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La pareja del nuevo Génesis: María y José
Padre José Cristo Rey García Paredes, cmf
Cuando el evangelista Mateo relata el origen de Jesús recurre a una palabra
llena de inspiración: ¡génesis! (Mt 1,1.18). Comienza su evangelio con estas
palabras: «libro del génesis», e inicia el relato de la concepción y
nacimiento de Jesús con la misma palabra: «éste fue el génesis de Cristo». Y
es que lo que iba a narrar excedía todo lo imaginable. Jesús fue una
absoluta novedad en nuestro mundo, aunque procediera de una larga lista de
progenitores. No era continuidad, no era repetición, no era ni siquiera una
genialidad. El pequeño Jesús no era simplemente un descendiente más del
pueblo de Israel, uno de los innumerables hijos de David, ni siquiera el más
importante de entre ellos. Jesús fue una criatura del todo especial, un
sorprendente «génesis», el génesis de una nueva humanidad.
En este nuevo génesis hay dos personajes, una pareja: María y José. ¡Sí! por
este orden: primero la mujer, después el varón. En este génesis la pareja
está al borde de la ruptura; pero al final, todo se resuelve porque ¡lo que
Dios ha unido...! Y serán siempre, para siempre María de José y José de
María.
«Su madre, María, se encontró encinta por obra del
Espíritu Santo»
El relato comienza con la entrada en escena de «su madre, María». Esa es su
carta de presentación; no que es la esposa de José, sino que es «su madre»,
la madre del Cristo. María «estaba prometida» a un hombre, José, pero
todavía no convivía con él. Según las costumbres de Israel, esta promesa se
había realizado solemnemente, ante testigos; se le daba el nombre de "erusin
" o desposorio. A partir de aquel momento, la novia era considerada
jurídicamente como mujer del varón. Este no podía, por ello, separarse de
ella sin un acto legal -acto de repudio-.
En la Galilea del siglo I estaban absolutamente prohibidas las relaciones
sexuales entre novios antes de convivir juntos, es decir antes de la
celebración del segundo rito matrimonial (los nísü'ín) que tenía lugar
normalmente un año después de la promesa y consistía en el traslado de la
novia a la casa del novio.
Lo que le ocurre a María está fuera de todo lo imaginable. No es que quede
ilegítimamente embarazada (de su novio, o de cualquier otro). Se trata de
algo sorprendente e imprevisto. Ella no lo ha buscado, ni pretendido. Lo que
le acontece le sorprende, porque está fuera de su decisión. El motivo de esa
situación es explicado inmediatamente: «por obra de Espíritu Santo». Lo
engendrado en ella «es de Espíritu Santo», del Espíritu creador de Dios. El
hombre que María engendra es una creatura del Espíritu. De hecho, en el
Evangelio de Mateo Jesús aparece como hombre sobre quien el Espíritu ha
bajado (3,16; 12,18), que es llevado y actuado por él (4,1; 12,28), que
bautiza en el Espíritu Santo (3,11).
La relación de María con el Espíritu Santo es muy íntima. «Nuestro Salvador
no ha nacido de José sino del Espíritu Santo y de la santa Virgen» (Eusebio
de Cesárea); se da una admirable correlación entre el Espíritu santo y la
santa Virgen. Cristo es concebido por el Espíritu Santo y la
no-constantinopolitano lo proclama así: «Incarnatus est de Spiritu Sancto ex
María Virgine».
María es actuada en su maternidad por el Espíritu. El Espíritu realiza su
acción generadora a través de María. María por sí sola no puede ser madre.
Su misma virginidad es incapaz de ello. Sólo la actuación creadora del
Espíritu lo hace posible. Hay una ruptura en la línea de generaciones
humanas del Pueblo. La novedad sorprende a María. De ella y del Espíritu,
sin otros presupuestos nace el Cristo, el hombre absolutamente nuevo. Este
relato (el libro de la Génesis) explica -según el primer evangelista- la
filiación divina de Jesús y al mismo tiempo su condición humana. Jesús nació
«del Espíritu Santo y de María». En el bautismo Dios lo manifestó como «hijo
mío predilecto» y el Espíritu descendió sobre Él (3,17). Las fuerzas
demoníacas y los tentadores humanos aludían en ocasiones a su filiación
divina. Momento culminante en la vida de los discípulos fue cuando
reconocieron a Jesús, postrándose ante él, como «hijo de Dios» (14,13;
16,16). El centurión y quienes estaban con él haciendo la guardia junto a la
cruz, llenos de miedo, proclamaron que Él era el «hijo de Dios». El
«verdaderamente éste era Hijo de Dios» suena, al final del Evangelio como
una ratificación del comienzo.
