María: Símbolos y mitos 

José Cristo Rey García Paredes

La figura de María es el resultado, no únicamente de los datos neotestamentarios que sobre ella nos han sido transmitidos, sino de las diversas culturas y épocas en las que grupos humanos se han visto impactados por su persona. Especial importancia revisten los primeros siglos en los cuales se consolida la imagen que la Iglesia tiene de ella.

La simbología y la mitología ofrecieron una peculiar aportación a este proceso de mario-génesis, o de comprensión más amplia de su significado histórico. Seguidamente, por eso, voy a detenerme en algunos textos de la época patrística, tanto paganos como cristianos, heterodoxos como ortodoxos, que nos permitan entender cómo se fue consolidando la imagen eclesial de María.

1.- El trasfondo gnóstico: el símbolo de la «Prima Femina» en el gnosticismo

El complejo movimiento gnóstico con el que se hubo de confrontar la iglesia de los primeros tiempos, tenía una especial sensibilidad ante la realidad divina. Accedía a ella de forma holística, totalizante, omnienglobante. Manifestaba una peculiar atención a la dimensión femenina de lo divino, especialmente cuando trataba de explicar el origen del Universo.

Antes de la creación, realizada por Yahweh, al principio, el Dios Ignoto estaba sólo. Era no-padre (sin Hijo), no-señor (sin universo). Era masculino. Pero también era fecundo: juntaba la soledad (masculina) con la fecundidad (femenina). Así lo refiere Hipólito:


Nada existía engendrado. Había solo un Padre ingénito... Estaba solo, en sosiego y descansando solitario en Sí. Mas como era fecundo, parecióle un día engendrar lo que de mejor y más perfecto tenía en su interior, y darlo a luz. Porque era poco amigo del sosiego. Era en efecto todo amor (1). 
Según los valentinianos el Dios supremo coexistía desde siempre con una consorte, que llamaban o Ennoia o Charis o Sigê. No se trataba de un ser personal. Era apelativos de Aquel que posee un solo nombre, tan ignorado como su Esencia. Los gnósticos adoptaban un lenguaje mítico, matrimonial. La consorte del Dios-abismo ejercía una auténtica función materna; pero ni los ofitas, ni los valentinianos la llamaban madre. En todo caso, los gnósticos cristianos admitían una tríada, no una trinidad personal.
Los gnósticos –en un texto, misteriosamente llamado «el trueno, la mente perfecta»– pusieron en boca de una potencia divina femenina la siguiente explicación del origen del mundo:

Pues yo soy la primera y la última.
Soy la adorada y la despreciada.
Soy la prostituta y la virgen...
Soy la estéril, muchos son los hijos de la estéril..
Soy el silencio que es incomprensible....
Soy la expresión de mi nombre (2).

En el fondo el gnosticismo estaba recuperando el símbolo por excelencia entre todos los símbolos, de la Magna Mater (materia, matriz). El poder divino lo es todo:
Este poder divino reside en todo: está escondido... Este poder es uno solo; está dividido arriba y abajo; se genera a sí mismo, crece por sí mismo, se busca a sí mismo, se encuentra a sí mismo, es madre de sí mismo, padre de sí mismo, hermana de sí mismo, esposa de sí mismo, hija de sí mismo, y siendo hijo, madre, padre de sí mismo, es la única raíz del Todo (3). 
El Evangelio apócrifo de Juan "cristianiza" la imagen de la Magna Mater, o mejor, la "marianiza’. Juan cuenta que después de la crucifixión, en medio de una enorme pena, tuvo una visión mística de la Trinidad:
Se abrieron los cielos y todo lo creado que está debajo del cielo comenzó a resplandecer; el mundo tembló. Tuve miedo y vi en la luz... un semblante de múltiples formas... El semblante tenía tres formas... Y él le respondió: "Juan, Juan, ¿por qué dudas?, ¿por qué temes?... Yo soy aquel que siempre está con vosotros. Yo soy el Padre, yo soy la Madre, yo soy el Hijo» (4). 
Y en otra parte este evangelio apócrifo explicita esa revelación:
Ella es la imagen del Invisible, virginal, perfecto espíritu... Se convirtió en la Madre de todo, porque existía antes que todos, la madre-padre (matropater) (5). 

2.- El trasfondo pagano: el símbolo de la «Regina coeli» o la diosa protectora

María ha sido contemplada también bajo el símbolo de la «Regina coeli», o como se ha dicho popularmente «la omnipotencia suplicante» ante Dios. Lo que este símbolo significaba en las religiones de Asia Menor y norte de Africa durante los primeros siglos de nuestra era, no vamos ahora a estudiarlo. Pero merece la pena traer aquí algún testimonio.

