Hay
muchos ateos, judíos y protestantes, que se han convertido a
nuestra fe católica por medio de María y han encontrado en Ella el
camino a Jesús. Evidentemente, cada conversión es un camino único
y personal; pero, ciertamente, la mano de María, como madre
amorosa, no está ajena de ninguna conversión, aunque su influencia
no aparezca siempre con toda claridad. ¿Quién podría estar más
interesada en que amemos a Jesús sino María? ¿De mano de quien
vienen todas las gracias recibidas de Dios, sino de María, que es
la mediadora de todas las gracias?
El 10 de marzo de 1615, iba a ser ahorcado por su fe católica el
padre Ogilvie en Glasgow, Inglaterra. Al ver a miles de espectadores
ante él, tomó el rosario, que era lo único que le quedaba, y lo
arrojó con mano fuerte en medio de la inmensa multitud para que
alguien pudiera recogerlo. El rosario vino a dar en el pecho de un
joven húngaro calvinista, llamado Juan Keckersdorff, que viajaba en
plan de recreo y se hallaba allí por casualidad. Se sintió
emocionado y el recuerdo del rosario lo persiguió por todas partes
hasta que un día abjuró en Roma de su herejía, haciéndose católico.
Y solía repetir que debía al rosario su conversión .
- PAUL CLAUDEL, famoso poeta y dramaturgo francés (1868-1955) nos
cuenta cómo el 25 de diciembre de 1886 fue a la iglesia de Notre
Dame (Nuestra Señora) de París. Dice: Asistía yo a Vísperas en
Notre Dame y, escuchando el Magnificat, tuve la revelación de un
Dios que me tendía los brazos... Pero el hombre viejo se resistía
con todas sus fuerzas y no quería entregarse a esta nueva vida, que
se abría ante él... El sentimiento que más me impedía manifestar
mi convicción era el respeto humano... El pensamiento de
manifestarme como uno de los tan ridiculizados católicos, me producía
un sudor frío... ¡Cómo envidiaba a los que iban a comulgar! .
Para él, el momento del canto del Magnificat, el canto de María,
fue el momento clave en el que Dios le hizo sentir todo su amor.
Dice él: En ese momento, se produjo el acontecimiento clave. En un
instante, mi corazón fue tocado y creí. Creí con tal fuerza de
adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción
tan fuerte, con tal certeza, que no dejaba lugar a ninguna clase de
duda... Era una verdadera revelación interior. Fue como un
destello: Dios existe y está ahí. Es alguien, es un ser tan
personal como yo y me ama .
- ALEXIS CARREL (1873-1944), famoso premio Nóbel de medicina, francés,
era ateo y en julio de 1903, acompañó como médico a una
peregrinación de enfermos al santuario de Lourdes. En la
peregrinación había una joven, María Bailly, que tenía
peritonitis tuberculosa y estaba moribunda. Él la estuvo observando
continuamente y vio con sus propios ojos cómo se curó instantáneamente
ante la imagen de la Virgen. Él dice: Eran cerca de las cuatro de
la tarde. Acababa de suceder lo imposible, lo inesperado, ¡el
milagro! Aquella muchacha, agonizante poco antes, estaba curada .
Aquella misma noche no pudo dormir y fue ante la gruta para pedir a
la Virgen esa fe, que todavía le costaba aceptar, después de
tantos años negando las cosas sobrenaturales. Por su parte, María
Bailly se hizo religiosa de la caridad de san Vicente Paúl y murió
en 1937.
- DOUGLAS HYDE (1911-1981), fue un gran periodista inglés, que se
hizo comunista y, durante 20 años, fue el director jefe del periódico
Daily Worker, periódico del partido comunista inglés. Él cuenta
en su libro Yo creí que muchos días entraba a una iglesia católica
para encontrar paz en su alma. Se sentaba en la penumbra, cuando no
había nadie, y, aunque no rezaba, sentía en aquel lugar una paz
especial. Él dice:
Un día sucedió algo. Estaba sentado en la penumbra, en el último
banco como de costumbre, cuando entró una joven de unos dieciocho años,
pobremente vestida y no muy agraciada. Al pasar por mi lado, vi la
expresión de su rostro: estaba preocupada... Avanzó con paso
decidido por el centro de la iglesia hacia el altar, después giró
hacia la izquierda, encaminándose a un reclinatorio en el que se
arrodilló delante de Nuestra Señora, después de haber encendido
una vela y echado unas monedas en la alcancía... Al salir, miré su
rostro. Su preocupación, fuera cual fuera, había desaparecido. Y
yo hacía meses y años que llevaba a cuestas el peso de la mía.
Cuando estuve seguro de que nadie me veía, avancé por el centro de
la iglesia, eché unas monedas en la alcancía, encendí una vela y
me arrodillé en el reclinatorio delante de la imagen de Nuestra Señora...
