Muchas
y grandiosas son las glorias de María Santísima, por las cuales no
cesan de propagar y cantar sus loores todos sus siervos. No solo los
ángeles y santos, sino que también nosotros los pecadores
glorificamos con confianza todos los días a tan excelsa Madre. No
podía, por tanto, la Palabra de Dios, la Sagrada Biblia, callarse
al respecto de la más sublime de sus criaturas. Presentamos un
pequeño resumen de cómo las Sagradas Escrituras exaltan y
atestiguan las glorias de Nuestra Señora.
"
Entrando el ángel le dice: 'Ave llena de gracia, el Señor está
contigo' " (Lc 1,28)
He
aquí proclamado, por el propio ángel Gabriel el privilegio
extraordinario de la Inmaculada Concepción de María y su santidad
perenne. Cuando la Iglesia llama a María "Inmaculada Concepción"
quiere decir que Ella, desde el momento de su concepción fue exenta
-por gracia divina- del pecado original. Si María Santísima
hubiese sido engendrada con el pecado heredado de Adán o tuviese
cualquier pecado personal, el Arcángel Gabriel habría mentido llamándola
"llena de gracia". Pues, donde existe esta "gracia
transbordante" no puede coexistir el pecado. Por eso esta buena
Madre también es llamada por sus siervos "Santísima
Virgen". Los santos enseñan que no convenía Jesucristo el
Santísimo, ser concebido y nacer de una criatura imperfecta. Cómo
podía, el Santísimo Dios, Jesucristo, ser depositado en un receptáculo
que no fuese digno de El? Pues El mismo atestigua en el Evangelio,
que no se pone vino nuevo y bueno en odres viejos y defectuosos (cf.
Lc 5, 37). He ahí porqué el Creador elevó a María, el "Vaso
Insigne de Devoción" a tan gran santidad.
"He
aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra "
(Lc 1,38)
María,
al decir su "sí" incondicional a la invitación de Dios,
introduce en el mundo al Verbo Divino, Jesucristo. Y, hecho
asombroso: se convierte en la única criatura que genera a su
Creador según la naturaleza humana. Dios la amaba tanto que quiso
necesitar nacer y depender de Ella en cuanto hombre. María, con su
sagrada gravidez, inició el restablecimiento de la concordia entre
Dios y los hombres conforme está escrito: "Por eso, Dios los
abandonará, hasta el tiempo en que diere a luz aquella que ha de
dar a luz" (Miq 5,2). María, con este sí incondicional,
cumple también la primera de todas las profecías registrada en la
historia de la humanidad. Porque con ésta donación total suya
hiere la cabeza del demonio (Gen 3,15) y comienza a desbastar su
reino de muerte, que será destruido totalmente por su hijo Jesús.
"
Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada
" (Lc 1,8)
Los
santos proclaman la profunda intimidad de Ella con la Santísima
Trinidad: Hija de Dios Padre, esposa de Dios Espíritu santo, madre
de Dios Hijo! El Espíritu santo profetiza por los labios de María,
que desde aquel momento en adelante de generación en generación,
es decir para siempre, todos los cristianos proclamarían su
bienaventuranza. Feliz religión que la enaltece y glorifica!
Felices sus hijos que exaltándola y enalteciéndola cumplen
fielmente ésta profecía.
"Y
de dónde a mí esta honra que venga la madre de mi Señor?"
(Lc. 1, 43)
Isabel,
mujer anciana y santa, esposa de Zacarías, madre de Juan Bautista
se deshace en elogios a aquella joven que fue hasta su casa para
servir! Que lección de humildad para tantas personas que con su
"sabiduría" (que en realidad es pestífera locura) evitan
tributar a la Santa Madre de Dios las alabanzas que Ella merece,
temiendo que esto disminuya la gloria debida a Jesucristo. Olvidan
entonces, que el Espíritu Santo mismo enseña, que la alabanza
dirigida los padres es gran honra para el hijo (cf. Eclo 3, 13). Los
verdaderos hijos de María prefieren, en todos los tiempos, lugares
y momentos, exaltar a la Virgen, imitando el ejemplo de Santa
Isabel, para ser seguidores fieles de la Sagrada Escritura.
