El
amor a María no es un invento tardío o una superstición
introducida por el emperador Constantino. Ya hemos visto los textos
del Evangelio. Y, si leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles,
veremos que aquellos primeros cristianos del siglo I: Perseveraban
unánimes en la oración con María, la madre de Jesús (Hech 1,
14). No podían vivir solos, necesitaban del apoyo y del amor
maternal de María, para no equivocarse en la fe. Y María les daba
ejemplo y acudía con ellos a la misa diaria. Dice el texto: Diariamente
acudían unánimes al templo, partían el pan en las casas
(partir el pan o fracción del pan era la palabra usada en aquel
tiempo para hablar de la misa) y tomaban su alimento con alegría
y sencillez de corazón, alabando a Dios en medio del general favor
del pueblo. Y cada día, el Señor iba incorporando a los que habían
de ser salvados (Hech 2, 46-47).
Y
el amor que los apóstoles y aquellos primeros cristianos tenían a
Maria, como madre de Jesús y madre suya, se lo transmitieron a las
generaciones sucesivas. A este respecto, debemos citar a los Santos
Padres, que son los escritores cristianos de los ocho primeros
siglos (también se considera entre ellos a San Bernardo, aunque es
del siglo XII). Ellos fueron santos y transmitieron la verdadera fe
desde el principio, y la Iglesia con su autoridad aprobó su
doctrina, citándolos continuamente como testigos privilegiados de
la tradición cristiana primitiva. Ellos son, hasta ahora, como la
memoria viva de la auténtica doctrina católica, tal como se vivía
en los primeros siglos. Ellos nos transmiten lo que siempre y en
todas partes se creía en aquellos tiempos, lo cual es fuente segura
para saber cuál es la verdadera fe que Jesús enseñó. Ellos
compusieron el Credo (resumen de las verdades de la fe), fijaron con
claridad el canon de las Escrituras y precisaron la doctrina católica
al luchar contra los herejes. Ellos son los garantes y testigos de
la auténtica doctrina católica y, por eso, algunos concilios y
Papas, incluso hoy, acuden a ellos para confirmar sus enseñanzas.
En el concilio de Calcedonia, en el año 451, se comienza diciendo: Siguiendo
a los Santos Padres... Pues bien, nosotros también acudiremos a
estos Santos Padres para confirmar la doctrina sobre la Virgen María.
Ya
en el siglo I, san Ignacio de Antioquía, en sus escritos, habla de
María como madre universal, recalcando su virginidad perpetua y su
maternidad divina. A este respecto, digamos que en el siglo II ya
había imágenes de María, pues se han encontrado cuatro imágenes
de la Virgen con el niño en las catacumbas de santa Priscila de
Roma. En este mismo siglo, se ha descubierto también la inscripción
Ave María en la iglesia-sinagoga de Nazaret, construida
sobre la casa de José y de María. Sobre esta iglesia, usada por
los primeros cristianos, se había construido una iglesia bizantina.
Sobre la iglesia bizantina, los cruzados habían construido otra
iglesia. En el siglo XVIII, los padres franciscanos habían
construido otra iglesia más grande y, actualmente, en el mismo
lugar donde habían sido construidas estas iglesias, sobre la misma
casa de José y María, está construida la gran basílica de la
Anunciación, que es obra del arquitecto italiano Giovanni Muzio, y
que fue consagrada el año 1969.
Antes
de construir la actual basílica y al echar abajo la anterior
iglesia, el gran arqueólogo bíblico padre Bellarmino Bagatti
aprovechó para excavar y descubrir algunos datos interesantes. En
la primitiva iglesia-sinagoga de los primeros cristianos de Nazaret,
el padre Bagatti encontró la inscripción en griego Kaire Maria,
Ave María. Otro escrito, en antiguo armenio decía: Virgen bella.
El
padre Bagatti le dijo personalmente a Vittorio Messori: Tenemos
la prueba de que la invocación a María nace con el cristianismo
mismo y en el mismo lugar donde habitaba María. Gracias a las
excavaciones realizadas, el católico sabe que, recitando el
rosario, se enlaza a una cadena iniciada en Nazaret mismo. Una
cadena de oración comenzada por alguno que había conocido a la
Madre de Jesús, cuando para todos no era más que una joven como
tantas otras[1].
En
el siglo IV, ya se celebraban en Roma cuatro procesiones en honor de
María y se celebraba la fiesta de la purificación, además de la
Anunciación. En Siria, desde el año 370, se celebraba la fiesta de
la virginidad de María. En el siglo V se comenzó a celebrar la
fiesta de su Natividad; en el siglo VI, la fiesta de la Asunción; y
en el siglo VII, la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Pero
¿qué significa el nombre de María? El nombre de María era muy
común entre las mujeres judías en tiempos de Jesús. María en
hebreo se escribe Mrym y es pronunciado Miryám. Muchos autores han
considerado que Miryám tiene un origen egipcio, pues María, la
hermana de Moisés, había nacido en Egipto. Myr en egipcio, según
se ve por los jeroglíficos antiguos, significa amada. Por otra
parte, yam sería la abreviación del nombre de Dios, que para los
judíos era Yahvé. En este caso, María significaría amada de Yahvé.
Pero
otros estudios piensan diferente. Según las excavaciones
practicadas en Ugarit, en Medio Oriente, se ve que el alfabeto ugarítico,
que es cuneiforme, es bastante parecido al alfabeto hebreo. Algunos
han considerado de estos descubrimientos que la raíz Mrym es
equivalente a la hebrea marom, que significa excelsa. Según ellos,
María significaría La Excelsa, es decir,
la más alta y excelsa de las criaturas. Ambos significados
parecen coincidir, pues la amada de Dios es, a la vez, la más
excelsa y hermosa de todas las criaturas.
De
todos modos, sea cual sea su significado etimológico, lo importante
es saber que, para nosotros, el nombre de María, que tantos
millones de mujeres y de hombres cristianos llevan, es un nombre que
nos inspira amor y confianza en la madre de Jesús y madre nuestra.
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