María no puede esperar

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

 

Cuando no vamos a la raíz de los problemas, no los podemos solucionar.

María Madre de Dios es la raíz de todas las prerrogativas, apoyados en esta realidad hay que desterrar los temores y sentimentalismos vanos en nuestra devoción a María.

Toda la importancia de María en su vida y para la nuestra arranca del hecho de ser Madre de Dios, y por lo tanto colaboradora de Cristo en nuestra redención.

Son realidades trascendentales para nuestra condición de cristianos, por eso no podemos relegar el papel de María en nuestra vida a algo pasajero y sentimental, fruto de una imagen de María desviada, bonita y finísima, que no coincide con la realidad de una ama de casa e un escondido pueblo de montaña y esposa de un trabajador no especializado.

Nuestra inconstancia, síntoma de nuestra continua adolescencia en el plano afectivo nos hace tambalear en nuestra relación con María por el simple hecho de que no asentamos nuestra devoción en lo que da sentido al papel de María en nuestra vida.

No nos quedemos entusiasmados por los colores de una estampa o el gesto de una imagen, todo eso es fruto de nuestra subjetiva concepción y síntoma de nuestra veleidad religiosa. Veamos lo que no pasa en María y es lo que justifica su puesto en la Iglesia y en nuestra vida: Ser Madre de Dios.

Fruto de la época, en que vivimos, es el valorar las cosas o personas por las apariencias y primeras impresiones y no pasar al meollo de la realidad. Cada uno de nosotros ama a su madre no por los rasgos físicos, de los que tal vez uno participa, sino por lo que ha sido para nuestra vida y por el papel que desempeña.

María no puede pasar por nuestra vida como algo efímero y sin importancia, si nuestra devoción hacia Ella la cimentamos en su maternidad divina y somos concientes con lo que esto lleva consigo: Tener a Dios como Padre y a los hombres como hermanos.