"Pues
lo mismo fue penetrar la voz de tu salutación en mis oídos, que
dar saltos de júbilo la criatura en mi vientre" (Lc. 1, 44)
Cristo
atestiguó al respecto de Juan Bautista: "de los nacidos de
mujer ninguno fue mayor que Juan" (cf. Lc. 7, 28). Pues bien;
éste mismo Juan Bautista, que Jesucristo declara haber sido más
importante que todos los patriarcas, profetas y santos del Antiguo
Testamento, al oír la dulce voz de María "se estremeció de
alegría". El Espíritu Santo, que en él habitaba, exultó de
alegría al oír la voz de la dulce Madre! No es, pues, justo que
nosotros, que somos los últimos de todos, exultemos de alegría al
oír el dulce nombre de María? No nos es sumamente necesario imitar
al Espíritu Santo? No es provechoso para los cristianos imitar el
gesto de San Juan Bautista? Benditos los siervos de Dios, que se
alegran y no se cansan de cantar las alabanzas de ésta Señora,
imitando así el gesto del Divino Esposo y de San Juan Bautista, el
mayor profeta de la Antigua Alianza.
"Y
una espada atravesará tu alma" (Lc. 2, 35)
Una
lanza atravesó el Corazón de Cristo en al Cruz. Una espada de
dolor traspasó el Corazón de María en el Calvario! Dios revela al
profeta Simeón cómo Nuestra Señora estaría íntimamente ligada a
Jesucristo en el momento de la Sagrada Pasión. Nadie en toda la
tierra, en todas las épocas, estuvo más íntimamente ligado a Jesús
en aquel dramático momento que Su Santísima Madre. Por lo tanto es
que, junto con el Sacrificio Expiatorio, doloroso y único de
Jesucristo en el Calvario, subió también a los cielos, como
ofrenda agradabilísima delante de Dios, el sacrificio doloroso de
Nuestra Señora.
"Como
viniese a faltar vino, la madre de Jesús le dice: 'no tienen vino'.
Respondiole Jesús: 'Mujer, qué nos va a mi y a ti?, aún no es
llegada mi hora. Dijo entonces su madre a los sirvientes: 'Haces lo
que él os dirá'" (Jn. 2, 3-5)
En
la fiesta de las bodas de Caná Jesús inició su ministerio.
Ministerio por lo demás compuesto de predicación y
"obras" (milagros). La Santísima madre percibió la
dificultad de aquella familia, que no tenía vino para los
convidados. La buena Señora está vigilante, y sus siervos saben
que ella vigila sobre ellos, inclusive cuando no se dan cuenta de
esa vigilancia. Jesús afirmó claramente, en esa ocasión, a María
que aún no era el momento para iniciar su ministerio con un
prodigio, pues dice: "mi hora aún no ha llegado" La Santísima
madre conociendo profundamente al hijo, mismo delante del aparente
rechazo, lo "obliga" dulcemente a anticipar su misión. Es
así que, sin discusión, pero llena de confianza, dice a los
sirvientes: "Haced lo que él os diga". Grandísima
confianza! Así aquella que lo introdujo en el mundo según la
carne, lo introduce ahora en su ministerio, por su intercesión.
Feliz la familia que tuviere por madre a ésta dulce Señora. Su
intercesión es infinitamente más eficaz que las oraciones de todos
los santos que piden sin cesar por los habitantes de la tierra (cf.
Ap. 6, 9-10. 8, 3-4; II Mac. 15, 11-16).
"Alguien
le dijo: 'Tu madre y tus parientes están allí fuera preguntando
por ti. Pero él respondiendo al que se lo decía, replicó: 'Quién
es mi madre, y quiénes son mis parientes? (...) Estos, dijo, son mi
madre y mis parientes. Porque cualquiera que hiciere la voluntad de
mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y
mi madre'." (Mt. 12, 47-50)
Solamente
pertenecemos a Cristo en la medida en que pertenecemos a nuestra
madre Santísima. "Quiénes son mis parientes y mi madre?"
Cristo pregunta. Y señala a sus discípulos: "He aquí mi
familia!" Y, en adelante, solamente los que fueren discípulos
del maestro, oyendo y cumpliendo sus palabras, podrán pertenecer
plenamente a esta familia. Por esto, María, como dulce discípula
"conserva todas éstas cosas, meditándolas en su corazón"
(Lc. 2, 19 y 51). Meditaba y las guardaba! Este es el ejemplo de la
perfecta discípula. María, en efecto, no es madre solo en la
carne, sino en toda la vida, en el alma y en la total obediencia a
su Divino Hijo.
