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María es una mujer con el corazón en el cielo.
Padre Juan J. Ferrán, L.C.
María es una mujer alegre. La alegría es la virtud de los resucitados, de
los que tienen a Dios, de los que han puesto su corazón en el cielo. Vemos
esta alegría en María Magdalena cuando descubre al Resucitado, en los
discípulos de Emaús cuando reconocen a Cristo en la fracción del pan, en los
apóstoles cuando Cristo resucitado se les presenta en el Cenáculo.
La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser
el rostro de nosotros los cristianos que ya vivimos de alguna forma nuestra
fe en la resurrección. Por el contrario, la tristeza, como vivencia habitual
y permanente, no entra nunca, pase lo que pase, en la vida de quien cree en
Cristo.
María es una mujer con el corazón en el cielo. María veía todo a través del
cielo. ¿Qué importancia tenían el sufrimiento, las carencias, las luchas,
los sacrificios, los esfuerzos, las renuncias, los momentos difíciles,
cuando todo eso se ve desde el cielo? Ninguna. Todo es parte de ese camino
hacia el cielo, ese camino estrecho que tanto asusta al ser humano, que
conduce a Dios. Ella ha sido nuestra precursora en este camino, dándonos
ejemplo. Sigamos a María en esta vida que sin duda es para todos "un valle
de lágrimas", pero tengamos siempre el corazón arriba, junto a Dios, con
espíritu de resucitados.
Dios nos ha dado a María como Madre, Abogada, Intercesora, Mediadora, Amiga
y Compañera. En la espiritualidad cristiana debe haber un gran sitio para
María en el corazón de cada cristiano. De lo contrario nuestra
espiritualidad estaría incompleta, sería muy pobre. Podríamos proponer
algunos caminos o medios de espiritualidad mariana para nuestro corazón de
cristianos.
El amor tierno y filial a María. María debe convertirse en la vida de un
cristiano en objeto de ternura, de cariño, de afecto. A María hay que
quererla como se quiere a una madre. Lejos de nuestra espiritualidad una
actitud seca, austera, distante, fría hacia quien nos ama tanto, hacia quien
aboga tanto por nosotros ante Dios, ante quien tanto nos cuida, ante quien
vigila nuestros pasos para que no caigamos en el mal. De ahí la necesidad de
tener con María momentos de encuentro, diálogos cordiales, intimidad y
confianza. No puede pasar un día en nuestra vida que no nos dirijamos a Ella
con la sencillez de un niño a contarle a nuestra Madre del Cielo nuestros
problemas, nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestros planes.
Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un afecto y amor, porque
entonces se empobrecería. Debe convertirse en imitación de sus virtudes.
Para nosotros María es la obra perfecta de Dios y en Ella resaltan con luz
muy especial todos aquellos aspectos de una vida que agradan a Dios. Aunque
nunca seremos tan perfectos como Ella, sin embargo podemos seguir sus pasos
para llegar a Cristo a través de María. Su mayor deseo es que amemos a su
Hijo, que seamos como Él, que vivamos su Evangelio. ¡Qué María sea nuestra
guía en este camino!
Y no olvidemos esas formas de oración particular centradas en María como
pueden ser el Santo Rosario. Una devoción que hay que llegar a gustar y
gozar, metiendo el corazón en cada Avemaría, en cada invocación, en cada
recuerdo de María. En casa en familia, ante el Santísimo, en los viajes, el
rosario debe ser nuestro acompañante.
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