Símbolos bíblicos aplicados a María

Felisa Elizondo

Una constelación de símbolos bíblicos han sido atribuídos a María. ¿Qué hermenéutica se ha seguido? ¿Tienen validez esos sílbolos para una mentalidad crítico-literaria? 

    Desde hace siglos se vienen atribuyendo a la Madre de Dios títulos de devoción que tienen raigambre bíblica. Basta recordar algunas advocaciones de las populares Letanías Lauretanas, que tomarona la forma actual en torno al s. XVI reordenando elementos muy anteriores y que han tenido una enorme difusión en occidente con el rezo del Rosario. Así, además de títulos que han sido estudiados ampliamente en esta revista o que lo serán en breve, como son "Hija de Sión" o "Nueva Eva", encontramos las denominaciones de "arca de la Alianza", "templo, tienda o casa de Dios", "torre , ciudad de David", "huerto o fuente sellada", "estrella de la mañana" "nube", "montaña", "escala de Jacob", etc.

    Se trata de una constelación de títulos simbólicos que proceden de la Escritura y que abundan en las páginas de la mariología desde los siglos primeros. Símbolos en los que la exégesis patrística ha visto en cifra la figura y función única de la Madre del Señor.

    Entrever a María, una mujer de nuestra raza, en figuras que dicen referencia a Dios en el antiguo testamento, y a Cristo en el nuevo, no se hace sin condiciones y sin límites. De ahí que detenerse a considerar el alcance y contenido de tales títulos cuando se refieren a un ser humano, humano al fin aunque excepcional, exige atender al desarrollo de la devoción mariana en siglos que llegan a la Edad Media. Y entrar en la enorme cuestión de la exégesis practicada por los Padres de la Iglesia y buena parte de los autores medievales. Dos temas que desbordan el propósito de estas páginas y sobre los que nos limitaremos a hacer algunas anotaciones.

1.- EN EL CLIMA DE UNA DEVOCIÓN CRECIENTE

    En nuestro tiempo, variada la sensibilidad y el modo mismo de entender el culto a María por factores que no es éste el momento de analizar, pero de los que ha dado cuenta un documento como Marialis Cultus, no deja de llamar la atención el lenguaje encendido de algunos himnos, por otra parte llenos de belleza, o el tono de exaltación que se percibe en algunas homilías y sermones en que los autores antiguos enumeran las prerrogativas de María e invocan su intercesión.

    Por ello, la aplicación a ella de muchos términos bíblicos cargados de sugerencias sólo se entiende si se los coloca en el clima de una devoción que ha ido afirmándose en la historia cristiana hasta alcanzar, en algunos lugares y tiempos, los tonos vibrantes que traduce ese mismo uso del lenguaje de los textos sagrados. Se ha advertido con razón que "el desarrollo histórico del culto mariano tiene al mismo tiempo, como causa y como consecuencia, un extraordinario florecimiento en la literatura litúrgica, sobre todo de himnos celebrativos y en homilías que ven comprometidos los nombres más prestigiosos de la patrística tanto oriental como occidental" (1).

    Los Padres y escritores de los primeros siglos —hasta entrados los siglos medievales— hablan de María en el conjunto de su teología. Así, lo que se dice de la Virgen-Madre resulta inseparable de cuanto se reconoce de la Iglesia, y es aducido el principio formulado por Isaac de la Estrella que advierte: "Puesto que Cristo es uno y su cuerpo es uno... lo que se dice universalmente para la Iglesia se dice especialmente de María y particularmente del alma fiel" (2) Y, sobre todo, la consideración de María no es aislable de la de los los misterios fundamentales de la fe como son la encarnación y muerte y resurrección. Aunque es verdad que, sin que pueda abstraerse de ese fondo permanente que es la referencia a Cristo de toda la realidad y atributos de la Madre, se dan tambien desarrollos especiales de temas marianos en homilía litúgicas y otros géneros de composición como los mariale en los que la maternidad y la virginidad son temas centrales. La progresiva fijación de fiestas como el nacimento, la presentación al templo, la anunciación, la visitación, la dormición, corre pareja con el multiplicarse de textos que constituyen amplias antologías marianas y que son expresión fehaciente de una necesidad profunda, vivida en el seno del cristianismo: la de venerar la figura de aquella mujer tan singularmente vinculada al hecho de Cristo. Un hecho éste, el del arraigo de la devoción y el enriquecimeinto del culto a María, que sigue provocando la atención de los historiadoes de la vivencia religiosa. "En el cristianismo —señaló Bouyer hace unos años— María tiene algo de único en el encuentro de Dios con la humanidad". Y el mismo autor advierte que el tratamiento de lo mariano no puede constituirse en "huerto cerrado", sino que debe hacerse teniendo siempre presente que ella remite a una fuente: "siendo sólo humana remite de modo especial al gran Misterio de la humanidad de Dios" (3).

