Con María, en Cana de Galilea

María Susana Ratero

Es sábado en la tarde. Como puedo, a los tirones, logro que mis cansados pies me lleven al recinto de la parroquia de Luján. Mi pobre alma, hecha jirones, acaba de salir de una fuerte tormenta de dolor, soledad e impotencia.
Me arrodillo ante tu imagen, Madre mía. Tu sencilla y conocida imagen.
Tu silencio se suma a tantos otros que me lastiman. Con las pocas palabras que puedo rescatar del naufragio de mi corazón atino a decirte...
- ¿Tienes un Caná de Galilea para mí?... Por favor, Madre, mira mi corazón y ten piedad de mí. Creí que las tinajas de mi alma tenían suficiente fe, esperanza, paciencia... pero ya ves... las usé demasiado, las use mal, no lo sé. Se me vino una tormenta encima... tu sabes. Me hallo tan perdida como los pobres sirvientes en aquella boda, cuando ya no había mas vino que sacar, ni sitio a donde recurrir...
- ¿Comprendes ahora, hija mía, lo que es necesitar un “Cana de Galilea”? ¿Comprendes la soledad y la angustia del alma cuando languidece por falta de alimento, cuidados y santa compañía?
- Creo que sí Madre... Buscarte ahora, diciéndote que ya no hay más vino en las tinajas de mi corazón es...
- Tocar fondo, querida mía. Has tocado fondo. Pero no te angusties ni desesperes, aquí estoy yo, que soy tu Madre. Nada tienes que temer.
Y te quedas a mi lado, y yo sigo de rodillas mientras empieza la misa. La sigo con la mayor devoción que puedo, pero no me es fácil.
- Ya es tiempo-dices, Madre mía- ya es tiempo. Iremos a Jesús y hablaré con Él por ti. Ven Sígueme.
Y como los sirvientes de la boda, mi corazón te sigue hasta cerquita del altar, frente al Sagrario. Allí hablas con Jesús. ¡Bendito dialogo de amor que jamás me atrevería a escuchar!
Mi corazón se arrodilla ante el Sagrario y espera, como el último de los mendigos de la tierra.
Vuelves a mi lado, Madrecita, y repites, como haces casi dos mil años:
-“Haz todo lo que Él te diga”
Y nos volvemos al banco de la Parroquia.
El sacerdote lee el Evangelio. Te siento a mi lado, abrazándome fuerte, y repitiendo “Escucha, haz todo lo que El te diga”....
Y allí comprendo que Jesús me esta pidiendo que le siga, que le escuche, que sea Él la prioridad en mis decisiones. Sobre todo, me esta pidiendo amor. Amor a mis hermanos. Amor cuando los demás me aman y amor cuando me olvidan. Amor cuando me cuidan y amor cuando me abandonan. Amor cuando me escuchan y amor cuando me ignoran. Amor... después de la tormenta del alma, Jesús me pide que intente el amor, sólo que lo intente, Él me dará la fuerza que yo no hallo, pero lo hará si el primer paso sale de mi voluntad. Jesús me pide amor... yo, a mi vez, le pido que transforme en oración las amargas aguas de mis rencores, de mis tristes recuerdos. Le pido me enseñe a orar por aquellos que alguna vez me lastimaron. Que me enseñe a perdonar, para que mi amargura no torne agrio el vino del milagro. 
Llega el momento de la consagración.
Se llevan las ofrendas de pan y vino, y otras ofrendas de la comunidad
- Pon las tuyas también, hija-me aconsejas, siempre sabia, siempre prudentísima
- ¿Qué puedo poner yo, Madre, si mi pobre alma sangra por todos lados?
- Pues ponla, hija, como puedas, con errores y con aciertos
- ¿Puedes ponerla tu por mí, si no es demasiado atrevimiento?-y me siento avergonzada de pedirte tanto, pero siento que sola no puedo
- Esperaba que me lo pidieras, querida. 
¡Qué dulce alivio! Entrego mi pobre alma a María. Según mi propio parecer, se ve como la más indigna de las ofrendas. Pero Ella hace algo que me sorprende. La coloca en una bellísima bandeja, va curando las heridas de a una, va haciendo brillar los méritos que la adornan y la deja hermosa. Ella misma se acerca al altar y allí la deposita. Ahora estoy segura de que Jesús la recibirá de buen grado, no sólo por lo bien presentada sino por quien se la entrega (*)
Ya el pan no es pan sino el Cuerpo de Cristo. Ya el vino no es vino sino su Preciosísima Sangre.
Es tiempo de acercarse a comulgar.
- Vamos hija- me dices- es hora del milagro. El alma que ofreciste lastimada, vacía y sin esperanzas, la tomaré ahora para ti y estará lista para el milagro. Solo que esta vez no se llenaran las vasijas del alma de un vino de exquisita calidad. No. Esta vez, hija mía, se llenaran del Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad de mi amado Hijo.
María toma mi pobre alma y me la devuelve lista para recibir la Santa Comunión
- Quédate conmigo, Madre, que sin ti, no me atrevo a recibirle. Quédate en mi corazón. No es que Jesús pierda algo de su gloria al venir a un corazón tan manchado e inconstante como el mío, Pero si tu estas en él, Madre querida, el Maestro hallará su complacencia, pues te ama sobre todo.(*)
Así, sintiéndote en mi corazón, María, me acerco a recibir a Jesús.
¡Oh sublime momento! Todas las palabras palidecen ante tanto amor derramado en el alma.
Una a una, las vasijas vacías de mi interior se van llenando del más puro amor. Una paz infinita me inunda y me siento en la más gratísima de las compañías: Jesús y su Madre.
Allí me quedo, como una esclava a la puerta del Palacio del Rey, donde esta hablando con la Reina y mi corazón viaja por toda la tierra suplicando a todos amen a Jesús en Maria en mi nombre (*)
Caná de Galilea ha sucedido hoy para mí. He llegado vacía hasta tu lado, Madre mía, y te he pedido un milagro. No sólo me lo has concedido sino que me has dejado una profunda enseñanza.
- ¿Cómo sabré, Señora, si este milagro no es pura ilusión mía?¿Cómo sabré usarlo correctamente?
- Pues, muy simple hijita, algún “maestresala” dirá de ti: “Casi todos, dan su mejor vino al comienzo de las relaciones y, cuando éstas se van agotando y gastando, pues, para mantenerlas, usan un vino de inferior calidad. Pero esta persona ha dejado el mejor vino para el final, el mejor amor ha surgido después del dolor”
Los “maestresala”, los que viven conmigo, los que me conocen, los que me quieren y los que no... Con tu ayuda, Madre Santísima, espero servirles el mejor vino, es decir, un amor más sincero, más puro, más humilde, más digno de Aquel que, en cada misa, renueva el milagro para los sencillos, para los simples de corazón, para los sirvientes... 
Si, quiero ser siempre como una sirvienta, como los que fueron dignos de presenciar el primer milagro de Jesús a pedido Maria

Amigo que has leído este pequeño relato. Cerca de tu casa, seguro, se celebran las “bodas de Cana”, en la parroquia más cercana. Ve, acércate, dile a Maria que ya no tienes vino. Ella tiene un milagro especial esperando por ti.

(*)comparaciones basadas en los escritos de Grignon de Montfort

Fuente: autorescatolicos.org