María acoge el don de Dios 


Padre Jean Le Dorze,
Canónigo de la catedral de Vannes

 

 

 

¿Sorpresa? 
¿De verdad estuvo sorprendida, María, la joven Virgen de Nazaret, el día cuando el ángel entró en su casa y la saludó: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!”? San Lucas el evangelista que cuenta la escena, nos dice que estuvo conmovida y que se preguntaba lo que podía significar este saludo (cf Lc 1,26-38). No se sabe si María vivía sola en su casa o si estaba rodeada de algunos parientes cercanos. 

Sus padres probablemente ya no era de este mundo; el relato no habla de ellos en ningún momento. La tradición, según el Protevangelio de Santiago nos dice en efecto que Ana y Joaquín estaban muy avanzados en edad cuando tuvieron el gozo de dar a luz a su hijita tan deseada. José, el novio, carpintero en Nazaret, no la había llevado aun en su casa. En esta época, en el país de Israel, la gente se conformaba a la Thora, y los novios debían vivir cada uno en su casa durante un año aproximadamente, hasta la fecha de la boda. 

Un año de alegría deliciosa y de reflexión intensa 
Durante este lapso de tiempo María recibió la visita del ángel portador del Anuncio. Para María, como para todas las novias enamoradas, este año de espera fue un año de alegría deliciosa. El futuro se abre ante ella, radiando gozo. Había puesto su novio al corriente de su voto de guardar, bajo su protección, una virginidad perpetua, por amor a Dios; y José, un hombre justo, muy respetuoso de María, estaba totalmente de acuerdo. Dios en el centro de su vida, y José compañero de esta vida, ¿qué se puede desear mejor? Fue también un año de reflexión profunda en los grandes acontecimientos de la historia de su pueblo, un año de meditación y de oración intensa. Gracias a la educación recibida de sus padres, María entendía ahora cómo el Señor Dios – que amaba con toda la fuerza de su corazón y en quien tenía una confianza absoluta – se abría a través de mil dificultades un camino en el corazón del hombre, totalmente lleno, desde siempre, de violencia, de cobardía, de injusticia y de deseos incontrolados. 

La fe de Abrahán 
Había leído y releído tantas veces la historia de Abrahán, el antepasado de su pueblo, que Dios un día había llamado a dejar el mundo politeísta de Ur en Caldea donde vivía su familia. María admiraba a Abrahán que había puesto toda su confianza en la Palabra de Dios, que había creído sin reparos y que había salido en un acto de obediencia absoluta, sin saber lo que le ocurriría. 

Para el patriarca, la Palabra de Dios era la verdad misma, luz de su camino. Porque Dios le había asegurado: “Estaré contigo”, no podía perderse. María, meditando en su corazón esta aventura, comprendió que la llamada de Abrahán era el primerísimo comienzo de la primera alianza de Dios con el hombre. Soñaba de poner ella misma sus pasos en los de su lejano antepasado, padre de su pueblo, modelo de la fe. 


Un camino de pruebas 
Sin embargo María sabía también que la vida de Abrahán fue llena de contrariedades de todo tipo. Dios le había prometido una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y los granos de arena en la orilla del mar. El primer hijo tardó en llegar, mientras Sara y él estaban muy avanzados en edad. Segunda prueba, más cruel aun, algunos años después del nacimiento de Isaac: Abrahán se convenció de ser llamado a inmolar a este hijo primogénito, según la costumbre religiosa de todos los pueblos de alrededor. Obedeciendo pero el corazón desgarrado, se disponía a inmolar a este hijo, este único tan deseado, cuando Dios paró su brazo, haciéndole comprender que reprobaba los sacrificios humanos. 


La novia del Cántico 
Meditando las pruebas de Abrahán, María reflexionó sobre su propia vida. El Señor le había inspirado hacer el voto de virginidad perpetua, puesto que era inaudito que una joven, en esta época, se quedará sin casarse. Había hecho, este voto, como un acto de puro amor y de entrega total de sí misma en las manos de Dios. No sabía por qué caminos Dios la conduciría. Porque María estaba enamorada de Dios. Su meditación era el Cantar de los Cantares cuyas palabras le afectaban en pleno corazón. En el Cántico, Dios le hablaba, sin embargo sin revelar nunca su nombre. Le decía que buscaba febrilmente su presencia. El dialogo se perseguía en lo más intimo del corazón de la joven. “¡La voz de mi amado! Miradlo aquí llega, saltando por montes, brincando por colinas... Mirad cómo se para oculto tras la cerca, mira por las ventanas,... me dice: «Levántate, amor mío, hermosa mía, ... Paloma mía, escondida en las grietas de la roca,... Déjame ver tu figura, deja que escuche tu voz; porque es muy dulce tu voz y atractiva tu figura...”. (Ct 2,8-14) 