Algunos,
que aún no aman suficientemente a la Santísima Virgen, usan éstos
versículos arriba citados, justamente contra Ella, intentando
convencernos de que Jesús la habría despreciado en aquel momento.
Esos "estudiosos de la Biblia" olvidan que Jesús jamás
despreciaría a su Madre, conforme a lo que enseña el Espíritu
Santo: "el necio vilipendia a su propia madre" (Pr. 15,
20). Y así, con ésta interpretación desastrosa, que expanden
ardorosamente, ofenden no solo a la buena Madre, sino que blasfeman
contra Jesucristo, como si El mismo fuese violador del sagrado
mandamiento: "Honra a tu Padre y a tu Madre" (Ex. 20, 12 y
Deut. 5,16).
"Viendo,
pues, Jesús a su madre y junto a ella al discípulo amado, dice a
su madre: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo.' Luego dice al discípulo:
'Ahí tienes a tu madre.'" (Jn. 19, 26-27)
El
apóstol Juan al pié de la cruz, el único discípulo presente,
representaba a todos los discípulos. En éste momento Jesús
consagró a María, Madre espiritual de los apóstoles. Más aún:
Juan representaba también a todos los hombres y mujeres, de todos
los lugares y de todos los tiempos que a partir de aquel momento
ganaron a María como su Madre espiritual. Esto está de acuerdo con
el propio testimonio de San Juan, que en otra parte dice: "El
Dragón se irritó contra la mujer (María) (...) e su descendencia,
aquellos que guardan los mandamientos de Dios (...)" (Ap. 12,
17)
María
Santísima no tuvo otros hijos naturales. Permaneció siempre
virgen, como era de conocimiento universal d los primeros cristianos
hasta nuestros días. Pero, muchos insisten en
"presentarla" con hijos naturales que no tuvo. Hacen esto
para disminuir la gloria de Jesucristo, como para quitar a María su
maternidad universal. Si jesús tuviese hermanos carnales, no habría
entregado su Madre a los cuidados de Juan Evangelista. Sus propios
hermanos naturales cuidarían de ella, como era deber sacratísimo
en la época y aún hoy. Además de eso, aquellos que no aman a la
Virgen María, citan algunos pasajes bíblicos como el siguiente:
"No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José,
Simón y Judas?" (Mt. 13, 55) Queriendo con esto probar que
Nuestra Señora tuvo otros hijos. Olvidan, o ignoran, que en los
tiempos de Cristo todos los parientes se llamaban entre sí
"hermanos". Y la propia Biblia prueba esto, pues de los
cuatro "hermanos" arriba citados, leemos que la verdadera
madre de Santiago y José era otra María, hermana de Nuestra Señora
y casada con Cleofás (Jn. 19, 25 y Mc. 15, 40). Y que Judas era
hermano de Santiago el Mayor (Jd. 1, 1) hijo de Alfeo (Mt. 10, 2-4).
O sea, ninguno era hijo natural de María y José. Eran de su
parentela, pero no de su filiación. Además de eso, los primeros
cristianos, que conocieron a Jesús y a los Apóstoles, en los
escritos que dejaron, testimonian todos, que María permaneció
siempre virgen, no teniendo jamás otros hijos. Sobre éstos
inventores de novedades la Biblia nos previene: "Habrá entre
vosotros falsos profetas (...) muchos seguirán sus doctrinas
disolutas (...) y el camino de la verdad caerá en el descrédito"
(II Pe. 2, 1-2).
"Y
desde aquella hora recibióla el discípulo en su casa" (Jn.
19, 27)
Desde
aquella hora en adelante, San Juan llevó a la Santa Madre a su
casa. Primeramente a su "casa espiritual", su alma. Ese es
el motivo por el cual era el discípulo que Jesús más amaba,
porque también, era el discípulo más apegado a Ella. Después la
llevó a su casa material, su hogar. Así también, el verdadero
hijo de María, a ejemplo de San Juan, debe llevar a ésta buena
Madre a su "hogar espiritual", en el recinto más íntimo
de nuestra vida espiritual. Y convidarla también a habitar nuestras
casas, donde su presencia maternal podrá ser recordada por medio de
cuadros e imágenes. Estas imágenes serán para los siervos de María
un recuerdo continuo y consolador de su presencia y protección, de
la misma forma que el propio Dios, antiguamente, consagró el uso de
las sagradas imágenes y esculturas en culto divino (cf. Nm. 21,
8-9; Ex. 25, 18-20; I Reyes 6, 23-28; etc.), para recordar su
presencia amorosa en medio de su pueblo, Israel.