El conflicto de José y su decisión
El segundo personaje que entra en escena es José. Se conocen sus
antecesores: es descendiente de Abraham... David... En el relato se le
denomina «hijo de David» (1,20). Su padre inmediato es Jacob. De José se
dice que era «el hombre de María» (Mt 1,16) y que era justo. También Jesús
fue llamado justo Jesús por la mujer de Pilatos (Mt 27,19) y por el mismo
Pilatos (27,24). Ante un justo hay que mantenerse alerta. No hay que actuar
en contra de él. La verdadera justicia es interior y por eso a veces no se
percibe. Así es José. Un hombre diferente de los escribas y fariseos. La
justicia de José fue puesta a prueba. La mujer que le pertenecía estaba
encinta por obra del Espíritu Santo. Se trataba de algo que excedía
cualquier tipo de información y suposición humana. Por el texto no se ve
claro que José dispusiese de esa información, porque el ángel le comunica
más tarde en sueños que «lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». Con
todo, las palabras iniciales del ángel del Señor («No temas en tomar contigo
a María») parecen insinuar, no que José pretendía castigar a María de
acuerdo con la ley (Deut 22,13-21), sino que sentía miedo y temor religioso
ante lo que había acontecido en ella, ante lo grandioso e inesperado de
Dios. También las mujeres tuvieron miedo ante el acontecimiento de la
resurrección y el ángel del Señor y el mismo Señor les dijeron: «No temáis»
(Mt 28,5.10). Es un temor semejante al que siente José ante el prodigio que
se realiza en María; por eso el ángel le dice: «¡No temas!» (Mt 1,20). Al
parecer José, llevado de un temor reverencial -porque era justo-, no quería
hacer suya a aquella que, según creía no le pertenecía más. Sino sólo a
Dios.
José pretende dar acta de repudio por motivos puramente religiosos; no por
extrañeza ante el hecho, ni por sospecha. El escritor del primer evangelio
quiere resaltar únicamente este aspecto, que es aquel que le interesa. No
obstante, podemos y debemos preguntarnos si detrás, de ese revestimiento
literario y moralmente edificante no hubo un auténtico y serio conflicto.
Cuando se toma realmente en serio el origen irregular (virginal) de Jesús
hay que suponer que se pudo poner en funcionamiento el mecanismo jurídico de
Israel que en esos casos era especialmente rígido.
José elige entre dos alternativas: o ponerla en evidencia o repudiarla en
secreto. Porque «es justo», se decide por la última: hacerlo en secreto. La
justicia implica la misericordia y la fe. José se encuentra ante el dilema
de ser justo sin misericordia, o ser justo desde la misericordia y la fe. Y
la acción que de él se relata está en relación con esa justicia: no quería
poner a María en evidencia a causa de su embarazo y por eso decidió
repudiarla en secreto.
El conflicto se resuelve en el relato a través de la intervención del ángel
del Señor durante el sueño. No se indica el tiempo en que ésto ocurrió, ni
tampoco el lugar, aunque cabe conjeturar, por lo que se dirá más tarde, que
aconteció en Belén de Judá (Mt 2).
Revelación y mandato del ángel del Señor
José así lo tenía planeado cuando he aquí que se le apareció el ángel del
Señor. El ángel del Señor se aparece también al final del Evangelio de Mateo
a las mujeres y les pide -como a José- que «no teman» porque conoce lo que
les pasa y puede anunciarles que Jesús ha resucitado (28,5). En el prólogo
cristológico del Evangelio el ángel del Señor se dirige a José y le pide que
no tema porque María ha de seguir siendo su esposa y lo concebido en ella es
obra del Espíritu Santo. José, pues inaugura en cierta manera el temor
pascual': el temor ante lo incomprensible de la actuación de Dios. Ese temor
que se revela al principio como temor ante la génesis del hombre nuevo, que
llega de forma sorprendente para María e incomprensible para José; se revela
al final como temor ante el Resucitado que ya no está en la tumba vacía y
hay que buscarlo.
José emerge en el relato como el gran protagonista humano. Su zozobra, su
sufrimiento interior, su decisión de repudio sin suficiente luz, nos hacen
comprender algo que de una forma o de otra se hace siempre presente en
nuestra vida. José es también invadido por la gracia. En el sueño, en el
momento en que era más receptivo, recibe el regalo de la revelación. El
ángel del Señor le sorprende, como a María le había sorprendido el Espíritu.
Le trae la paz, cuando se encontraba habitado por el temor. En cierta
manera, como a las mujeres -al final del Evangelio-, el ángel le anuncia una
resurrección: resucita el amor, el proyecto de hogar, la paternidad.
José y todos los creyentes pueden comprender, por este relato, que no se
trata de una arbitrariedad de Dios. Este acontecimiento no es tan ilógico
como puede aparecer. Ya estaba germinalmente contenido en un oráculo de
Isaías, pero tal como ese oráculo puede ser leído y comprendido por quienes
han recibido la luz nueva de Jesucristo.
Fuente: ciudadredonda.org
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