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Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
Por
Maria hacia Jesús
Consideremos
atentamente este punto, porque nos puede ayudar a comprender cosas muy
importantes, ya que el misterio de María nos hacer ver que, para acercarnos
a Dios, hay que hacerse pequeños. En verdad os digo —exclamó el
Señor dirigiéndose a sus discípulos—, que si no os volvéis y hacéis
semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos.
Hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer
que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder
de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el
camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer
como creen los niños, pedir como piden los niños.
Y todo eso lo aprendemos tratando a María. La devoción a la Virgen no es
algo blando o poco recio: es consuelo y júbilo que llena el alma,
precisamente en la medida en que supone un ejercicio hondo y entero de la
fe, que nos hace salir de nosotros mismos y colocar nuestra esperanza en el
Señor. Es Yavé mi pastor —canta uno de los salmos—, de nada
careceré. Me hace descansar en frondosas praderas, junto a aguas sabrosas
me conduce; me devuelve la vida, y me guía por caminos derechos, en virtud
de su nombre. Aunque yo ande por valles tenebrosos, ningún mal temeré,
porque tú estás conmigo.
Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de
verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del
egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada
puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la
locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo
escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo
rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de
esas palabras. No voy a hacer aquí muchos razonamientos, con el fin de
glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo
descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole
vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole
que os ayude a conocer y a seguir a Jesús.
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