    La proclividad a hacer de la Virgen-Madre una figura demasiado exenta es contarrestada por la advertencia, siempre presente en los grandes autores, de que su lugar en los evangelios está vinculado a escasos pero decisivos momentos de la revelación del misterio del Hijo. De ahí que la devoción a María encontrable desde los tiempos patrísticos se inscriba en una comprensión de la Escritura, toda ella referida a Cristo, de la que los Padres, la liturgia, y aun la devoción popular, extraen la terminología que nutre los escritos.

    En la Escritura, una cantera de imágenes y símbolos , los autores vislumbran, vinculado al preaunucio del Salvador, tambien un horizonte mariano. Y así, los compositores de himnos y textos litúrginos, los autores de homilías u oficios dedicados a la Madre, y la voz popular —que si no ha forjado ha repetido fórmulas oracionales que han tenido amplísima difusión desde siglos tempranos— reflejan un modo de entendimiento de cuanto dejaron escrito los antiguos profetas. Una manera de leer lo viejo en la perspectiva de la novedad de Cristo, y de María en relación con él, que iba descubriendo anticipadamente la presencia de la que iba a ser la parte mejor del pueblo y su intercesora.

2.- TODO EN UNA FIGURA: UNA EXÉGESIS PROPIA

    Es conocida la fórmula agustiniana que condensa la unidad de los dos testamentos: In veteri testamento novum latet, in novo vetus patet. Esta convicción de que los profetas hablaron de Cristo cuenta con el aval de lugares del nuevo testamento que remiten al antiguo y se inscribe en una comprensión de la unidad y del dinamismo de las Escrituras que es determinante en la exégsis antigua y medieval.

    Un "sentido de Cristo" lleva a leer hacia Él lo dicho en los Libros : "Toda la Esctirura es profecía", afirma Hilario de Poitiers. Y la misma certeza de que en el antiguo puede hallarse todo lo ulterior en figura, o a modo de sombra y tipo se puede encontrar en autores tan distintos como Jerónimo o Rábano Mauro. Porque la patrística mantiene y prolonga la afirmación paulina: "Todo ha sido escrito como figura para nuestra edificación, la de los que vivimos al fin de los tiempos" (1 Co 10, 11 ).

    Para aquellos lectores, intérpretes y predicadores, la Biblia es una unidad, y la luz nueva llegada al fin de los tiempos revierte sobre lo antiguo. Un centro polariza la tensión del pasado. De ahí que los exégetas antiguos descubran prefiguraciones alegóricas en los textos con una audacia que se explica gracias a aquella convicción fundamental de que hay una larga praeparatio del Evangelio en la andadura de Israel.

    La figura le Cristo está en el horizonte de los anuncios y de las expectativas. Y cuanto tiene relación con su venida encuentra en los viejos pasajes una prefiguración que la exégesis de los antiguos descifrada echando mano de las posibilidades de la inteligencia de la fe. Y se una sabiduría eclesial advertible (4).