Pero ¿cómo se rezaba a Nuestra Señora? Yo no lo sabía... Cuando
salí, traté de recordar las palabras que había pronunciado y casi
me eché a reír. Era la letra de una música de baile del año
veinte, de un disco de gramófono, que había comprado en mi
adolescencia: Oh dulce y encantadora dama, sed buena ¡Oh Señora,
sed buena conmigo! .
Ese mismo día, 7 de enero de 1948, telefoneó al colegio de los
jesuitas de su barrio para pedir preparación para el bautismo, para
él y su esposa y sus dos hijos. Y después de bautizado, fue un
gran cristiano, que viajaba por todas partes para hacer entender a
todos la maldad del comunismo y la alegría y la paz que había
encontrado en su nueva fe.
- BRUNO CORNACCHIOLA, católico no practicante, se había hecho
adventista. Un domingo se fue con sus tres hijos a un lugar de las
afueras de Roma, llamado Tre Fontane (tres fuentes), para dar un
paseo. Mientras sus hijos se divertían, él preparaba un sermón en
contra de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, que iba a
predicar en su iglesia. De pronto, se le apareció la Virgen junto a
sus tres hijos y su vida se transformó. Al día siguiente, fue a
colocar en la gruta de la aparición esta inscripción: Yo era
colaborador del mal, enemigo de la Iglesia y de la Santísima
Virgen; el 12 de abril de 1947, en este lugar, se me apareció a mí
y a mis hijos la Santísima Virgen de la Revelación. Me dijo que yo
debía, con las señales y revelaciones que me daba, volver de nuevo
a la Iglesia católica, apostólica y romana. Amad a María, nuestra
dulce Madre. Amad a la Iglesia. Ella es el manto que nos protege del
infierno. Rezad mucho. Rezad.
A lo largo de su vida, María se le volvió a aparecer unas 26 veces
más y él se dedicó a predicar por todas partes el amor a María,
a Jesús Eucaristía y al Papa. Decía: He aquí la verdadera
Iglesia de Cristo, la Iglesia que vive de Jesús Eucaristía, que
reconoce a María Inmaculada y que obedece y defiende al Papa.
Actualmente, en el lugar de las apariciones hay un hermoso santuario
construido en 1957. Y allí se realizan grandes milagros y
conversiones para gloria de Dios .
- El doctor GUSTAVO BICKEL, sabio profesor de la universidad de
Berlin, tuvo que hacer un trabajo de traducción de los versos de
uno de los mejores poetas del siglo IV, San Efrén, llamado el
citarista de la Virgen. Bickel era luterano; pero, al traducir
aquellos versos, se dio cuenta de cómo ya en los primeros siglos
los cristianos amaban a María y la llamaban Madre de Dios,
inmaculada, siempre virgen, superior a los ángeles en santidad...
Por eso, el sabio Bickel pudo decir: Los protestantes rechazan el
culto a María, pero los primeros cristianos sí la honraban y la
amaban de verdad. Y se hizo católico y sacerdote.
- El sabio alemán HERBOST se perdió una vez de camino en una
excursión en pleno verano. Llegó a una casita y preguntó a una
anciana por dónde estaba el camino para llegar a la ciudad. Ella le
dijo:
- Suba a aquella colina y desde allá verá muy claro por dónde es
el verdadero camino. Pero no se olvide de rezarle a la hermosa
Virgen que hay en la capilla de la colina, verá qué hermosa es.
El sabio llegó a aquella capilla y se quedó unos minutos mirando
con atención a aquella imagen y sintió tanta alegría y paz que
decidió conocer más la fe católica y, después de un tiempo, se
hizo católico, siendo toda su vida un verdadero devoto de María.
Para él la entrada en una capilla de la Virgen fue el principio de
su conversión.
- En Taiwán, en Wu Fung Chi, la noche del 9 de noviembre de 1980,
tres alpinistas budistas, llegaron a un refugio construido por católicos,
pues había en él una imagen de la Virgen María. Uno de los
alpinistas se dirigió a la imagen y le dijo:
- Yo no sé rezar en tu religión; pero, por favor, ayúdanos a
hacer el viaje. Desde ese momento hasta alcanzar la meta, llevaron
una vela encendida que no se apagaba. Como reconocimiento, los tres
se convirtieron al catolicismo .
- En el mes de setiembre de 1956, un doctor en medicina, su esposa y
su hijo, paralítico del lado derecho, se encuentran pasando sus
vacaciones en Francia, antes de regresar a su país, Inglaterra.
