La forma madura de devoción a María 

Gerardo Manresa Presas 

La devoción mariana que san Maximiliano Kolbe sembró en Polonia, antes de la segunda guerra mundial, estaba impregnada de espiritualidad monfortiana y esta semilla cayó en el corazón de un joven, Karol Woytila que, años más tarde, se consagraría a la Santísima Virgen con el acto de esclavitud mariana y, como dice el hoy día papa Juan Pablo II, "Ella ha sido la estrella de mi camino".
Desde aquellos años se ha ido conociendo cada vez más la doctrina de san Luis Mª Grignion de Mont fort y puede decirse que, primero de la mano del cardenal Woytila, en el Concilio Vaticano II, y después, como papa, especialmente en la Encíclica Redemptoris Mater ha impregnado la doctrina de la Iglesia sobre María de esta espiritualidad.
La mejor forma de constatarlo es copiando algunos textos de dicha encíclica y, respetando la forma de expresión del siglo XVII, compararlos con los escritos de san Luis Mª en concreto con la consagración que formuló el Santo.


La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro mediador: "Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (l Tim 2,5-6). "La misión maternal de María para con los hombres no obscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder" (94): es mediación en Cristo.
La Iglesia sabe y enseña que "todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de Este, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los fieles con Cristo, la fomenta" (95). Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en Ella la maternidad divina, mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.
Efectivamente, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo, siendo también la suya una mediación participada (96). En efecto, si "jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor", al mismo tiempo "la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente"; y así "la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas" (97).
La enseñanza del Concilio Vaticano II presenta la verdad sobre la mediación de María como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo. Leemos al respecto: "La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador" (98).
Después de los acontecimientos de la Resurrección y de la Ascensión, María, esperando con los Apóstoles en el Cenáculo a la espera de Pentecostés, estaba presente como Madre del Señor glorificado. Era no solo la que "avanzó en la peregrinación de la fe" y guardó fielmente su unión con el Hijo "hasta la cruz", sino también la esclava del Señor, entregada por su Hijo como Madre a la Iglesia naciente: "He aquí a tu madre". Asíempezó a formarse una relación especial entre esta Madre y la Iglesia. En efecto, la Iglesia naciente era fruto de la cruz y de la resurrección de su Hijo. María, que desde el principio se había entregado sin reservas a la persona y obra de su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya materna. Después de la Ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación materna; intercediendo por todos los hijos, la Madre coopera en la acción salvífica del Hijo, Redentor del mundo. Al respecto enseña el Concilio: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos" (103). Con la muerte redentora de su Hijo, la mediación materna de la esclava del Señor alcanzó una dimensión universal, porque la obra de la redención abarca a todos los hombres. Así se manifiesta de manera singular la eficacia de la mediación única y universal de Cristo "entre Dios y los hombres". La cooperación de María participa, por su carácter subordinado, de la universalidad de la mediación del Redentor, único mediador. Esto lo indica claramente el Concilio con las palabras antes citadas.
La dimensión mariana de la vida de un discípulo de Cristo se manifiesta de un modo especial precisamente mediante esta entrega filial respecto de la Madre de Dios, iniciada con el testamento del Redentor en el Gólgota. Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el Apóstol Juan, "acoge entre sus cosas propias" (130) a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su "yo" humano y cristiano: "La acogió en su casa". Así el cristiano trata de entrar en el radio de acción de aquella "caridad materna", con la que la Madre del Redentor "cuida de los hermanos de su Hijo"" (131), "a cuya generación y educación coopera" (132) según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo.
Esta relación filial, esta entrega de un hijo a la Madre no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia Él. Se puede afirmar que María sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: "Haced lo que Él os diga". En efecto es Él, Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres; es Él "el camino, la verdad y la vida" (Jn 4,6); es El a quien el Padre ha dado el mundo, para que el hombre "no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). La Virgen de Nazareth se ha convertido en la primera "testigo" de este amor salvífico del Padre y desea permanecer también su humilde esclava siempre y en todas partes. Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que "ha creído" y precisamente con esta fe suya de Esposa y Madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a Ella como hijos. Y es sabido que cuanto más estos hijos perseveran en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María las acerca a "la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3,8). E igualmente ellos reconocen cada vez mejor la dignidad del hombre en toda su plenitud, y el sentido definitivo de su vocación, porque "Cristo... manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (133).
En este contexto, el Año Mariano deberá promover también una nueva y profunda lectura de cuanto el Concilio ha dicho sobre la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia, a la que se refieren las consideraciones de esta Encíclica. Se trata aquí no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la auténtica "espiritualidad mariana", considerada a la luz de la Tradición y, de modo especial, de la espiritualidad a la que nos exhorta el Concilio (142). Además, la espiritualidad mariana, a la par de la devoción correspondiente, encuentra una fuente riquísima en la experiencia histórica de las personas y de las diversas comunidades cristianas, que viven entre los distintos pueblos y naciones de la tierra. A este propósito, me es grato recordar, entre tantos testigos y maestros de la espiritualidad mariana, la figura de San Luis María Grignon de Montfort, el cual proponía a los cristianos la consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo (143). Observo complacido cómo en nuestros días no faltan tampoco nuevas manifestaciones de esta espiritualidad y devoción.


