Mujer enamorada 

Antonio Bello

 

María también experimentó esta espléndida etapa de la vida, llena de asombro y lágrimas, regocijo y dudas, asombre y temor, en la que, como en un frasco de cristal, en la que todos los perfumes del universo parecían destilarse. 


Ti voglio bene. 
Je t' aime. 
Te quiero. 
Ich liebe dich. 
I love you. 

Yo no sé si en la época en que María vivió, la gente utilizaba los mismos mensajes de amor, tiernos como plegarias hechas con el corazón y breves como los graffiti que los jóvenes usan hoy en día. Sin embargo, aunque no utilizaran marcadores para pintar sus jeans, o gises para pintar las paredes, seguramente los jóvenes de Palestina se comportaban como los de ahora. 

Con el punzón de un escriba veloz sobre la corteza de una higuera, o con la punta de una vara de pastor sobre tierra arenosa, ellos debieron haber tenido un código para comunicarse su amor. Este sentimiento, viejo y a la vez siempre nuevo, estremece el alma de todo ser humano que se abre al misterio de la vida: ¡Te quiero! 
María también experimentó esta espléndida etapa de la vida, llena de asombro y lágrimas, regocijo y dudas, asombre y temor, en la que, como en un frasco de cristal, en la que todos los perfumes del universo parecían destilarse. Ella saboreó la alegría de encontrarse con amigos o de esperar la llegada de una fiesta, la exaltación de un baile, el gozo inocente ante un piropo, el gusto por estrenar alguna prenda. Todo esto fue tomando forma en ella, como una vasija en las manos de un alfarero, y todos se preguntaban sobre el misterio encerrado en esa transparencia sin impurezas, en esa frescura sin sombras. 

Una tarde, un joven llamado José se armó de valor y declaró: "María, te amo". Ella le respondió llena de emoción: "Y yo a ti". El brillo de todas las estrellas del cielo resplandeció en sus ojos. 

Sus amigas, que recogían flores con ella en el campo, no entendían cómo ella podía combinar su rapto en Dios con su amor por una creatura. Era difícil para aquellas jovencitas juntar estos dos amores. Para María, no obstante, era como juntar dos mitades de una frase de un salmo. Durante el sabbath la veían absorta en profunda oración y amor a Dios, conforme cantaba en el coro de la sinagoga: "Oh Dios, tú eres mi Dios, te busco, mi alma está sedienta de ti...como tierra árida, sedienta y sin agua (Sal. 63, 2)" Más tarde, al anochecer, mientras se juntaban para platicar acerca de sus sueños de amor, María las sorprendía al hablar de su prometido con la delicadeza del Cantar de los Cantares: "Mi amado se distingue entre millares... Sus ojos son como palomas posadas al borde de las aguas... Su aspecto es como el Líbano, gallardo como el cedro (Cant. 5, 10, 12, 15)" 
Para las otras jóvenes de Nazaret, el amor humano que sentían era como el agua en una cisterna: clara, sí, pero con algunos sedimentos en el fondo. Si la agitáramos un poco, no tardaría en ponerse lamosa. No sucede así con María. Ellas no podían entender que el amor de María no tuviera sedimentos, ya que el de ella era un pozo sin fondo. 
Santa María, mujer enamorada, inextinguible arbusto de amor ardiente, pedimos perdón por las ofensas contra tu humanidad. Te hemos creído capaz de producir sólo llamas que se elevan al cielo, y luego, tal vez por temor a contaminarte con cosas terrenas, te hemos creído incapaz de experimentar pequeñas chispas de amor aquí en la tierra. Sin embargo, tú, un horno de amor hacia el Creador, nos enseñas también cómo amar a las creaturas. Ayúdanos a ver la belleza de ambas formas de amor. 

Haz que entendamos que el amor es siempre santo, porque sus llamas provienen del único fuego de Dios. Haz que comprendamos también que con el mismo fuego, podemos encender lámparas de alegría e "incendiar" las cosas más hermosas de la vida. 
Por eso, Santa María, si es verdad, como canta la liturgia, que tú eres la "Madre del puro amor", admítenos en tu escuela. Enséñanos a amar, un arte difícil, que aprendemos con lentitud. Ayúdanos a quitar las capas de ceniza del fuego, sin extinguirlo. 

Amar quiere decir salirse de uno mismo, dar sin pedir, ser discreto. Significa sufrir, sacudirse las escamas del egoísmo, poner primero las necesidades de los otros. Es buscar la felicidad del otro, respetar su destino y hacerse a un lado cuando el momento de dejarle ir haya llegado. 

Santa María, ayúdanos a entender lo que significa el verdadero amor. Enséñanos a regocijarnos en el don de Dios cuando el amor llegue a nuestras vidas, y que sintamos el gozo de la vida como un manantial subterráneo que brota hacia arriba y forma un gran arroyo. 
Haz que veamos la santidad que se esconde en los ocultos saltos del espíritu, cuando nuestro corazón parezca detenerse o latir con más fuerza ante el milagro de la belleza que se haya en una puesta de sol, la brisa salada del mar, la caída de la lluvia en un bosque de pinos, la última nevada del invierno, los colores del arco iris, las harmonías de mil violones tocadas por el viento. Desde el subsuelo de nuestras memorias se eleva un deseo de paz, junto a esperanzas futuras que nos hacen sentir la presencia de Dios. 

Fuente: materunitatis.org