La Santísima Virgen María y la Eucaristía

Padre Guillermo Juan Morado

 

El Santo Padre, Juan Pablo II, acaba de regalar a la Iglesia una Encíclica, fechada el 17 de Abril, Jueves Santo, con el título “Ecclesia de Eucharistia”, en la que expone de manera muy clara y profunda la relación de la Sagrada Eucaristía con la Iglesia: “La Iglesia vive de la Eucaristía”; en el Santísimo Sacramento encuentra su tesoro más precioso y el alimento que sostiene su peregrinar por la historia.

El último capítulo de esta encíclica está dedicado a la Santísima Virgen: “En la escuela de María, mujer eucarística”. Guiados por Santa María hemos de redescubrir, para valorarla más, la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento para que así podamos aprender a estar. Porque ser cristiano no consiste, ante todo, en hacer muchas cosas. Ser cristiano consiste, básicamente en estar; en saber estar. 

¿Cómo es el estar de Jesús en la Santa Misa y en el Sagrario? La presencia del Señor en la Eucaristía es una presencia que causa la alegría y la esperanza confiada, porque Él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. 

Es una presencia iluminante que nos abre los ojos de la fe. Una presencia salvadora, que se convierte en alimento para el camino de la vida. Una presencia real y sustancial, que impulsa a transformar el mundo. Una presencia de amistad, que pide nuestra compañía, para poder así “palpar el amor infinito de su corazón”.

La Santísima Virgen María ha reproducido en su vida este estilo que define el estar de Cristo en la Eucaristía. La Virgen está y sabe estar. María está en Nazaret, ofreciendo en la obediencia de la fe su seno virginal para que se realizase la Encarnación del Hijo de Dios. Está en casa de Santa Isabel, llevando en su seno a Jesucristo, convertida en el primer sagrario de la historia. Está en Caná de Galilea, para decirnos: “Haced lo que Él os diga”. Está junto a la Cruz, uniéndose con su entrega a la total entrega de su Hijo. Está presente como Madre en todas las celebraciones eucarísticas, como lo estuvo en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés (Hechos 1, 14).

El suyo es un modo de estar propio de quien espiritualmente ha asimilado mejor que nadie el estar de Cristo en la Eucaristía. La presencia de María es como un reflejo de la presencia del Señor: una presencia alegre, alentadora, iluminante, salvadora, efectiva y generosa.

Debemos aprender de María este saber estar para así transparentar en nuestras vidas las actitudes que derivan de la Eucaristía: la gratitud, la donación de sí mismo, la caridad y el deseo de contemplación y adoración a Cristo.