María, humana y santa

Antonio Bello

 

"María vivió en este mundo una vida como la de los demás, llena de preocupaciones familiares y trabajos". No se imaginan cuántas veces he leído esa frase sin sentir ningún tipo de emoción. 

Una mujer cotideana

El párrafo cuarto del Decreto sobre el Apostolado de los Laicos señala: "María vivió en este mundo una vida como la de los demás, llena de preocupaciones familiares y trabajos". No se imaginan cuántas veces he leído esa frase sin sentir ningún tipo de emoción. Sin embargo, la otra noche, este párrafo del Concilio Vaticano Segundo, citado bajo una imagen de María, me impactó tanto y me pareció tan atrevido, que fui a verificar si de verdad estaban escritas. 
Así pues, "María vivió en este mundo", no en las nubes. Sus pensamientos no flotaban en el aire; ella actuaba según el contexto específico de cada día. Aunque con frecuencia Dios la haya elevado a una experiencia de éxtasis, ella mantenía sus pies en la tierra. Lejos de ser una visionaria etérea, ella mantenía persistentemente los asuntos de su casa en medio de presiones diarias. 
Aún hay más: "Ella vivió... una vida como la de los demás", ¡una vida incluso como la del vecino de al lado! María tomó agua del mismo pozo; trituró el grano en el mismo molino; se sentó a tomar el fresco en el mismo patio. Ella también regresaba cansada al atardecer, después de espigar en los campos. Igualmente para ella llegó el día en que alguien le dijo: "María, tu cabello se está poniendo cano", y entonces ella miró su reflejo en la fuente, experimentando la misma nostalgia que envuelve a todo el que ve cómo se le desvanece su juventud. 

Sin embargo, las sorpresas no acababan ahí; cuando vemos que María estaba "llena de preocupaciones familiares y trabajos," al igual que nosotros, nos damos cuenta de que ella conocía la fatiga y el sudor del trabajo. Esto nos hace preguntarnos si nuestra penosa existencia de cada día tiene más significado de lo que nosotros pudiéramos pensar. 

Sí, ella también tuvo sus problemas de salud, económicos, de relaciones humanas, de cambios. ¿Quién sabe cuántas veces acabó con dolor de cabeza, tras haber lavado toda la ropa, o estuvo preocupada porque a José le llegaban muy pocos clientes a su taller? ¿Quién sabe cuántas puertas habrá tocado durante la época de pisar la aceituna para conseguir algún trabajo temporal para Jesús? ¿Quién sabe cuántas horas pasó tratando de rescatar un trozo de tela del manto ya raído de José para hacerle una capa a su Hijo? 

Como toda esposa, ella debió de haber tenido momentos de crisis en su relación con su esposo; por muy reservado que José fuera, no siempre debió de haber entendido el silencio de ella. Al igual que todas las madres, ella cuidaba de su Hijo con temor y esperanza, conforme se convertía en un adolescente y posteriormente en un joven. Como toda mujer, ella también experimentó el dolor de no ser comprendida, en ocasiones tal vez ni siquiera por sus dos seres más queridos. Quizás tuvo además miedo de decepcionarlos, de no estar a la altura de su papel. Y después de haber desahogado en llanto el tormento de un sentimiento de enorme soledad, ella debió haber experimentado el gozo de una comunión sobrenatural al reunirse con su familia para orar. 

Santa María, mujer cotidiana, quizás sólo tú puedas entender que nuestro deseo de atraerte de nuevo a los límites de nuestra experiencia terrenal no es por falta de respeto. Si nos atrevemos a dejar tu aureola a un lado por un instante, es simplemente porque deseamos ver tu belleza. Apagamos los haces de luz que brillan alrededor tuyo para medir mejor la omnipotencia de Dios, que ha escondido las fuentes de esa luz tras las sombras de tu cuerpo. 
Sabemos muy bien que fuiste destinada a navegar por los grandes mares, y, no obstante, nosotros queremos verte navegar por la costa, aunque sin reducirte a nuestro insignificante oficio costero. Si queremos verte cerca de nuestra orilla, es para darnos cuenta de que, al igual que tú, estamos llamados a aventurarnos en los océanos de libertad. 

Santa María, ayúdanos a entender que el mejor capítulo de teología no es el que te coloca dentro de los escritos bíblicos o patrísticos, de la espiritualidad o de la liturgia, de los dogmas o del arte. Más bien, es el que te ubica en la casa de Nazaret. Ahí, entre ollas y telares, lágrimas y oraciones, madejas de lana y rollos de Escrituras, tú experimentaste en las profundidades de tu feminidad un gozo sin remordimiento, dolor sin desesperanza, partida sin retorno. 
Santa María, líbranos de nuestras ansias por lo extraordinario; enséñanos a ver nuestra vida diaria como un lugar de trabajo en el que se construye la historia de la salvación. Suelta las amarras de nuestros miedos para que, como tú, nos abandonemos a la voluntad de Dios que se encuentra en las prosaicas vueltas de la vida y en la lenta agonía de las horas. Vuelve a caminar discretamente con nosotros, tú, que antes de ser coronada reina del cielo, probaste el polvo de nuestra pobre tierra. 

Fuente: materunitatis.org