La doctrina de la esclavitud de amor

El papa Juan Pablo II, en su viaje a Czestochowa el 4 de abril de 1979, refriéndose al acto de consagración al Corazón Inmaculado de María, que el primado de Polonia hizo, en aquel mismo lugar, el día 3 de mayo de 1966, en conmemoración del milenio de la conversión de Polonia, habló del sentido de la consagración de total esclavitud:
"Este acto histórico fue pronunciado aquí, ante Pablo VI, físicamente ausente, pero presente en espíritu, como testimonio de esa fe viva y fuerte, que esperan y exigen nuestros tiempos. El acto habla de "esclavitud" y esconde en sí una paradoja semejante a las palabras del Evangelio, según las cuales, es necesario perder la propia vida para encontrarla de nuevo (cfr Mt, 10,49). En efecto, "el pertenecer", es decir; el no ser libres, forma parte de su esencia. pero este "no ser libres" en el amor, no se concibe como una esclavitud, sino como una afirmación de libertad y como su perfección. El acto de consagración en la esclavitud indica, pues, una dependencia singular y una confianza sin límites. En este sentido la esclavitud (la nolibertad) expresa la plenitud de la libertad, del mismo modo que el Evangelio habla de la necesidad de perder la vida para encontrarla de nuevo en su plenitud."
Dice el papa Juan Pablo II en su libro Cruzando el umbral de la esperanza.
"Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención.
"Así pues, redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem.
"El Concilio Vaticano II da un paso de gigante tanto en la doctrina como en la devoción mariana (...). Cuando participé en el Concilio, me reconocí a mí mismo plenamente en este capítulo, en el que reencontré todas mis pasadas experiencias desde los años de la adolescencia, y también aquel especial ligamen que me une a la Madre de Dios de forma siempre nueva."
Y así el lema elegido por el papa para su pontificado no quiere decir otra cosa que el abandono en María: "TOTUS TUUS ego sum et omnia mea tua sunt" (Tratado de la verdadera devoción, 266).
La doctrina de san Luis María Grignon de Montfort es, quizás, aún poco conocida y puede sorprender a mucha gente que Juan Pablo 11 haga esta confesión tan clara de la influencia que la mariología montfortiana ha tenido en el Concilio Vaticano II y en sus enciclicas sobre la Madre de Dios.
Al inicio del Tratado de la verdadera devoción escribe san Luis M':
"Confieso con toda la Iglesia que, no siendo María sino una pura criatura, salida de las manos del Altísimo, comparada con la Majestad infinita es menos que un átomo, o más bien, es nada, porque sólo es Él que es; y, por consiguiente, confieso que este gran señor, siempre independiente y suficiente en sí mismo, ni ha tenido ni tiene ahora necesidad alguna de la Santísima Virgen para hacer su voluntad santísima y manifestar su gloria; pues basta que Él quiera para que todo se haga.
"Digo, sin embargo, que supuestas las cosas como son, habiendo querido Dios comenzar y acabar sus más grandes obras por la Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará de conducta en los siglos de los siglos, pues es Dios y no varía en sus sentimientos ni en su proceder.
El sentido de este texto coincide con el citado de la encíclica. Y para hacer notar esta coincidencia aportaremos unos comentarios escritos por el, ya fallecido, P. Solá, S.I., eminente mariólogo, asiduo colaborador de la revista y, en vida, director de la Sociedad Grignon de Montfort, cuya misión es dar a conocer las obras y espiritualidad del santo.
