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Madre de la búsqueda
Padre Gonzalo Fernandez Sanz cmf
Hay unas palabras de Jesús que parecen estar dirigidas a los hombres y
mujeres de nuestra generación: “Buscad y encontraréis ... porque todo el que
busca encuentra” (Mt 7,7-8). Uno de los más famosos portales católicos en
Internet se llama precisamente así: “el que busca ... www.encuentra.com”.
Muchas certezas de otros tiempos han desaparecido. Por eso es necesario
seguir buscando.
¿Quién se pone a buscar? Sólo quien se siente atraído por algo. Buscamos lo
que intuimos como verdadero, bueno y bello. A menudo nuestras búsquedas se
reducen a objetivos muy concretos: un médico que acierte con el remedio a la
artrosis, un puesto de trabajo que permita vivir dignamente, una vivienda
asequible, una persona con quien poder dialogar ... A través de estas
búsquedas menores buscamos encontrar un sentido a las veinticuatro horas de
cada día. Queremos saber de qué sirve levantarse a las siete de la mañana y
pasarse ocho horas trabajando. Queremos saber si lo que hacemos por las
personas a las que queremos cae en saco roto o ayuda a crecer. Y queremos
saber, en definitiva, si la muerte va a poner punto final a esta aventura de
la vida o se trata sólo de un punto y seguido que nos abre a una realidad
plena.
Hay una etapa de la vida en la que buscamos muchas cosas porque entramos en
un mundo nuevo. Es la etapa de la adolescencia, esa difícil travesía entre
la infancia y la juventud. Un día todo nos parece luminoso y al día
siguiente acabamos sumidos en la oscuridad. Por eso necesitamos puntos de
apoyo, referencias seguras. También el hombre y la mujer maduros, en la
mitad de la vida, emprenden nuevas búsquedas. A veces, incluso, estas
búsquedas pasan por nuevas relaciones.
María es compañera de aventura de los hombres y mujeres que buscan siempre.
Hay algunos textos del evangelio que nos presentan a María como la mujer que
busca a Jesús. Quizá el más significativo lo transmite el evangelio de
Lucas: “Al verlo se quedaron perplejos y su madre le dijo: ¿Hijo, ¿por qué
nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados’” (Lc 2,48).
María, junto con José, busca al Jesús que se ha perdido. Y lo busca con
angustia, como quien ha perdido el tesoro.
Esta María que rastrea las calles de Jerusalén, que pregunta a la gente de
las caravanas, es la misma que hoy acompaña a quienes, tras años de
alejamiento de la fe, sienten una llamada interior a buscar de nuevo a
Jesús. Son los padres de mediana edad que, con motivo de la primera comunión
de algunos de sus hijos, experimentan que, bajo las cenizas de su abandono,
arden todavía las brasas de la fe recibida de niños. Son los jóvenes que no
se sienten a gusto con un estilo de vida volcado al mero disfrute y sienten
que Jesús los mira con cariño y los invita a un nuevo estilo de vida. Son
las personas mayores que, tras muchos años de religiosidad un poco
rutinaria, se sienten llamadas a buscar a Jesús “de otra manera”, con más
hondura. María está cerca de todos. Entiende la angustia de quien ha perdido
algo, pero también la alegría de quien es capaz de vender todo para
encontrar el tesoro.
Uno de los textos más antiguos sobre María dice así: “La gente estaba
sentada a su alrededor y le dijeron: ‘Oye, tu madre, tus hermanos y tus
hermanas están fuera y te buscan’” (Mc 3,32). A estas alturas Jesús ha
abandonado ya su hogar de Nazaret y ha comenzado una predicación itinerante
por las aldeas que rodean el mar de Tiberíades. Comienza a hacerse famoso.
Los suyos no entienden por qué. Incluso algunos llegan a creer que está
loco. En esta situación desconcertante, María se pone de nuevo en camino. Ya
no busca al muchacho de doce años que se cree mayor y que siente la llamada
a ocuparse de los asuntos de su Padre. Es el hombre adulto que, tras años de
preparación, comienza a anunciar en qué consisten estos asuntos. María es la
mujer que busca a Jesús para oír su palabra “nueva” y llevarla a la
práctica. Ella es su madre. Durante mucho tiempo ha ido guardando en su
corazón el misterio de su Hijo. Ahora está aprendiendo a creer en él de otra
manera. Podríamos decir que María, después de haber sido madre, aprende a
ser discípula. Esta búsqueda, como la primera, es dolorosa. No resulta fácil
entender el estilo desconcertante de Jesús. No se ajusta a lo que uno
espera.
Muchos hombres y mujeres de hoy, en un determinado momento de su vida, oyen
una nueva llamada a seguir a Jesús y buscan el modo de hacer vida su
palabra. Anhelan una existencia más radical, pero a menudo se sienten
desconcertados ante las exigencias de Jesús. Por una parte, quisieran seguir
siendo hombres y mujeres de nuestro tiempo. Por otra, no quieren rendirse a
una cultura que a menudo no ayuda a vivir el evangelio. En este intento por
vivir una síntesis fuerte entre fe y cultura María aparece como compañera de
camino, como “peregrina de la fe”. Ella sigue acercándonos a su Hijo para
que nosotros podamos oír mejor sus palabras y no tengamos miedo a llevarlas
a la práctica. Ella mantiene nuestro ánimo cuando nos cansamos, porque ella,
madre de la búsqueda, ha entendido muy bien las palabras de su Hijo: “El que
busca encuentra”.
Fuente: ciudadredonda.org
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