombre tenga otros dioses, nos dice la Escritura: “Dios es celosos” (Js 48,11), no cede a nadie su honra y gloria.

          Dios ha querido para Sí en exclusiva a María, y por eso la preservó del pecado original, no permitió que antes que El estuviera habitada por el pecado. Se reservó a María para Sí, El fue quien estrenó la habitabilidad en el alma de la que será la Madre de su Hijo.

          Durante su vida terrena María no conoció el pecado, pues, esto no estaría en consonancia con la dignidad de la maternidad divina. Como huerto cerrado perteneció a su Dueño, sin que  derrumbasen las vallas para ser por extraños pisada.

          La Virginidad perpetua de María no es otra manera de que dios estrenase aquel seno habitado sólo por El, no consintiendo que nadie después ocupase lo que Jesús tan dignamente había tomado en posesión, pues, no sólo es el “Primogénito” (Lc. 2,7), sino también el unigénito.

          Con la dinámica de estreno con que entró en este mundo seguiría Jesús después de muerto, ya que estrenó el sepulcro en donde fue depositado (Mt. 27, 60)

          Si María concibió a Jesús antes en su mente que en su seno, si Ella se consagró totalmente a Dios, como nos lo demuestra  su proclamación de “esclava del Señor” (Lc. 1,36), toda Ella pertenecía no sólo en exclusiva, sino también como primicia a Dios.

          María es la mejor morada humana que le podemos presentar a Dios, en Ella Él mismo depositó de manera equivalente o eminente todas las gracias y bellezas que están esparcidas en el mundo y las personas. Estrenó su morada en María como lo había soñado y querido: Llena de gracia de Dios, sobreamada del Altísimo, hecha Sagrario del Espíritu Santo y Madre del Hijo de Dios, Redentor del Mundo.