Fuente sellada 
María conocía de memoria el diálogo amoroso del Cántico. Lo volvía a decir al meterse en la cama, y desde su despertar, recorría la ciudad, las calles y los cruces para ir a coger agua a la fuente... Oía el novio de Dios decirle: “Eres huerto cerrado hermana y novia mía, huerto cerrado, fuente sellada... Ponme como sello en tu corazón, como un sello en tu brazo. Que es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el Seol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llamarada de Yahvé” (Ct 4,12 & 8,6). 

El Señor está contigo 
Era la oración cotidiana de María conversando con Dios. Entre ella y Dios, no hay sombra de una nube ni la mínima desconfianza. Nosotros, pobres humanos pecadores, tenemos dificultad a imaginar lo que podía ser esta viva llama de amor de la que nos hablan a veces los santos místicos. María, llena de gracia, llena de amor desde el primer momento de su existencia, vivía intensamente esta presencia enajenadora de Dios. ¿Cómo, en estas condiciones, podríamos pensar que fuera sorprendida al recibir ese día la visita del Ángel de la Anunciación? 

Vas a dar a luz un hijo 
La joven virgen, cuenta sin embargo el evangelista, fue muy conmovida, y se preguntaba lo que podía significar la solemnidad de este saludo. El ángel le dice entonces: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios; vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. 

Muy conmovida 
Se entiende perfectamente que fue conmovida. Su proyecto de vida era de quedarse virgen. José puesto al corriente, estaba de acuerdo. ¿Cómo ser madre sin la intervención del hombre? María no entendía. En la historia de su pueblo, hubo nacimientos inesperados por intervenciones especiales de Dios: Sara y Abrahán, por ejemplo; Rebeca e Isaac; Raquel y Jacob; más tarde, Ana y Elqana, y otros... Pero hoy, lo que el ángel propone es otra cosa. A María no le falta fe, pero no entiende, sencillamente. 

Las palabras de esperanza de Israel 
Las palabras del ángel expresaba la fe y la esperanza mesiánica de Israel. “El nombre que le darás significa Dios salva. Será a la vez hijo del gran rey David e Hijo del Altísimo”. Será declarado Hijo de Dios, es decir creado por el todo-poder de Dios, en la acción del Espíritu Santo. Por eso será Santo, puesto a parte para Dios. María entiende que las escrituras se cumplen. 

Se recuerda de la profecía de Isaías anunciando el nacimiento del Emmanuel a una época cuando Israel tenía una necesidad urgente de ser salvado. Se recuerda del profeta Nathan abriendo al rey David un provenir de bendición: “Tu trono será consolidado para siempre”. María entiende que en este momento las escrituras se cumplen. Dios manifiesta su gloria, su presencia y su intervención decisiva en la historia de la humanidad. El alumbramiento sorprendente pero inminente de su prima Isabel entrando en años es un signo que no engaña, atestando la autenticidad del mensaje. María piensa en Sara, esposa de Abrahán, muy entrada ella también en años, da la luz a Isaac, primera manifestación de la voluntad de Dios para realizar la Salvación. 



He aquí la esclava del Señor 
Disponible a la voluntad de Dios, porque ama plenamente, María siempre lo ha sido. Sin la mínima duda, como Abrahán, como Moisés, como Samuel, expresa su aceptación: “He aquí la sierva del Señor. Hágase en mi según tu palabra”. La historia humana acaba de entrar en los últimos tiempos. La hora de la Encarnación ha llegado: la Encarnación redentora, María, una de entre nosotros, la mejor, la purísima, la santísima, acoge el Don de Dios para dárnoslo. Para nosotros, los hombres, y para nuestra Salvación, el Verbo baja del Cielo. Es Dios, nacido de Dios, Luz nacido de la Luz, verdadero Dios nacido del verdadero Dios. Toma carne de la Virgen María y se hace hombre. Instala su tienda en medio de nosotros.