    Si la ley y los profetas miran al que ha de venir, aquella por la que se abre camino el Salvador está implícitamente señalada por múltiples tipos y figuras. No en el mismo grado de aplicación que la simbología del antiguo testamento tiene respecto del Señor que es el centro, sino de un modo derivado. Válido en la medida en que la Luz que es Cristo alcanza a iluminar a su Madre. Sólo de Cristo dice el Damasceno que es icono de iconos. Pero la cercanía de la Virgen Madre al misterio autoriza a los exégetas a aplicarle la constelación de símbolos bíblicos que anuncian la proximidad de lo divino.

    Un procedimiento así encuentra tierra abonada en la aceptación de los múltiplese sentidos de una Escritura que es saludada como una "selva de significaciones". Un "lugar de múltiples mansiones", entre las que la interpretación tipológica se mueve con holgura. Obedeciendo, eso sí, a la convicción a que nos hemos referido de que los testamentos, en su unidad, hablan histórica, alegórica, moral y anagógicamente, según la concocida fórmula.

    Y obedeciendo, por supuesto, a la certeza de creyentes que entendían la concordancia de la fe de tal manera que la verdad plena era capaz de reunir la variedad y riqueza de esos sentidos.

    La interpretación tipológica, que reúne el símbolo, la metáfora y hasta la alegoría, que procede tejiendo una trama de analogías es una exégesis de la que nos han distanciado notablemente los métodos modernos histórico-críticos. A distancia de siglos aquella manera de encontrar infinidad de valencias en un pasaje escriturístico nos habla de otra comprensión y de otra sensibilidad.

    Ese modo de acercarse a los misterios de la Salvación, que ha tenido larga vigencia, encontró tambien un apoyo que hoy falta: la mentalidad medieval y de los tiempos anteriores hecha a universos simbólicos con una naturalidad que hoy mismo causa extrañeza.

    De esa llamativa familiaridad con el lenguaje de símbolos y figuras, con ese "otro" modo de acceso a lo real y verdadero, presente en los escritores y en el alma popular, que curiosamente convive en algunos estadios con un pensar dialéctico, sin exclusión recíproca, ha dicho M. D. Chenu que es a la vez "testimonio y efecto de un sentido de lo sagrado en plena profundidad". Así la historia sacra aparece como un soporte de realidades suprahistóricas, y el "sentido literal" ensanchable en ulteriores sentidos (5).

    Todo lo anterior explica que los Padres y autores cristianos hayan encontrado en la prefiguración y en la tipología una veta fecunda para expresar el reconocimiento cristiano de lo que significa María en la historia de la salvación, vinculada como está, sin discusión posible en este punto, al acontecimiento mayor de esa historia.

    De ahí tambien que encontremos abundantes aplicaciones a ella de símbolos como el arca, el templo, la puerta, etc, que habían encontrado ya en el antiguo testamento un importante lugar para decir acerca de lo indecible. Y que refluyan sobre la Madre de Jesús las imágenes con que el Apocalipsis o el Cantar de los Cantares hablan de un misterio de salvación y de amor.

    Un exponente de la homilética del s. V, Hesiquio de Jerusalén, puede tomarse como ejemplo de ese modo de decir de María con una panoplia de términos de cuño bíblico. A la "madre de la luz" y "estrella de la vida", se le llama justamente —dice este autor que resume a otros tantos— "trono de Dios", "templo más alto que el cielo", "cátedra no inferior a la de los querubines", "nube que derrama lluvia", "Arca más espaciosa que la de Noé", "luz que arde por sí sola", en clara reminiscencia de temas veterotestamenterios. Y "jardin no sembrado pero fértil", "campo feraz aunque no labrado", "vid de bellos racimos", "joyel de perla resplandeciente", "tesoro que hace ricos", "huerto cerrado y fuente sellada", que son términos fáciles de documentar en los textos del nuevo testamento (6).

