En
1Cor 15,45, San Pablo presenta a Cristo como “el último Adán”.
El primer Adán introdujo la ruina y la ruptura en el mundo. El
segundo al restaurar la obra rota, reconcilia al Mundo Con Dios.
Pero vale la pena señalar que hacia el año 150 aparece, por
primera vez, en San Justino el convencimiento de que de la misma
manera que junto a Adán existió la figura de Eva como colaboradora
en la obra por la que el pecado contra el mundo, también junto a
Cristo, el nuevo Adán, hubo una figura femenina, Santa María, que
coopera con él en la obra de salvación.
La primera Eva dialoga con el diablo, desobedece a Dios y con ello
trae sobre la humanidad muerte y ruina; María, segunda Eva, dialoga
con el ángel, obedece a Dios y da a luz al Salvador y con El a la
salvación.
Tertuliano, por su parte, acentúa la importancia de la fe de María
en esta su colaboración positiva:"Eva había creído a la
serpiente; María creyó a Gabriel. Lo que aquella pecó creyendo,
lo borró ésta creyendo”.
La cooperación activa de María a la obra redentora y
reconciliadora de su Hijo tiene su punto de partida en su
asentimiento libre a la encarnación del Logos; en ese asentimiento
se expresa su actitud de sierva del Señor que con fidelidad plena
(virginal) mantendrá durante toda su vida, y que tiene un sentido
estricto de "compasión” junto a la cruz de Jesús. Con la
muerte del Señor se cierra la cooperación mediadora de María a la
realización misma de la obra salvadora de Jesús sobre la tierra.
Una vez que Cristo resucita y sube al cielo, María ejercita su
mediación como intercesión, incluso en el tiempo en que Ella vivió
todavía sobre la tierra (ver Hech 1, 14).
María, que desde el principio se había entregado sin reservas
a la persona y obra de su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la
iglesia desde sus mismos comienzos esta su entrega materna.
El hecho de designar a María como “aliada de Dios” en la obra
de la Reconciliación contiene un programa extraordinariamente bello
para cada uno de nosotros. Hemos de llegar a ser “aliados de
Dios” en orden a conseguir la reconciliación total en este mundo
dilacerado.
…hemos de llegar a vivir una actitud permanente de entrega a la
reconciliación. Hemos de tener corazones permanentemente
reconciliados y permanentemente reconciliadores. Ello se conseguirá
teniendo un corazón como los de Jesús y María.
Extracto de: "Jesús, María y la Reconciliación".
Ediciones Vida y Espiritualidad - Lima 1990
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