|
Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
Por
Maria hacia Jesús
Los
textos de las Sagradas Escrituras que nos hablan de Nuestra Señora, hacen
ver precisamente cómo la Madre de Jesús acompaña a su Hijo paso a paso,
asociándose a su misión redentora, alegrándose y sufriendo con El, amando
a los que Jesús ama, ocupándose con solicitud maternal de todos aquellos
que están a su lado.
Pensemos, por ejemplo, en el relato de las bodas de Caná. Entre tantos
invitados de una de esas ruidosas bodas campesinas, a las que acuden
personas de varios poblados, María advierte que falta el vino. Se da cuenta
Ella sola, y en seguida. ¡Qué familiares nos resultan las escenas de la
vida de Cristo! Porque la grandeza de Dios, convive con lo ordinario, con lo
corriente. Es propio de una mujer, y de un ama de casa atenta, advertir un
descuido, estar en esos detalles pequeños que hacen agradable la existencia
humana: y así actuó María.
Fijaos también en que es Juan quien cuenta la escena de Caná: es el único
evangelista que ha recogido este rasgo de solicitud materna. San Juan nos
quiere recordar que María ha estado presente en el comienzo de la vida pública
del Señor. Esto nos demuestra que ha sabido profundizar en la importancia
de esa presencia de la Señora. Jesús sabía a quién confiaba su Madre: a
un discípulo que la había amado, que había aprendido a quererla como a su
propia madre y era capaz de entenderla.
Pensemos ahora en aquellos días que siguieron a la Ascensión, en espera de
la Pentecostés. Los discípulos, llenos de fe por el triunfo de Cristo
resucitado y anhelantes ante la promesa del Espíritu Santo, quieren
sentirse unidos, y los encontramos cum María matre Iesu, con Maria,
la madre de Jesús. La oración de los discípulos acompaña a la oración
de María: era la oración de una familia unida.
Esta vez quien nos transmite ese dato es San Lucas, el evangelista que ha
narrado con más extensión la infancia de Jesús. Parece como si quisiera
darnos a entender que, así como María tuvo un papel de primer plano en la
Encarnación del Verbo, de una manera análoga estuvo presente también en
los orígenes de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo.
Desde el primer momento de la vida de la Iglesia, todos los cristianos que
han buscado el amor de Dios, ese amor que se nos revela y se hace carne en
Jesucristo, se han encontrado con la Virgen, y han experimentado de maneras
muy diversas su maternal solicitud. La Virgen Santísima puede llamarse con
verdad madre de todos los cristianos. San Agustín lo decía con palabras
claras: cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los
fieles, miembros de aquella cabeza, de la que es efectivamente madre según
el cuerpo.
No es pues extraño que uno de los testimonios más antiguos de la devoción
a María sea precisamente una oración llena de confianza. Me refiero a esa
antífona que, compuesta hace siglos, continuamos repitiendo aún hoy día: Nos
acogemos bajo tu protección, Santa Madre de Dios: no desprecies las súplicas
que te dirigimos en nuestra necesidad, antes bien sálvanos siempre de todos
los peligros, Virgen gloriosa y bendita.
|
|