Avanzan por la carretera sin ninguna intención de detenerse en
Lourdes, pero una avería les obliga a detenerse tres días,
precisamente en Lourdes. Se alojan en un hotel. El hijo del cocinero
del hotel, que tiene la misma edad de John, el niño paralítico, y
se llama Jean, se le acerca y conversan, pues John había aprendido
bien el francés. Jean le habla de las maravillosas curaciones que
ocurren en Lourdes por medio de la Virgen. John quisiera ir a la
gruta, pero cree que su padre no se lo va a permitir, pues ellos no
son católicos y su padre cree que esas cosas son supersticiones.
Pero Jean no se desanima y le dice que, al día siguiente por la mañana,
pueden ir los dos a la gruta, ya que John puede caminar despacio con
muletas. A la mañana siguiente, como si fuera una travesura
inocente, se escapan a la gruta muy temprano. John dice repetidas
veces a la Virgen, tal como le ha dicho Jean:
- Madre mía, cúrame y bendíceme.
Un sacerdote sale a celebrar la misa. En el momento de la consagración,
le dice Jean:
- Ahora hay que arrodillarse, arrodíllate aquí a mi lado.
Y John, sin caer en la cuenta de lo que hace, se pone de rodillas
con toda naturalidad, cosa que no había podido hacer en toda su
vida. Hasta que se da cuenta y se levanta y empieza a caminar sin
ninguna dificultad. Y Jean le dice:
- No digas nada, ya verás qué sorpresa se llevan
Pero la sorpresa fue para ellos, pues el papá de John ya estaba
preocupado y estaba buscándolo. Al encontrarlo caminando
normalmente, se queda asombrado y va personalmente con su hijo a
agradecer a la Virgen por aquel gran milagro que les había
concedido y por el cual se convirtieron a la fe católica .
- Guillermo era un joven honrado y piadoso, de nacionalidad
canadiense y religión protestante. En 1914, fue enviado a Francia
para luchar en la primera guerra mundial. Una noche, en medio de la
batalla, quedó gravemente herido. Tenía cinco roturas en el brazo
y, lo que es peor, una gangrena mortal que avanzaba rápidamente.
Los médicos quisieron amputarle el brazo, pero él no quería y,
como había oído de los milagros que se realizaban en Lourdes,
insistió ante la religiosa que lo cuidaba, que lo llevaran a
Lourdes. Por fin, la Superiora dio permiso y la hermana lo acompañó
a Lourdes, a donde llegó al día siguiente, después de doce horas
de viaje. Lo llevaron ante la Oficina médica para que constataran
su estado de salud, y el médico judío que lo atendió le dijo que,
humanamente, no tenía remedio, si no se operaba. Fue a la basílica,
donde estaban rezando el rosario, y asistió a la misa. Durante la
misa, Guillermo escuchó que alguien le decía:
- ¿Qué vas a hacer, si quedas curado?
Pensó que había sido la religiosa, pero ella le dijo que no había
dicho nada. Otra segunda vez, volvió a oír las mismas palabras.
Entonces, comprendió que era una voz sobrenatural y conmovido
respondió:
- Daría mi vida por Dios.
- ¿Como?, respondió la voz.
- Seré sacerdote.
- ¿De qué clase?, insistió la voz.
- De la clase que lo da todo.
Por la tarde, a la hora de la procesión y bendición con el Santísimo
Sacramento, cuando el obispo le dio la bendición, quedó instantáneamente
curado, y empezó a gritar:
- ¡Estoy curado!, ¡Estoy curado!
Lo examinaron los médicos de la Oficina de Lourdes y no encontraron
ni rastro de las roturas del brazo ni de la gangrena. Estaba
perfectamente curado. Muy agradecido a Jesús y a la Virgen Santísima,
regresó a su regimiento y continuó luchando hasta el final de la
guerra. En 1918, regresó a su patria. Se hizo instruir en la fe católica
y se bautizó junto con su esposa y sus dos hijos. Al poco tiempo,
murió su esposa y, dejando a sus dos hijos bien cuidados y
asegurados, entró en el noviciado de los jesuitas.
Al estallar la segunda guerra mundial, fue uno de los primeros
capellanes que se ofrecieron voluntariamente para ir al frente. Uno
de los caídos, a quien tuvo que atender, fue un joven piloto
canadiense caído en las cercanías. Era su propio hijo, a quien
atendió como sacerdote hasta el último momento. Después de la
guerra, tuvo la alegría de ver a su hija entregarse como religiosa
al servicio de Dios y continuó siendo de esos sacerdotes entregados
que lo dan todo, sin esperar recompensas .
- En una sesión del Congreso católico, celebrado en Lille
(Francia), un sacerdote inglés contó lo siguiente:
En una ciudad de Inglaterra residía una familia anglicana. El más
pequeño de los hijos, aprendió de unos amigos católicos el avemaría.