Aunque la obra más conocida del santo es El Tratado de la verdadera devoción, ésta no es más que el magnífico comentario del capítulo XVII del libro El Amor de la Sabiduría eterna, obra capital del santo de Montfort. Sólo dicho libro nos presenta la espiritualidad montfortiana en su conjunto. El P. Solá en la presentación de dicho libro comenta:
"Y así es en realidad. Porque el Santo trabajó detenidamente y durante muchos años de su vida en esta obra básica. Comprendía él -y lo experimentaba- que no todos entendían su doctrina de la esclavitud mariana tal como él la practicaba y exponía. La tildaban de un mariocentrismo contrapuesto al cristocentrismo espiritual. ¿No es Cristo el centro y fin de nuestra vida espiritual, comoquiera que Él es Dios, nuestro Redentor, Mediador, Autor de los Sacramentos, fuentes de la gracia y de nuestra santificación? Y parecía que la Mariología de san Luis Mª relegaba a un segundo término la Cristología, la minorizaba y aun casi la suprimía." Cierto es que semejante apreciación de la espiritualidad montfortiana era y es totalmente falsa. Pero su insistencia en la mediación de María para llegar a Cristo, era así mal interpretada.
"La Sabiduría divina no es únicamente el Verbo Eterno hecho hombre -la Persona- sino que es Cristo que se nos da, que vive en nosotros, que nos santifica, que es nuestra vida. Pero este Cristo es la Sabiduría encarnada y dice el santo: "La Sabiduría Encarnada amó la Cruz desde sus más tiernos años: La quise desde muchacho (Sab 8,2)". Apenas entró en el mundo, la recibió ya en el seno de su Madre, de manos del Padre Eterno y la colocó en su corazón, como soberana, diciendo: Dios mío, la quiero; llevo tu ley en mis entrañas (Salmo 40,9) ¡Oh Dios mío y Padre mío, escogí la cruz cuando estaba en tu seno! La vuelvo a elegir ahora en el seno de mi Madre. La amo con toda mi alma y la coloco en medio de mi corazón para que sea mi esposa y mi señora" (Amor de la Sabiduría eterna, 169).
"Así el cristiano -continua diciendo el P. Solá-, también ha de escoger y aceptar la cruz de Cristo que encuentra en su Madre. Grignon de Montfort encuentra siempre a Jesús en María, como Jesús encontró en el seno de su Madre aquella naturaleza humana que fue el instrumento de la Redención."
"Cristo se abrazó con la cruz; y lo mismo ha de hacer el cristiano. En ella encontrará la vida porque en ella está Cristo. Ello le lleva a la Consagración más plena y absoluta; necesarísima si se quiere ser totalmente de Cristo. Como que la Sabiduría Eterna es un don, es una entrega de Sí misma a nosotros, también nosotros hemos de entregarnos más plenamente a la Sabiduría. Y ¿cómo podremos alcanzar esta unión tan perfecta con Cristo, Sabiduría Eterna? Cuatro medios pone el santo: deseo ardiente, oración continua, mortificación universal y una verdadera y tierna devoción a la Santísima Virgen (cap. XVII ). Y a continuación explica en qué consiste esta verdadera devoción a María. Capítulo maravilloso porque en síntesis expone toda su doctrina sobre este tema. Y advierte: "Esta devoción, debidamente practicada, no sólo atrae el alma a Jesucristo, la Sabiduría Eterna, sino que la mantiene y conserva en ella hasta la muerte." (n. 220)
"El Amor de la Sabiduría Eterna nos introduce en la misma fuente de la santidad y del espíritu cristiano, enseñándonos, si cabe más, a encontrar a Jesús por, en, con y para María.".


