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Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado
Maria Susana Ratero
Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no
soy hoy la mejor compañía
Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso,
tiñe mis afectos y mis sueños.
Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan
alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.
- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo...
soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé
bien que lo necesitas.
- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese
pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí,
sabía que podía contar contigo.
Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al
Sagrario.
Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma
cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande
de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma.
Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al
pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.
- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.
Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno
recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos...
Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene
un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:
- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer
más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.
Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande
como jamás vi.
- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!.
Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón,
amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.
Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas.
Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos.
Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este
momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.
Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y
Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “ Vengan
a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt( 11,28).
Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca.
Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e
inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue
acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de
mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:
- Ahora, ve a confesarte.
Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso
Madre.
Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la
misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré
En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo,
tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma
tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...
Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario.
Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más.
Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para
que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me
pediste que fuera a confesarme.
¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera
de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del
Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más
pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su
soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la
aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos
hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su
infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!
Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías...
y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado,
que Yo te aliviaré”
Amigo, nos encontramos en el Sagrario.
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