Nuestra Señora de cada día de la semana
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
Jueves
Nuestra
Señora ama de casa.
Si
hubiese cubierto María cualquier cuestionario en el que se le preguntase
por la profesión, leeríamos: S.L.., o Ama de Casa, es decir, la persona
que tiene como oficio todo lo concerniente al hogar, al arreglo, al cuidado
y a la adquisición de lo necesario no sólo en cuanto a enseres, sino también
en cuanto a víveres, al sustento de todos los que forman la familia.
Siendo
mujer de un obrero (y de los de entonces), lo normal es que “viviese al día”;
entonces no se iba al mercado y se abastecía para una temporada, sino que
se conseguía lo necesario.
La
gran muchedumbre de mujeres que pasas por la vida si ninguna ostentación,
dedicadas a los quehaceres domésticos, con la exquisita preocupación de
tener la comida a su hora, con el detalle de poner el plato preferido en
ciertos días señalados, tiene en María
un modelo.
Como
ama de casa buena administradora a la hora de hacer la compra, pues, donde
no abundaban los ingresos, tendría que “hacer números” para estirar el
jornal de su marido José.
La
falta de abundancia de ingresos
no era obstáculo para que en el hogar de Nazaret reinase una gran
paz y armonía, ya que ocupaba el centro de todas las preocupaciones e
intereses del amor de Dios, quien había tomado posesión de aquellos
sencillos y humildes corazones.
Se
cumplía allí lo que nos dice la Sagrada Escritura: “Más vale plato de
verdura con amor que buey cebado con rencor” (Prov. 15, 16-17).
Las
labores domésticas le ocupaban mucho tiempo, pues, fue el oficio que quiso
tuviera en la tierra aquella a la que coronaría Reina del Universo. Para
Dios no cuenta el tener, el puesto social, sino el amor que ponemos en
aquello que hacemos y que siempre, por muy
grandioso que nos parezca a nosotros, será pequeño a los ojos de
Dios.
El
puesto que Dios reservó para su Madre en la tierra fue el de Ama de Casa,
Ella lo desempeñó a la perfección, pues, el mismo Jesús puso algunas parábolas
tomadas de al vida ordinaria del hogar, v.gr. la de la levadura (Mt. 13,33),
la de la moneda perdida (Lc. 15, 8-10).
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