"Todos
ellos perseveraban unánimes en la oración, juntamente con las
mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos"
(Hechos, 1, 14)
En
el cenáculo, el día de Pentecostés, María juntamente con los
discípulos suplicaban que viniese el Espíritu santo sobre todos. Y
así fue fundada la Iglesia en aquel día. Una vez habiendo
introducido al Cristo en el mundo, después de haber inaugurado su
ministerio en las bodas de Cana, María ahora intercede,
introduciendo e inaugurando la acción del Espíritu Santo sobre la
Iglesia naciente. He ahí la madre de la Iglesia con sus hijos.
"Apareció
en seguida una gran señal en el cielo: Una Mujer revestida de sol,
la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce
estrellas" (Ap. 12, 1)
En
el Apocalipsis, San Juan, contempla en ésta visión tres verdades:
la Asunción de Nuestra Señora, su glorificación, su maternidad
espiritual. El Apocalipsis describe que ésta mujer "estaba en
cinta y (...) dio a luz un Hijo, un niño, aquel que debe regir
todas las naciones..." (Ap. 12, 2.5). Cuál fue la mujer, que
de hecho, estuvo en cinta de Jesús sino la Santísima Virgen? (Cf.
Is. 7, 14). Otros contestan diciendo que ésta mujer es un símbolo
de la Iglesia naciente. Pero, la Iglesia nunca estuvo "en
cinta" de Jesucristo! Antes, fue Cristo quien generó la
Iglesia, fue El quien la estableció y la sustenta. Y para probar
que ésta mujer es exclusivamente Nuestra Señora, en otro lugar está
escrito: "El Dragón viéndose precipitado a la tierra, fue
persiguiendo a la Mujer que había dado a luz aquel Hijo" (Ap.
12, 13). Habría la Iglesia dado a luz un Hijo? Evidente que no! Por
lo tanto ésta mujer refulgente es únicamente Nuestra Señora, pues
fue únicamente la que generó "al hijo" prometido (Cf.
Is. 9, 5). Aún dice la Sagrada Escritura que: "(el Dragón) se
puso delante de la Mujer que estaba para dar a luz (...) a fin de
tragarse al Hijo (...) y la Mujer huyó al desierto, donde (...) fue
sustentada por espacio de mil doscientos sesenta días" (Ap.
12, 4.6). De hecho, el demonio maquinó contra la vida de Jesús
desde su nacimiento, en la persona del perseguidor Herodes. María
huyó entonces, al desierto (Egipto), con el hijo. Allí se quedó
aproximadamente mil doscientos sesenta días (tres años y medio). O
sea del año 7 A.C., año del nacimiento de Jesús, conforme
actualmente se acredita, hasta marzo-abril del año 4 A.C., año de
la muerte de Herodes. Concluyendo los tres años y medio de exilio,
en los cuales fue sustentada por la Providencia.
Por
lo tanto, todos esos versículos, confirman primeramente la asunción
de Nuestra Señora. Pues el apóstol la contempla revestida de sol,
ya establecida desde ahora en la gloria prometida por su Hijo,
cuando dice "Los justos resplandecerán como el sol" (Mt.
13, 43). Confirma incontestablemente su realeza espiritual, pues la
misma se presenta coronada con doce estrellas, símbolo de las doce
tribus de Israel y de los doce apóstoles. Por lo tanto Reina del
Antiguo y del Nuevo Testamento. Por fin confirma su maternidad
espiritual, pues dice el Espíritu Santo: " (El Dragón) se
irritó contra la Mujer (María) y fue a hacer guerra al resto de su
descendencia (sus hijos espirituales), los que guardan los
mandamientos de Dios y mantienen la confesión de Jesucristo"
(Ap. 12, 17). Somos de su descendencia sólo si nos comprometemos
con Jesucristo, guardando sus mandamientos y confesándolo como
Nuestro Señor y Salvador.
Deo
Gratias!Nota: Original en Portugués. La traducción fue un servicio
de AMAS (Asociación Mariana Apostólica Sacerdotal).
Fuente:
montfort.org.br
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