|
Reflexiones
Marianas
Libro:
Es Cristo que pasa
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
Por
Maria hacia Jesús
Quizás
alguno se pregunte cómo, de qué manera puede dar este conocimiento a las
gentes. Y os respondo: con naturalidad, con sencillez, viviendo como vivís
en medio del mundo, entregados a vuestro trabajo profesional y al cuidado de
vuestra familia, participando en los afanes nobles de los hombres,
respetando la legítima libertad de cada uno.
Desde hace casi treinta años ha puesto Dios en mi corazón el ansia de
hacer comprender a personas de cualquier estado, de cualquier condición u
oficio, esta doctrina: que la vida ordinaria puede ser santa y llena de
Dios, que el Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí
está también la perfección cristiana. Considerémoslo una vez más,
contemplando la vida de María.
No olvidemos que la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en
la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas de otros
millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en educar a sus
hijos, en sacar adelante las tareas del hogar. María santifica lo más
menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin
valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas
queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de
amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor de Dios!
Porque eso es lo que explica la vida de María: su amor. Un amor llevado
hasta el extremo, hasta el olvido completo de sí misma, contenta de estar
allí, donde la quiere Dios, y cumpliendo con esmero la voluntad divina. Eso
es lo que hace que el más pequeño gesto suyo, no sea nunca banal, sino que
se manifieste lleno de contenido. María, Nuestra Madre, es para nosotros
ejemplo y camino. Hemos de procurar ser como Ella, en las circunstancias
concretas en las que Dios ha querido que vivamos.
Actuando así daremos a quienes nos rodean el testimonio de una vida
sencilla y normal, con las limitaciones y con los defectos propios de
nuestra condición humana, pero coherente. Y, al vernos iguales a ellos en
todas las cosas, se sentirán los demás invitados a preguntarnos: ¿cómo
se explica vuestra alegría?, ¿de dónde sacáis las fuerzas para vencer el
egoísmo y la comodidad?, ¿quién os enseña a vivir la comprensión, la
limpia convivencia y la entrega, el servicio a los demás?
Es entonces el momento de descubrirles el secreto divino de la existencia
cristiana: de hablarles de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de María.
El momento de procurar transmitir, a través de las pobres palabras
nuestras, esa locura del amor de Dios que la gracia ha derramado en nuestros
corazones.
|
|