Una tarde, lo recitó delante de su madre y ella lo reprendió para
que nunca más volviera a mencionar aquellas alabanzas a María,
pues era una mujer como las demás. Un día, el niño, leyendo el
Evangelio de san Lucas, encontró que el ángel le decía a María:
Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo... Y su
prima Isabel, llena del Espíritu Santo, le decía también: Bendita
tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre (Lc 1).
Entonces, el niño le dijo a su madre:
- Mamá, el avemaría está en la Biblia, ¿Por qué no se puede
rezar?
La madre, por toda respuesta, le dijo que no volviera a sacar el
tema. Pero el niño le daba vueltas a su cabeza, pensando que María
no podía ser una mujer como las demás, pues Ella era la mamá de
Jesús.
El niño creció y, a los trece años, es una velada familiar
defendió su idea de que María no era como las demás mujeres, pues
el Evangelio dice que Ella es llena de gracia y que todas las
generaciones me llamarán bienaventurada (Lc 2). Años después, el
joven entró en el ejército y se convirtió al catolicismo. En unas
vacaciones, fue a visitar a su hermana, quien le dijo que preferiría
ver muertos a su hijos antes que verlos católicos. Pero, en
aquellos días, uno de sus hijos sufrió una grave enfermedad y su
hermano le dijo que rezara con devoción el avemaría para pedir la
salud por intercesión de María. Al fin, ella accedió. Al día
siguiente, el niño estaba curado con gran sorpresa del médico, que
lo consideraba como un milagro. A los tres meses, su hermana, con su
esposo e hijos, se hizo católica. Y el hermano, dejando la vida
militar, entró al Seminario y llegó a ser sacerdote. Y terminaba
diciendo:
- Y ese sacerdote soy yo. Padre Tuckwell .
- Una religiosa contemplativa me escribió el siguiente testimonio:
A primeros de julio de 1979, estaba en mi casa, con permiso de Roma,
para atender a mi madre enferma. Un día tuvimos que internarla en
el hospital a causa de una afección cardíaca y bronquial. La
pusieron en una habitación con otras dos pacientes. Una se llamaba
María y tenía 36 años. La otra tenía 40. Ambas estaban muy
alejadas de Dios y tenían carteles pornográficos en la habitación,
cosa incomprensible en un centro público.
María tenía hepatitis contagiosa y nadie la visitaba. Había
pertenecido al partido comunista y había sido una verdadera líder,
dando mítines; pero se había dado al licor, al punto de llegar a
beber 40 vasos de vino blanco cada día. Hasta que un día cayó
enferma y tuvieron que internarla en el hospital. Pero sus amigos
comunistas la abandonaron a su suerte y nadie se acordaba de ella ni
la visitaba.
Yo procuré hacerme su amiga y empezó a hacerme confidencias de sus
orgías con sus amigos, cuando estaba sana y cómo ahora se sentía
triste por estar abandonada de todos. Un día le sugerí que se
confesase para encontrar la paz perdida, pero me dijo: No quiero
saber nada de curas, no me hables de ellos. Otro día le dije, si
podía colocar una estampa de la Virgen de Fátima en la mesilla de
mi mamá y me lo aceptó con gusto. Al otro día, les pedí a las
dos si podíamos sintonizar la radio durante 25 minutos para oír el
rosario, que las religiosas de mi convento transmitían todos los días.
Accedieron, porque me estaban tomando cariño. Así que empezaron a
rezar el rosario conmigo todos los días.
Como a mi mamá la visitaban dos sacerdotes muy buenos, uno de 74 años
y otro de 91, les conté el caso y ellos intentaron acercarse a ver
si se confesaba. Pero nada. Ellos me dijeron: “Contigo, quizás se
confiese, pero con nosotros ni vernos de lejos”. Tenía verdadero
odio a los sacerdotes en su corazón. Entonces, le pedí que llevara
la medalla de la Virgen en su cadena, llena de otros amuletos, y
accedió. Le llevé también dos postales, una de la Virgen de Fátima
y otra de Jesús en la agonía, y las colocó en su mesita. De
nuevo, le rogué que se confesara, pero nada.
Mi mamá fue dada de alta y regresamos a casa. Pero regresé a los
pocos días a visitarla y ya no tenía las revistas pornográficas.
Y, por fin, según me dijo el capellán, la víspera de la fiesta de
la Asunción se confesó. Y, al poco tiempo, murió. Según me dijo
su compañera, se había colocado al pecho con esparadrapo las dos
postales que yo le había regalado. Pero antes de morir había
podido comulgar durante varios días. Murió el 6 de septiembre de
1979. Nadie preguntó por ella, y a los tres días la enterraron. La
compañera me dio dinero para mandar celebrar una misa por su eterno
descanso.
Como vemos, la Virgen María nunca falla. Cuando parecía imposible
que se confesara, la Virgen por medio del rosario y de la medallita,
consiguió con su intercesión ante Jesús, la salvación de esta
alma, que parecía perdida para siempre.
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