En su obra Las Metamorfosis o El asno de oro, Apuleyo (africano nacido entre los años 114 y 125) habla del símbolo de la luna llena a la que denomina «augusta diosa». Narra que, ya convertido en asno, se encontraba una noche ante el mar, con la luna llena en lo alto del cielo. Estos eran sus pensamientos:
Me convencía de que su providencia rige –según su albedrío– los destinos humanos y que, tanto los animales domésticos como las fieras indómitas y hasta la misma naturaleza inanimada; todo subsiste gracias a la divina influencia de su luz y de su bendito beneplácito; pensé que en la tierra, en el cielo o en el mar, los seres vivos se desarrollan con la luna creciente y pierden vitalidad en su menguante; por último, dado que el destino ya estaba satisfecho con tantos y tan graves desastres como me había infligido y que, aunque tarde, me ofrecía una esperanza de salvación, decidí implorar la veneranda imagen de la diosa que tenía a la vista. Me sacudo enseguida de encima el sopor y la pereza; me levanto alegre y decidido; con ansias de purificarme inmediatamente, me tiro al mar, hundo la cabeza bajo el agua por siete veces, ya que ese número es el más adecuado a cualquier rito, según el divino Pitágoras. Luego, con lágrimas en los ojos le dirijo a la diosa omnipotente la siguiente súplica:

"Reina del cielo:
ya seas la Ceres nutricia, madre inventora de las mieses, que en la alegría de encontrar de nuevo a tu hija enseñaste a los hombres a dejar como pasto de animales la antigua bellota, para comer alimentos más agradables, y que ahora habitas los fértiles campos de Eleusis;

ya seas la Venus celestial, que, en los primeros días del mundo, uniste los sexos opuestos dando origen al Amor para perpetuar el género humano en una eterna procreación, y que ahora recibes un culto en el santuario de Pafos entre las olas; ya seas la hermana de Febo, que, aliviando con solicitud a las parturientas, has alumbrado tantos pueblos, y que ahora te ves venerada en el ilustre templo de Efeso;
ya seas la terrible Prosérpina, la de los aullidos nocturnos, la de la triple faz, que reprimes la agresividad de los duendes, cierras sus prisiones subterráneas, andas errante por los bosques sagrados y te dejas aplacar por un variado ritual;
tú, que con tu pálida claridad iluminas todas las murallas, con la humedad de tus rayos das vigor y fecundidad a los sembrados y en tu marcha solitaria vas derramando tenues resplandores; sea cual fuere el nombre, sea cual fuere el rito, sea cual fuere la imagen que en buena ley hayan de figurar en tu advocación; tú, asísteme en este instante colmado de desventuras, tú consolida mi tambaleante suerte; tú, pon término a mis crueles reveses y dame la paz. Basta ya de fatigas, basta ya de peligros. Despójame de esta maldita figura de cuadrúpedo; devuélveme a mi familia; devuélveme mi personalidad de Lucio» (6).

