María en la sombra
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
¡Qué
diferentes son las actitudes de María, reflejo de las de Cristo, de las que
tenemos la mayoría de los mortales!.
Nos
gusta ser considerados, que se nos reconozca lo bueno y positivo que tenemos
y hacemos. Si no buscamos directamente los primeros puestos, no rehusamos
llegar a ellos, y nos encontramos satisfechos, cuando alguien nos pide
nuestro parecer o consejo. Esta actitud está basada en la valoración que
nos hacemos respecto a los demás.
La
actitud de María era lo más distante, que nos podemos imaginar de lo que
nosotros hacemos o pensamos. Su puesto único en la historia de la salvación,
anhelado por millares de mujeres israelitas, no fue por Ella buscando, sino
todo lo contrario, había renunciado libremente a él por su consagración
total a Yahvé. Sólo lo aceptó cuando conoció que esa era la voluntad de
Dios.
Una
vez que ya es Madre del Mesías esperado sigue en el anonimato de su
pueblecito de Nazaret, no se traslada a Jerusalén, ni lo publica en la
Sinagoga.
En
su viaje por razón del empadronamiento no alega su condición de mujer
privilegiada, para que la tengan en consideración.
En
sus quehaceres domésticos no se quejaba, más bien estaba pendiente de
quien pudiera de Ella necesitar sus servicios, si éstos no eran requeridos
se prestaba a proporcionarlos no por ostentación, ya que su manera discreta
de actuar no la delataba, pues, quedaba en segundo plano, como aconteció en
las bodas de Caná.
Las
lecciones “particulares” que recibiría en los años de la vida oculta
de su Hijo no la llenaron plenamente, pues, no perdía ocasión de
escucharle, cuando hablaba a la muchedumbre. Lo hace no ocupando un puesto
de preferencia entre los más allegados al Maestro, sino metida entre
aquellas gentes sencillas en las que Jesús siembra la semilla del Reino de
los Cielos.
María
siempre permanece en la sombra, cuando su reconocida presencia le llevaría
a una enaltecida dignidad; no obstante, cuando las circunstancias no son
humanamente halagadoras, entonces Ella se hace presente, pues, el permanecer
en penumbra podría suponer cobardía o falta de amor hacia su Hijo, por
ejemplo, en el camino hacia la cruz y el calvario.
La
actitud de María de hacerse presente, pero sin ostentación choca con la
nuestra, que buscamos el que se nos considere constantemente, siempre que
sea para honrarnos y no nos gusta pasar desapercibidos.
“Por
los frutos los reconoceréis”
nos dice el Evangelio, no por la apariencia, el puesto social que
ocupa. Aplicando este criterio a María, vemos que “porque se fijó en la
humildad de su esclava...” (Lc. 1,48), que Dios la eligió para que fuera
su Madre.
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