3.- ARCA, TEMPLO Y PUERTA DE DIOS

    Los símbolos, decíamos, parecen en constelación. Sin que puedan trazarse confines demasiado estrictos en el alcance de sus múltiples valencias. Presente en la religión de Israel en lugares referidos a la fundación y constitución del pueblo, así como a su marcha por el desierto, el símbolo del arca de la alianza se aplica, por parte de algunos Padres, en primer lugar a Cristo. Así por ejemplo en Hipólito de Roma: "el arca hecha de madera incorruptible es el Salvador. El arca está simbolizando el tabernáculo (de su cuerpo) que es incorruptible y no puede ser destruído y no está sujeto a ninguna corrupción "(7)

    El arca condensaba para Israel el significado de la alianza y la experiencia de una relación benevolente de Yahvé con su pueblo. Lugar de la presencia, lugar de la cercanía de Dios, el arca encuentra conexiones fáciles de advertir con el símbolo del templo (y de la tienda), tal como cualquier lector de las Escrituras advertía al seguir la historia de Israel. Ante el arca se expresa la adoración y el júbilo por la fidelidad siempre mantenida de parte del Dios fiel que sella la alianza.

    Según aquel principio de unidad de los testamentos y de su orientación al hecho de Cristo, en el símbolo del arca la patrística encontró una figura de la Virgen que también sin conocer la corrupción albergó la Presencia al albergar al Verbo encarnado. San Atanasio elogia a la Virgen del Magníficat con el trasfondo de la danza de David ante el arca y aun la veneración de Moisés ante el cofre de las tablas de la Ley: "Verdaderamente tu alma engrandece al Señor... Te alaba Moisés al cotemplarte como arca de la nueva alianza, revestida de oro por todas partes" (8)

    Máximo de Turín, interpreta Sal 18, 6 de manera que la alegría de David que se expresa ante el arca del antiguo testamento es veneración anticipada de María: "¿Qué es el arca sino María? Pues si el arca contenía las tablas del testamento, María llevó al heredero del testamento. Aquella encerraba en su interior la ley. Ésta guardaba el Evangelio. Si aquella tenía la palabra de Dios, ésta al Mismo Verbo. Además —continúa apurando el paralelo— si el arca resplandecía por dentro y por fuera por el color del oro, santa María brillaba interior y exteriomente por el resplandor de la virginidad. Aquella estaba adornada con oro terrenal, ésta con el oro celestial" (9)

    El simbolismo del arca es utilizado para mostrar la grandeza de la que siendo humana alberga al Verbo hecho carne. Y para significar la incomprensible maternidad de la Virgan Madre de Dios. Por ello se encuantran mencionados tanto el carácter incorruptible de la madera como el revestimiento de oro. Igual que en otros casos se subraya el resguardo y secreto del lugar cerrado, en clara alusión a la virginidad. Tambien hay una aproximación arca —seno— sepulcro de Cristo (que no conoce la corrupción) para afirmar la misma prerrogativa.

    "Arca llena de misterios", le llama Jacobo de Sarug reuniendo en la simbología el arca de Noé , la de la alianza y la mención de la parábola al arca de la que el padre de familia saca los tesoros. Como señalábamos este símbolo se ensancha en sus significaciones hasta conincidir con los de casa y templo de Dios. todos ellos apuntan a una forma de presencia de lo divino en medio de la existencia del pueblo

    Por lo que respecta al símbolo del templo, baste recordar algunos lugares de la liturgia bizantina que asocian la entrada de María en el templo —fiesta de la presentación— con llegar a ser, ella misma, templo del Dios del templo, presentada ante el propiciatorio, dice Germán de Contantinopla, ella misma será propiciatorio para los que busquen acceder a la santidad del Santo (10).

    Finalmente, la advocación "puerta del Cielo" tiene en su base el simbolismo de la puerta abierta desde Dios y el de la puerta que, como intercesora, María abre hacia la salvación. El pasaje de Ezequiel (44, 2) que habla de una puerta cerrada situada en el oriente es leído como alusión a la realidad de la Virgen Madre a través de la que el Verbo entra en la historia. Y no falta en el mismo san Jerónimo la asociación entre la virginidad fecunda de María con la "rareza" de las puertas del Cenáculo que dejan paso al Señor recucitado sin por ello dejar de permacecer cerradas. Puerta y casa del Señor aluden pues, claramente, a la maternidad y a la virginidad. Realidades a las que los Padres entienden que se refieren la raiz de Jesé, la zarza ardiente. Y las de huerto-jardín vallado y fuente sellada que abundan a partir de los comentarios del Cántico.

