El dos de
febrero es el santo de mi madre, y para un hijo, eso imprime carácter.
Se llama Candelas y todo lo demás sobra. Así es que ese día, para mí,
es festivo por demás, es digno de merecer en el calendario, porque es
el día, entre otras razones, de la razón de por qué yo estoy aquí.
Por ende, es el día que imposible puede pasar desapercibido.
Lo
recuerdo, por eso, desde criatura. Ahora ha ido pasando a un segundo
plano el día del santo de cada quién, suplantado por el día de su
nacimiento, que es un día más civil, más de acuerdo con la
documentación física de cada cual. Antes nos ateníamos más a la
documentación de la identidad religiosa, del santo que nos pusieron a
mano para que nos echara una mano cuando el por si acaso. Ahora las
celebraciones andan más por el asunto de la mundanidad, en su buena
expresión, y no tanto por el de la religiosidad, también en su buena
expresión, porque en estos tiempos todo hay que precisarlo. En el caso
de mi madre no es que su fecha de nacimiento haya quedado en el olvido
pero siempre, en casa, quedó más a flor de piel el día de su santo:
el dos de febrero.
Y
tiene mucho que ver para todos los que en esto nos asentamos, puesto que
se trata del día religioso en el cual la madre, María, presentó
oficialmente a su hijo, Jesús, en el templo. Todo un acto de protocolo
religioso, es verdad, ajustado a la ley, es verdad. Es algo así como el
entrar por la puerta grande, llevados de la mano, en el templo, en
recinto donde está aquello en lo que se cree, el lugar donde hay que
acudir inclusive cuando la creencia primera pareciera desmoronarse.
El
2 de febrero es día de festividad en muchas partes, por eso de la
Candelaria. Y es que la Virgen, pienso yo que por madre, se ha llevado
la primicia. Lo cierto es que esta fecha de la Presentación del Señor
se refiere al cumplimiento de la Ley mosaica, la cual establecía que a
los cuarenta días del nacimiento, los niños varones deberían ser
presentados en el templo, y así la madre podía realizar el rito de la
purificación. María cumplió la ley, aunque sabemos ahora que no tenía
de qué purificarse. Y la verdad es que ni siquiera hoy, o mucho menos
hoy, entendemos por qué una mujer, luego de parir, tiene que ir a donde
sea a purificarse, como si el ser madre fuera un pecado, y como si el
hijo fuera el resultado de un desatino.
Lo
cierto es que el 2 de febrero es un día hermoso para mí, por lo de mi
madre, y para todos, por la madre de cada cual. Todos nos hacemos un
poco mayores a partir del dos de febrero, todos comenzamos a
identificarnos con aquello que deseamos ser, a todos nos ponen en el
camino para que después podamos continuar avanzando, aunque siempre la
mano de la madre esté al tanto, para las buenas y para las malas.
Los
grandes pintores se han hecho cargo de este momento: Rafael, Murillo,
Jordán, Tiziano... Aunque estoy tentado a referirme a sus
inspiraciones, en esta oportunidad lo pasaré por algo. Dejar
constancia, eso sí, que cuando nos presentan oficialmente en el templo
no es tontería alguna, entre otras razones porque vamos de la mano de
nuestra madre, y qué mejor argumento para constatar que el rito es
bueno.
Fuente: autorescatolicos.org