Las Tres Virtudes de María 

Mons. Jacques-Benigne Bossuet

a) Conexión de los misterios cristianos

Los misterios cristianos se enlazan unos con otros, y este de la Asunción tiene una especial conexión con el de la Encarnación del Verbo. Si María recibió a Jesús en su seno, Jesús debe recibir en el suyo a María, si el uno bajó, la otra debe subir; y como Dios ha de superar en magnificencia a los hombres, el, que no dio sino una vida mortal debe recibir en medio de magnífica pompa una vida inmortal.

b) Solemnidades del Cielo

El cielo tiene sus solemnidades como la tierra, o mejor dicho, ésta ha copiado el nombre para disfrazar su nada. Pudiera intentar describir aquella con que fue recibida María, pero prefiero hablar del cortejo de virtudes que la acompañaron.

c) La muerte, la virginidad y la humildad

Para que María entrase en la gloria debía ser despojada de todo lo terreno, y la muerte se encarga de esta labor preparatoria. María muere de amor.

Debía ser revestida como de un manto glorioso de inmortalidad. La virginidad cumplió con esta obra de esplendor.

La perfección de su triunfo consistía en que ocupara un trono superior al de los querubines y serafines. La humildad se lo consiguió.

B) María muere de amor

La naturaleza pide que muramos. La gracia lo exige, porque Cristo destruyó la muerte muriendo, y por medio de la muerte alcanzamos la vida. Pero en María hasta la muerte fue sobrenatural. Muere de amor.

a) Dos Amores

“Dos amores se reunieron en María para formar uno solo. María amaba a su Hijo con el amor que debía a Dios, y amaba a Dios con el amor que debía a su Hijo”. (cf. AMADEO, Obispo de Lausana, siglo XII: Bibl. PP. t.20 p.1272). No hay amores más fuertes que los que la naturaleza da para los hijos y el que la gracia da para Dios. Ambos se sumaron en María.

b) La vida de María a partir del calvario fue un morir de amor

Si Jesús ansió vivir con los hombres, ¿qué no ansiaría María vivir con Jesús? Si San Pablo deseaba que se deshiciera su cuerpo..., no busquemos otra causa en María. Dejemos obrar al amor.

“Pero ¿podré yo deciros cómo concluyó este milagro y de qué modo pudo el amor dar el golpe mortal a Maria? ¿Fue, acaso, algún deseo más inflamado, algún movimiento más activo, algún transporte más violento que vino a separar el alma de María? Si me es lícito, cristianos, deciros lo que pienso, yo atribuyo este último efecto no a movimientos extraordinarios, sino a la sola perfección del amor de la Santísima Virgen. Ve, hijo mío, decía Filipo a Alejandro, extiende bien lejos tus conquistas; mi reino es demasiado pequeño para contenerte. ¡Oh amor de la Santísima Virgen! Tu perfección es demasiado eminente; tú no puedes permanecer por más tiempo en un cuerpo mortal; tu fuego despide rayos demasiado vivos para poder estar cubierto por esa ceniza.

Ve a brillar en la eternidad; ve a abrazarte ante la faz de Dios; ve a perderte en su inmenso seno, que es el único capaz de contenerte; y entonces la divina Virgen entregó sin pena y sin violencia su santa y dichosa alma en manos de su Hijo. No fue necesario que su amor se esforzase por movimientos extraordinarios. Como la más ligera sacudida desprende del árbol el fruto ya maduro, como una llama se eleva y vuela por sí misma al lugar de su centro, del mismo modo fue arrebatada aquella bendita alma para ser de una vez transportada al cielo; así murió la divina Virgen por un deseo de amor divino, y he aquí por qué los santos ángeles dicen: ¿Quién es aquella que se eleva como el humo odorífero de una mezcla de la mirra y el incienso? (Cant. 3,6).

Así es cómo el alma de la Santísima Virgen fue separada de su cuerpo. No se quebrantaron sus lazos por una sacudida violenta; un divino calor la desunió dulcemente del cuerpo y la elevó al seno del Amado de su corazón, sobre una nube de santos deseos. Éste fue su carro triunfal, carro que, como veis, construyó el amor mismo de sus propias manos.'

Poco nos parecemos a María, y prueba de lo escaso de nuestro amor es el apego que tenemos a los bienes de la tierra.

C) La virginidad la reviste de inmortalidad

a) Su pureza la preserva de corrupción

Estando Jesús tan unido, según la carne, a María Santísima, quiso acompañar esta unión con una perfecta conformidad, y así el Esposo de las vírgenes buscó una Madre virgen y volcó sobre ella una gracia que no sólo templara, sino, extinguiera el fuego de la concupiscencia, esto es, no sólo de las obras, que son el ardor que excita, ni de los deseos, que son la llama que aviva, ni de las malas inclinaciones, que son el ardor que mantiene, sino del mismo foco, del “fomes peccati”.

Esta inimaginable pureza exigía la incorrupción. La carne se corrompe no precisamente, como dice la ciencia, por ser algo compuesto, sino, como dice la teología, por ser un atractivo para el mal y una fuente de deseos, una carne de pecado (Rom. 8,3). Es preciso, para que viva, que cambie su primitivo ser, y del mismo modo que un muro ruinoso se va derribando a golpes de pica, del mismo modo nuestro cuerpo va muriendo poco a poco hasta llegar al sepulcro. Pero María purísima debió ser incorruptible.

b) La pureza de María exige su resurrección

El sol produce frutos cuando el árbol llega a su sazón; pero hay árboles y terrenos en los que el efecto del sol es más eficaz. María estaba forjada de una materia demasiado bien preparada para que tuviera que esperar. María pudo muy bien traer la eficacia de Cristo, puesto que atrajo a Cristo mismo “hasta echar raíces en su seno” (cf. TERTUL., De charit. Christi 21).

Esta preparación tan rápida diósela la virginidad. En, efecto, el Señor, refiriéndose al cuerpo de los resucitados, dice que serán como ángeles de Dios (Mt. 32,30). Tertuliano llama a sus cuerpos “carne angelical' (cf. De resurr. Carnis 26) Ahora bien, la virtud que más nos asemeja a los ángeles es la virtud angélica, la pureza. Lo que hace ángeles en la tierra, buen derecho tiene a hacerlos en el cielo. Y la pureza de María fue tanta que exigió que la resurrección de su cuerpo no esperase el fin de los siglos.

D) La humildad, corona a María

La humildad parece que rebaja y en realidad ensalza. Nihil habentes sed omnia possidentes (2 Cor. 11,10).

La humildad de Maria consistió en que, disfrutando de la más alta dignidad, renunció a ella, apareciendo como sierva; gozando de la más exquisita pureza, apareció en la purificación como pecadora, y poseyendo sobre todo a su Hijo, lo perdió en la cruz y aceptó se le trocara por San Juan.

En cambio, con esta humildad mereció que el día de la Asunción se la colocara en el solio más alto y digno, que los ángeles puros la recibieran como súbditos, y que su Hijo se le reintegrara para siempre.

Fuente: www.homiletica.com.ar