    Puerta y casa conservan la evocación de una presencia de lo divino. La que se dio tambien a través de la nube —símbolo que no falta en la literatura que examinamos— y la que llega de forma nueva y encarnada a través de María.

    Y se da tambien otra utilización que el símbolo de la puerta o del umbral consienten: el acceso que la Madre, con su intervención en favor de los humanos, abre a los hermanos de su Hijo.

4.- UNA SALUDABLE CAUTELA

    Antes de concluir esta nota sobre la simbología bíblica de la que los autores cristianos han hecho amplio uso, un uso lleno de belleza en muchos casos y avalado por la sabiduría y el sentir de la fe, querríamos recordar que la teología ha dejado entrever una saludable cautela en la aplicación de las figuras y los símbolos. Más directa a Cristo y, sólo por reflejo, a la Madre del Señor, incluso en momentos de exaltación de la Theotokos.

    Un recto sentir acerca de lo nuclear en el cristianismo llevó a escribir, en plena polémica iconoclasta, estas palabras que no restan validez a una exégesis y sitúan en su lugar exacto la devoción:

  • "Si nosotros reverenciamos y besamos los iconos de nuestro Señor y Salvador y los de su purísima Madre, verdadera madre de Dios, y los de los santos, no tenemos sin embargo respecto de ellos idéntica fe y una misma disposición de ánimo. Reconocemos a Dios, que no tiene principio ni fin, que con su mano sostiene todas las cosas, que es creador nuestro y de todos los seres y verdaderamente Dios Salvador que tiene poder en el cielo y sobre la tierra y se ha hecho verdadero hombre en beneficio del género humano. Reconocemos a la que, con toda propiedad y verdad, es sierva y madre del Señor y poderosísima intercesora nuestra. Sabemos en efecto que Dios, como Señor, es el que concede lo que hace referencia a nuestra salvación y que María, por su condición de Madre, intercede por nosotros" (11)

  • Notas

    (1) L. Gambero, "Culto", en Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 542. Sobre la historia de la devoción y el culto marianos pueden verse los respectivos artículos en el mismo Diccionario.

    (2) PL 194, 1863.

    (3) L. Bouyer, Le Trône de la Sagesse. Essai sur la signification du culte marial. París, Cerf. 1957, 9-10.

    (4) Sobre la exégesis patrística y medieval pueden consultarse los importantes trabajos de H. De Lubac, Exégèse médieval. Les quatre sens de l'Ecriture, 4v. París, Aubier Montagne, 1959 y B. De Margerie, Introducction à l'histoire de l'exégèse, 3v., París, Cerf, 1980-1983.

    (5) Cf. M. D. Chenu, LaThéologie au XII siècle, Paris, Vrin, 1966, 161-177. Sobre la validez de esa exégesis pueden encontrarse interesantes anotaciones en documentos recientes de la Comisión Bíblica y en los propios textos del Vaticano II.

    (6) Cf. Hom. II en honor de la Madre de Dios, PG 93, 146. En adelante citaremos textos encontrables en S. Álvarez Campo, Corpus Marianum Patristicum, 8v., Burgos, Aldecoa 1982-1985. Utilizamos en muchos casos los traducidos por C. Pons en Textos marianos de los primeros siglos, Madrid, Ciudad Nueva, 1994.

    (7) PG 10, 864.

    (8) Homilía sobre la Santa Madre de Dios, conservada en copto y publicada en Le Muséon 7 (1957) 209-239.

    (9) PG 57, 740.

    (10) Cf. Hom. I de la Presentación PG 98 291ss.

    (11) Germán de Constantinopla, Carta I a Juan. En Homilías Mariológicas, trad. de G. Pons, Madrid, Ciudad Nueva 1990, 161-162.

    Fuente: vidareligiosa.com