Luciano –que así se llamaba el personaje convertido en asno–, mientras está adormecido, en estado de sopor, tiene una aparición de la diosa, que emerge del agua. Apuleyo la caracteriza de la siguiente manera, que evoca la Mujer del Apocalipsis (Apc 12, 1ss).:
En primer lugar su rica y larga cabellera, un tanto rizada, caía suavemente sobre su escote divino en ondulaciones sueltas y dispersas. Una corona de varias clases de flores e irregularmente dispuestas ceñía, como remate, su cabeza; en su centro y coincidiendo con la frente había un disco plano que, como un espejo, o mejor dicho cual luna simbólica, reflejaba una blanca claridad. A derecha e izquierda, el disco descansaba sobre las anillas de unas víboras a punto de incorporarse, y para mayor realce colgaban por encima unas espigas como atributo de Ceres. Su túnica multicolor, de un finísimo lienzo, pasaba del más esplendoroso blanco al oro del azafrán más florido y luego al más vivo granate de la rosa. Pero lo que ante todo y sobre todo deslumbraba mis ojos, era su manto de un oscuro tan intenso que irradiaba reflejos de puro negro. Ese manto envolvía su busto pasando bajo el hombro derecho y cubriendo el izquierdo a manera de escudo... Todo el remate bordado y hasta el lienzo de fondo estaba sembrado de radiantes estrellas, y, en el centro de ese firmamento, una luna llena desprendía rayos de fuego... Sus divinos pies llevaban como calzado unas sandalias confeccionadas con hojas de palmera, el árbol de la victoria» (7). 
Apareciéndosele la diosa se presentó así:
Aquí me tienes, Lucio; tus ruegos me han conmovido. Soy la madre de la inmensa naturaleza, la dueña de todos los elementos, el tronco que da origen a las generaciones, la suprema divinidad, la reina de los Manes, la primera entre los habitantes del cielo, la encarnación única de dioses y diosas... Soy la divinidad única a quien venera el mundo entero bajo múltiples formas, variados ritos y los más diversos nombres. (Soy... Diosa de Pessinonte y madre de los dioses para los frigios... Minerva Cecropia para los atenienses; Venus Pagia para los chipriotas; Diana Dictymna para los cretenses; Prosérpina Etigia para los sicilianos; Ceres Actea para la antigua Eleusis; para unos soy Juno, para otros Bellona, para los de más allá Rhamnusia.... soy la reina Isis)... Ahora por mi providencia, empieza a amanecer el día de tu salvación... Tu vida será feliz y gloriosa bajo mi amparo... Y si tu escrupulosa obediencia, tus piadosos servicios y tu castidad inviolable te hacen digno de mi divina protección, verás también que sólo yo tengo atribuciones para prolongar tu vida más allá de los límites fijados por tu destino» (8). 
Lucio, salvado por la diosa, vive en el templo; la diosa le pide que se consagre a ella; él se retrae por un religioso temor porque se había informado bien de las dificultades de la santa regla, del rigor de la castidad y continencia, de la prudencia y circunspección que ha de rodear a esta vida expuesta a múltiples caídas (9). 
Sin embargo, Agustín de Hipona resalta –tal vez con una cierta exageración– la ambigüedad y obscenidad del culto a la diosa del cielo. En La Ciudad de Dios, libro II, cap.IV, evoca san Agustín su experiencia de mocedad:
También nosotros concurríamos alguna que otra vez en nuestra mocedad los juegos y espectáculos sacrílegos; contemplábamos a los luchadores como endemoniados; oíamos a los ejecutores de sinfonías, holgábamos con los juegos infames celebrados en loor de los dioses y diosas, de la virgen Celeste y de Berecintia, madre de todos ellos. Ante la litera de ésta, los más ruines histriones, el día solemne de su ablución, cantaban tales obscenidades cuales no sería decoroso que las oyera no digo la madre de los dioses, sino la madre de cualquiera de los senadores o de cualquier persona honesta, ni siquiera la madre de los mismos histriones. Pues tiene un no sé qué el pudor humano para con los padres, que ni aun la misma depravación lo puede quitar. Los mismos histriones que se avergonzarían de representar en sus casa, a modo de ensayo, aquellas torpezas en dichos y hechos en presencia de sus madres, las representaban en público, delante de la madre de los dioses. Y las contemplaba y oía una densa multitud de uno y otro sexo, que, si movida por la curiosidad pudo en torno suyo acomodarse, debió al menos dispersarse, ofendida su castidad (10). 
Agustín sigue describiendo las costumbres en los cultos a los dioses y diosas:
Señálense y cítense los lugares consagrados a tales reuniones, no donde se celebraban los juegos con obscenos cantos e histriónicas posturas ni donde se celebraban las fiestas fugiales, suelto el freno a toda clase de libertinaje, fiestas fugiales en verdad, pero del pudor y de la honestidad, sino donde el pueblo oyese lo que los dioses mandaban para sofrenar la avaricia, para quebrantar la ambición, para enfrenar la lujuria, adonde los míseros aprendiesen lo que Persio, a modo de reprensión, dice que debe ser aprendido (11). 

3.- La fe cristiana no es absurda: semejanzas

En su I Apologia Justino habla de las semejanzas mitológicas de la concepción virginal de Jesús, para hacer aparecer la fe como una realidad no absurda:
Al decir que también el Verbo, es decir, el primogénito de Dios, Jesucristo nuestro maestro, fue engendrado sin concurso carnal y que, crucificado muerto y resucitado, subió al cielo, no traemos nada de nuevo respecto a aquellos que vosotros llamais hijos de Zeus... El Hijo de Dios, que se llama Jesús, aunque es un hombre común, por su sabiduría merecería ser llamado hijo de Dios: todos los escritos dicen que Dios es padre de los dioses o de los hombres. Pero si afirmamos que nació de Dios, Verbo de Dios, de un modo diverso de cualquier otra generación. Esto es para vosotros parecido a lo que se dice de Hermes, que es denominado verbo enviado por Dios. Si después decimos que nació de una virgen, es semejante a lo que vosotros decís de Perseo (12). 

