María, Compañera de Nuestro Viaje 

Cardenal Fco. Xavier Nguyen Van Thuan

 

Santa María, mujer tierna y fuerte, tú nos acompañas en nuestro viaje por las calles de la vida. Cada vez que contemplamos las grandes cosas que Dios ha hecho en ti, sentimos un profundo remordimiento por nuestra pereza. Queremos intentar alargar nuestros pasos para caminar a tu lado. 

Acepta nuestro deseo de tomar tu mano, y apura el paso de estos viajeros fatigados. Como peregrinos en la fe, buscamos el rostro del Señor y te contemplamos como un icono de solicitud humana hacia aquellos que están en necesidad. Presurosos, llegaremos a la “ciudad”, y le llevaremos a los necesitados los mismos frutos de gozo que tú le llevaste a Isabel. 

Santa María, virgen de la mañana, danos la alegría de sentir, incluso bajo la niebla del amanecer, las esperanzas del nuevo día. Inspíranos palabras de valor. No dejes que nuestra voz tiemble cuando, a pesar de la gran maldad y los pecados que envejecen al mundo, nos atrevemos a proclamar que vendrán tiempos mejores. No permitan que en nuestros labios abunden más las quejas que las alabanzas; no dejes que el escepticismo aplaste al entusiasmo. Que el peso del pasado no nos impida creer en el futuro. Ayúdanos a confiar más en los jóvenes, y líbranos de la tentación de halagarlos con palabras estériles. Sólo nuestra autenticidad y consistencia los atraerá. Multiplica nuestras energías para que sepamos invertirlas en el único negocio aún rentable en el mercado de la civilización: la protección de las nuevas generaciones de los males atroces que ahora acortan el aliento de la tierra. Dale a nuestras voces el gozo del aleluya de Pascua. Llena de sueños las arenas de nuestro realismo. Ayúdanos a entender que cuentan más los retoños que brotan de las ramas, que las hojas caídas. Llénanos de la seguridad de los que ya ven hacia el horizonte que resplandece gloriosamente con los primeros rayos del sol. 

Santa María, virgen del mediodía, danos la alegría de la luz. Con mucha frecuencia vemos que nuestras luces se han apagado. Apártanos del abatimiento de la confusión e inspira en nosotros la humildad de indagar. Riega la sequía de la gracia en la palma de tu mano. Condúcenos a la fe que otra madre, pobre y buena como tú, nos transmitió de niños, y que hemos vendido con negligencia por un mísero plato de lentejas.. Tú, mendiga del espíritu, llena nuestras jarras con el aceite destinado a arder ante Dios; ya lo hemos dejado arder demasiado tiempo ante nuestros ídolos en el desierto. Ayúdanos a abandonarnos a Él. 

Templa nuestro espíritu de orgullo. No dejes que la luz de la fe, aun cuando se emplee en hacer denuncias proféticas, nos haga arrogantes y presuntuosos. Más bien, que ésta luz nos de el gozo de la tolerancia y el entendimiento. Pero, sobre todo, líbranos de la tragedia de que nuestra creencia en Dios pudiese permanecer ajena a las opciones concretas de cada momento, ya sean públicas y privadas, y corramos el riesgo y corramos el riego de nunca convertirnos en cuerpo y sangre sobre el altar de nuestros días de trabajo. 

Santa María, mujer del atardecer, Madre de la hora en que regresemos a casa y saboreemos el gozo de ser aceptados, compartiendo el gusto de sentarnos a la mesa con los demás, danos el don de la comunión. Lo pedimos para nuestra Iglesia, para que pueda crecer en la unidad que pidió el Señor. Lo pedimos para nuestra ciudad, con frecuencia reducida a un campo de batalla entre grupos. Lo pedimos para nuestras familias, para que el diálogo y el amor de auto renuncia las convierta en lugares privilegiados de crecimiento cristiano y civil. Lo pedimos para nosotros mismos, para que, lejos de todo egoísmo y aislamiento, podamos siempre ponernos del lado de la vida. Lo pedimos para el mundo entero, de tal manera que se vuelva a descubrir la solidaridad entre los pueblos, como único imperativo ético en el cual se base la sociedad. Que los pobres tomen su lugar, con igual dignidad, a la mesa de todos, y que la paz sea el propósito de nuestras laboras diarias. 

Santa María, virgen de la noche, te imploramos que estés a nuestro lado cuando el dolor golpee y la prueba nos alcance. Líbranos del terror de las sombras. Que a la hora de nuestro Calvario, tú, que experimentaste el eclipse del sol, extiendas tu manto sobre nosotros. Envueltos en tu aliento, la larga espera por la libertad será más soportable. Con un toque maternal aligera el sufrimiento de los enfermos. Llena con tu presencia tierna y discreta los instantes amargos de los que están solos. Ayuda a los viajeros fatigados, y ofréceseles tu hombro para que puedan descansar la cabeza. Aleja de todo peligro a nuestros seres queridos que trabajan en lugares distantes, y conforta con la mirada fortalecedora de tus ojos a los que han perdido la confianza en la vida. Repite hoy tu Magnificat, y anuncia una abundancia de justicia a todos los oprimidos. No nos dejes solos en la noche, cantando nuestros miedos. Más bien, si vienes junto a nosotros en la oscuridad y nos susurras que tú también estás en espera de la luz, se secarán las lágrimas de nuestros rostros. Entonces, despertaremos juntos al amanecer. Amén. 

Fuente: materunitatis.org