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Madre de la segunda búsqueda
Padre Gonzalo Fernandez Sanz cmf
A pocos metros de mi casa acaban de inaugurar una nueva parroquia dedicada a
Santa Teresa de Jesús. En el frontis de la iglesia hay tres estatuas. La del
centro es un enorme Cristo que parece alejarse de la pared por la fuerza de
la resurrección. La de la izquierda representa a la santa andariega que da
nombre a la parroquia. La de la derecha es María. No sabría decir si me
gusta o no. Pero hay un detalle que me parece logrado y que es, en sí mismo,
una propuesta evangelizadora. María, en camino, señala con su brazo derecho
a Jesús. No es necesario añadir más. Ella es la que, en la encrucijada de
caminos que nos toca vivir hoy, nos señala con claridad quién es y dónde
vive Jesús. Pero no sólo. Ella es mucho más que una guía turística en este
inmenso parque de las religiones. Señala y engendra a Jesús. María es, como
cantamos a menudo, “estrella y camino”, pero también, y sobre todo, “madre
de los creyentes”.
Los niños pequeños necesitan una madre, alguien que los vaya introduciendo
en la vida paso a paso. La madre es para ellos fuente, seguridad, refugio,
estímulo, referencia permanente. En la madre encuentra el niño el mundo en
miniatura. Teniendo a su madre, el niño lo tiene todo. Los adolescentes y
los jóvenes suelen marcar distancias. Necesitan huir de la madre para
estrenar la vida de otro modo, para aprender a ser autónomos. Se embalan en
otros mundos. Los adultos, cuando son lo bastante libres como para liberar
la inocencia que llevan dentro sin temor a ser tachados de infantiles,
descubren otra vez lo que significa una madre.
Creo que una buena parte de nuestro cristianismo europeo se encuentra en la
fase de la adolescencia y de la juventud. Considera que la fe cristiana, y
de una manera particular María, ha sido la madre de la infancia, pero no
sabe cómo encajarla en la etapa de la adultez. ?Qué sentido tiene, en plena
madurez, servirse de esta figura para expresar la fe? Lo que importa es
hablar de desafíos y de opciones, presentar la fe como una manera de
situarse en el mundo, propiciar plataformas de diálogo, asumir los riesgos
de una apuesta contracultural. Quienes así hablan no siempre perciben que, a
base de alejarse de las relaciones personales que hacen de la fe una vida,
acaban convirtiendo la fe en pura ideología. Y, mientras no se diga lo
contrario, las ideologías no tienen madre y no engendran ninguna vida
verdaderamente humana. Y, lo que es más grave, no nos ofrecen la gracia que
necesitamos para ser felices.
Estoy convencido de que la aventura de la fe de muchos europeos que se han
alejado de ella o que nunca la han vivido está ligada al descubrimiento de
María. Ella será la madre de la “segunda búsqueda”, la que nos permitirá
descubrir una fe personal, cálida, capaz de proporcionar, no sólo claves
para entender el mundo, sino, sobre todo, energía para vivir desde la
experiencia de la gracia de Dios. Ella, la “llena de gracia”, la peregrina
de la fe, nos irá acompañando en un nuevo itinerario de búsqueda de Dios.
Sueño con el día en que la pastoral de la infancia y de la juventud ayude a
los niños y jóvenes a relacionarse con María desde el corazón en todas las
circunstancias de la vida. Creo posible que muchos adultos insatisfechos,
heridos por mil aventuras intelectuales y afectivas, tengan el coraje
suficiente para descubrir que María no es el eterno mito femenino que la
Iglesia ha explotado astutamente durante siglos, sacando partido de un
arquetipo universal, sino que es una persona que ejerce en nosotros una
maternidad espiritual.
En esta aventura de la fe, me parece imprescindible hacer una evangelización
cada vez más mariana, porque eso significará poner las bases para que nazca
Jesús en los hombres y mujeres de nuestro tiempo. La apertura al Espíritu
que inunda todo y la relación personal con María son las dos condiciones
imprescindibles para que brote la fe. Hoy como ayer, Dios se hace carne “por
obra del Espíritu Santo y de María virgen”. Estoy convencido de que cada vez
más hombres y mujeres, especialmente los que han recibido el encargo de
anunciar la fe, entenderán que estas palabras no son un galimatías, sino un
camino de fe.
No es fácil probar estas afirmaciones. Quizá ni siquiera es posible. Pero
hay algo que un observador sereno puede percibir: las personas que viven su
fe con hondura son personas profundamente marianas. Para ellas, María es la
madre que les regala a Jesús, que les permite vivir la fe como una relación
personal, que les ayuda a descubrir en la trama de la vida ordinaria el
misterio de Dios “hecho carne”, no simplemente hecho pregunta, hipótesis o
sueño. Sin María, el cristianismo pasa a engrosar la lista de ideologías que
se venden en el supermercado de las ideas. Sin María, el cristianismo pierde
su sello maternal y se convierte en un conjunto de fríos e insignificantes
dogmas que parecen infinitamente distantes de la cultura secular que hemos
ido construyendo en los últimos siglos.
No me extraña nada que los santuarios marianos congreguen a tanta gente en
todos los rincones del mundo, desde Luján (en Argentina) hasta Czestochowa
(en Polonia) pasando por Fátima (Portugal) y Lourdes (Francia). Pero no hay
que irse tan lejos. En la parroquia que está a unos metros de mi casa, una
sencilla estatua de madera me está recordando una verdad como un templo.
Algún día se me regalará la inocencia suficiente para aceptarla.
Fuente: ciudadredonda.org
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