Acto de consagración de sí mismo a Jesucristo, Sabiduría Encarnada, por las manos de María

¡Oh Sabiduría eterna y encarnada! ¡Oh muy amable y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Padre eterno y de María siempre Virgen! Os adoro profundamente en el seno y en los esplendores de vuestro Padre, durante la eternidad, y en el seno virginal de María en el tiempo de vuestra encarnación.
Os doy gracias porque os habéis anonadado tomando forma de esclavo para sacarme de la cruel esclavitud del demonio; os alabo y glorifico, porque os dignasteis someteros a María, vuestra santa Madre, en todas las cosas, a fin de hacerme por Ella vuestro fiel esclavo.
Mas, ¡ay!, que ingrato e infiel como soy, no os he cumplido los votos y las promesas que tan solemnemente os hice en mi bautismo; no merezco ser llamado vuestro hijo ni vuestro esclavo; y como nada hay en mí que no produzca vuestra repulsa y vuestra cólera, no me atrevo a acercarme por mí mismo a vuestra santa y augusta Majestad.
Por eso he recurrido a la intercesión y a la misericordia de vuestra Santísima Madre, que Vos me habéis dado por medianera para con Vos; y por este medio espero obtener de Vos la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la conservación de la Sabiduría.
Os saludo, pues, ¡oh María Inmaculada!, tabernáculo viviente de la divinidad, donde la Sabiduría eterna escondida quiere ser adorada de los ángeles y de los hombres.
Os saludo, ¡oh Reina del cielo y de la tierra!, a cuyo imperio está todo sometido, todo lo que está debajo de Dios. Os saludo, ¡oh refugio seguro de pecadores, cuya misericordia no faltó a nadie! Escuchad los deseos que tengo de la divina Sabiduría, y recibid para ello los votos y las ofertas que mi bajeza os presenta.
Yo, N, pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en vuestras manos los votos de mi bautismo; renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y me entrego todo entero a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz en pos de Él todos los días de mi vida, y a fin de serle más fiel de lo que he sido hasta ahora."
Os escojo hoy, ¡oh María!, en presencia de toda la corte celestial por mi Madre y mi Señora. Os entrego y consagro, en calidad de esclavo mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores y aun el valor de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras, dejándoos por entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, a vuestro beneplácito, a mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad.
Recibid, ¡oh Virgen benigna!, esta pobre ofrenda de mi esclavitud en honor y unión de la sumisión que la Sabiduría eterna se dignó tener a vuestra maternidad; en homenaje al poder que ambos tenéis sobre este insignificante gusanillo y miserable pecador, y en acción de gracias por los privilegios con que la Santísima Trinidad os ha favorecido.
Protesto porque en adelante quiero, como verdadero esclavo vuestro, buscar vuestro honor y obedeceros en todas las cosas.
¡Oh Madre admirable!, presentadme a vuestro querido Hijo en calidad de esclavo eterno, a fin de que habiéndome rescatado por Vos, me reciba por Vos.
¡Oh Madre de misericordia!, hacedme la gracia de obtener la verdadera sabiduría de Dios, y de ponerme para ello en el número de los que Vos amáis, de los que enseñáis, guiáis, alimentáis y protegéis como a vuestros hijos y esclavos.
¡Oh Virgen fiel!, hacedme en todas las cosas tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada Jesucristo, vuestro Hijo, que por vuestra intercesión
y a vuestro ejemplo, llegue yo a la plenitud de su edad sobre la tierra y de su gloria en los cielos. Así sea.


Qui potest capere, capiat.

Quis sapiens, et intelligens haec?

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Notas a pie de página:

94. Conc. Vat. 11, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 60.

95. lb., núm. 60.

96. CE la fórmula de mediadora "ad Mediatorem" de San Bernardo, In dominica infra oct. Assumptionis Sermo, 2; S. Bernardi Opera, V, 1969, 263. María como puro espejo remite al Hijo toda gloria y honor que recibe: Id., In Nativitate B. Mariae Sermo - De aquaeductu, 12: ed. cit., 283.

97. Conc. Vat. 11, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentitan, núm. 62.

98. Ib., núm 62.

103. lb., núm 62.

130. Como es bien sabido, en el texto griego la expresión supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante. Cf. San Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: "La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura".

131. Conc. Vat.11 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 62.

132.

133. Conc. Vat. 11, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, núm. 22.

142. Cf. Const. dogm. sobree la Iglesia Lumen gentium, núms. 66-67.

143. San Luis María Grignion de Montfort, Traité de la vraie dévotion á la Sainte TTierge. Junto a este Santo se puede colocar también la figura de San Alfonso María de Ligorio, cuyo segundo centenario de su muerte se conmemora este año: cf. entre sus obras, Las glorias de María.

Fuente: orlandis.org