4.- Los excesos cristianos: la secta de las koliridianas

En el montanismo se veneraba de una manera especial a Eva, la madre de los vivientes y con ello se exaltaba la figura de la mujer. El montanismo tenía puntos de contacto con el culto a Cibeles. Era bastante popular en torno al Vesubio en Italia y entre el campesinado, el culto a la Magna Mater. Los montanistas daban gracias a Eva por haber comido del árbol del conocimiento y honraban a María la hermana de Moisés como profetisa y tenían especial devoción a las cuatro hijas de Felipe, profetisas y vírgenes. Pusieron a María en lo más alto de su fe, creencias y culto. En la lista de herejías conservadas bajo el nombre de un obispo sirio, Maruta de Maioherkat (†420), se menciona a los montanistas y se les atribuye, entre otras cosas lo siguiente:
Llaman "divina" a la bienaventurada María; dicen que un "arconte" se unió a ella y así fue engendrado en ella el Hijo de Dios. 
Una probable derivación de este movimiento fue, tal vez, la secta de las koliridianas. De ella nos informa Epifanio de Salamina. No está muy afortunado en la forma de presentarla; sobre todo, porque manifiesta un fuerte antifeminismo.
Esta herejía, difundida en Arabia, en Tracia y en la parte superior de Escitia, ha llegado a nuestros oídos. Los hombres prudentes la juzgan ridícula y digna de desprecio. Pero tratemos de desenmascarar los errores y exponer la doctrina...Mientras que los miembros de la secta de los antidicomarinitas, con cálculos humanos, propalan ideas poco respetuosas respecto a María, estos, inclinándose hacia el extremo opuesto, han llegado al culmen de la iniquidad, hasta confirmar con su conducta aquel célebre dicho de algunos filósofos paganos: "los extremos se tocan"... Unos desprecian a la santa Virgen, otros la honran mucho más de lo permitido. Quienes siguen el segundo error son, sobre todo, mujeres. Las mujeres son inestables, vacilantes y escasas de inteligencia. Parece que justamente a través de ellas el demonio ha vomitado este error... semejante a los errores de Quintila, Maximila y Priscila. Algunas de estas mujeres, en un período del año que ellas consideran solemne, después de haber adornado un carro... extienden sobre él una tela y durante algunos días exponen sobre ella pan, que después ofrecen en el nombre de María. Al final todos lo comen juntos... ¿Quién entre los profetas permitió que fuera adorado un hombre y mucho menos una mujer? Aunque María aparezca como vaso venerable, es con todo una mujer y no es en nada diferente de la naturaleza de la mujer, aunque haya ido colmada de honor en el alma y en el cuerpo, como ocurre con los cuerpos de los santos... Que María sea honrada; pero sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu deben ser adorados. Nadie se permita adorar a María (13). 

5.- La diosa-tierra

Para los antiguos la misma tierra revelaba lo divino femenino. En su fecundidad se descubre el misterio que se repite en cada mujer cuando tiene un niño. La tierra aparece como un vientre misterioso, que recibe la semilla y la fecunda. Así la Tierra –¡con letras mayúsculas!– se convirtió en la personificación de la Madre por excelencia. Sobre esto se apoya el mito cosmogónico de que de la unión entre cielo y tierra nacieron todas las cosas. Por eso, entre los antiguos la tierra era muy venerada. La madre original es la Tierra, decía Platón.

San Ireneo hablaba de un paralelismo entre Jesús y Adán a causa de sus orígenes virginales. Adán fue creado de la tierra-virgen y Jesús nació de una Virgen, María:
¿De dónde proviene la sustancia del primer hombre? De la voluntad y de la sabiduría de Dios y de la tierra virgen... De esta tierra, todavía virgen, Dios tomó barro y plasmó al hombre, principio del género humano. Queriendo el Señor restaurar al hombre, reprodujo el mismo esquema vistiéndose de la carne: nació de la virgen por voluntad y sabiduría de Dios para hacer manifiesto que aquel cuerpo era semejante al de Adán y que era el mismo hombre de quien se había escrito desde el principio que era hombre según la imagen y semejanza de Dios (14). 
San Juan Crisóstomo, desarrolló este símbolo:
Edén significa tierra virgen y tal fue el lugar en el cual Dios plantó el paraíso (Gen 2,8). Sabe, por tanto, que el paraíso no fue obra de las manos del hombre. La tierra era virgen. No había sido todavía penetrada por el arado, ni excavada en el surco, sino que –sin conocer las manos de los agricultores–, sólo por mandato, hizo germinar aquellas plantas. Por esta razón la llamó "Edén", que significa tierra virgen. Esta virgen fue el "tipo" de la otra Virgen. De hecho, como esta tierra, sin recibir simiente, hizo germinar para nosotros el paraíso, así también la otra, sin recibir simiente de hombre, hizo germinar para nosotros al Cristo. Cuando un judío te pregunte cómo puede dar a luz una virgen, respóndele así: ¿cómo una tierra virgen pueda hacer germinar plantas estupendas? En hebreo Edén significa "tierra virgen" (15). 
San Ambrosio dijo que ex terra virgine Adam, Christus ex virgine (16). Identificaba a María con la tierra virgen sobre la que había caído la palabra creadora de Dios.

En un himno medieval se decía que María era terra non arabilis quae fructum parterit. No poco cristianos veían en ella, lo que los paganos contemplaban en la diosa-tierra que da la vida: el femenino sublime.

Como podemos ver, el simbolismo de la tierra virgen es auténticamente femenino. Va mucho más allá del relato literario. Se trata de una visión mítica, que intenta en cierta manera afirmar la precedencia ontológica de la maternidad virginal sobre la maternidad no-virginal. No estamos en el campo de la imaginación literaria, sino de la reflexión mítica, de la explicación simbólica del cosmos. Estamos en terrenos de la Magna Mater.

6.- María no es una diosa

Juan Damasceno (segunda mitad del s.VII), debe combatir todavía en su tiempo la tendencia a identificar a María con una diosa. En su II Homilía sobre la Dormición lo dice así:
También nosotros celebramos la solemnidad de la partida de la Madre de Dios sin flautas ni coros, sin ritos orgiásticos de la madre de los así llamados dioses, tal como la llaman (17); aquella de quien los necios propalan que tiene muchos hijos, cuando en realidad no tiene ninguno. Se trata únicamente de demonios y de oscuros fantasmas, que simulan en vano lo que no son, ayudados por la locura de aquellos que se dejan engañar.... Nosotros adoramos a Dios, un Dios que no ha venido del no-ser al ser, sino que existe siempre y desde siempre por encima de cualquier causa, palabra y concepto de tiempo como de naturaleza; honramos y veneramos a la Madre de Dios, sin que ello signifique que de ella nació fuera del tiempo la misma divinidad... Reconocemos de hecho un segundo nacimiento, según una encarnación voluntaria porque conocemos y declaramos su origen (18) 

NOTAS

(1) Hipólito, Elenchos VI, 29,5-6.

(2) El trueno, la mente perfecta, VI, 13,16 - 14,15.

(3) Hipólito, Ref., 6,18.

(4) Apócrifo de Juan, II,1,31 - 2,14, en L. Moraldi, Testi gnostici, Torino 1981.

(5) Apócrifo de Juan, 4,34 - 5,7.

(6) Apuleyo, El asno de Oro, XI,1-2, Gredos, Madrid 1983, 321-323.

(7) Apuleyo, o.c., XI,3-4, 324-325

(8) Apuleyo, o.c., XI,5-6, 325-327.

(9) Apuleyo, o.c., XI,19, 338.

(10) Agustín, Ciudad de Dios, II,4,1-4, BAC 272, pp. 139-140.

(11) Agustín, Ciudad de Dios, II, cap. 6, p. 143.

(12) Justino, Apología I,21-22: PG 6,360,361.

(13) Epifanio, Haereses, 79,1.5.7.: PG 42,740 C - 741, 748 A-C, 752 A-B: GCS 37, 475-476.479-480.482.

(14) Ireneo, Demonstratio apostolicae praedicationis, 32-33: SC 62,82-96.

(15) Juan Crisóstomo, De mutatione nominum, 2,3-4: PG 51,129.

(16) Ambrosio, In Lucam 4,7,8: CChL 14,108.

(17) El Damasceno alude a Gea, la diosa griega de la tierra, o tal vez a Cibeles, la Gran Madre de los dioses, o a ambas objeto de los cultos misterios y orgiásticos de época muy tardía.

(18) Juan Damasceno, Homilía II sobre la Dormición, 15: PG 96,721-754.

Fuente: vidareligiosa.com