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Maria en el corazón del cristiano
Padre Luciano Alimandi
La presencia de la Madre de Dios en nuestra vida está íntimamente ligada al
proyecto de santificación y transformación que tiene el Padre, en Cristo,
para cada uno de nosotros. Las palabras de Cristo "He aquí a tu Madre" (Jn
19, 27) son también las palabras del Padre entregadas en el Espíritu Santo a
cada discípulo.
La Virgen Madre se preocupa especialmente de nuestra conversión que,
naturalmente, depende de la vida de oración que nos abre a la vida de la
caridad. Como en Caná, Ella siempre intercede por nosotros como Abogada de
gracia. A la luz de este episodio debemos, como los siervos, esta
disponibles a todos: llevar nuestra agua a Jesús para que la transformes en
vino. Es nuestra nada, nuestra pobre humanidad, que viene cambiada en "otra
cosa", en riqueza de Dios multiplicada hasta la superabundancia de su
omnipotente mano.
La conversión del agua en vino es no obra humana, sino divina. Como en Caná,
también en nuestras existencias, para que se realice este "milagro que
transforma", es necesaria la presencia de la Madre de Jesús. Ellas nos fue
donada para que nos lo acogiéramos dentro de nuestro ser como el discípulo
predilecto que lo acogió en su casa, entre sus bienes (cfr. Jn 19, 27b). Sin
esta acogida consciente, personal y creciente de la Madre del Redentor en
nuestra vida no se podrá dar el "milagro de Cana", de la conversión total al
Señor. El vino nuevo, ese que cambia radicalmente el sabor de una
existencia, solo se nos dará si aceptamos su intercesión y hacemos lo que
Jesús dice, realizándolo junto a Maria que nos enseña a tener plena
confianza en su Palabra, como Ella. Sólo así sentiremos el susurro que
iluminará nuestro corazón con las palabras del testamento de Maria: "haced
todo lo que El os diga”.
Presencia discreta y escondida, sin embargo así "omnipotente" en el corazón
de Dios, es la de Maria en la "casa del creyente”. La Iglesia ha tenido
experiencia de ello desde los principios: Pedro y los otros, en Cana,
experimentaron la atención y la ternura de esa mirada y esa misteriosa
palabra (cfr. Jn 2, 3-5) que se dio entre Cristo y su Madre; los apóstoles
recogieron ese acuerdo perfecto, recogieron ese espacio de mediación materna
y jamás olvidaron su eficacia. Fueron testigos y custodios al mismo tiempo
de un Acontecimiento que la Iglesia siempre experimentará en el correr
siglos: "¡la omnipotente intercesión" de Maria, su mediación materna, que se
hace constante oración en cada una de nuestras necesidades y obtiene todo
para nosotros y, sobre todo, por encima de toda, nuestra auténtica
conversión, el mayor milagro en nuestra vida, el más bello a los ojos de
Dios!
La maternidad de Maria hacia cada criatura es parte esencial del
cristianismo, porque procede directamente del Corazón del Hijo que la
confirmó en el centro de la Redención cuando, desde la Cruz, con las últimas
fuerzas que le quedaban, proclamó, con un grito del alma: "He aquí a tu
madre" y todos nosotros, representados por Juan, estamos llamados a acoger
esta llamada de forma persona, respondiendo a nuestra vez con un "¡heme aquí
mamá soy tuyo!" Sobre la relación filial del discípulo predilecto - y de
todo auténtico cristiano - con Jesús y Maria, Orígenes, en el monumental
comentario al Evangelio de Juan, escribe una página inolvidable:
"Las primicias de todas las Escrituras son los Evangelios, pero de los
Evangelios la primicia es el de Juan. Nadie puede percibir su sentido, a
menos que no haya descansado sobre el pecho de Jesús y no haya recibido de
manos Jesús a Maria, como madre. Así tendrá que ser en efecto, quien quiera
ser otro Juan, de quien - como de Juan - Jesús pueda declarar que es Jesús.
Si en efecto… ninguno otro es hijo de Maria fuera de Jesús, y Jesús dice a
la madre: "He aquí a tu hijo”, que es como si dijera: "He aquí, éste es
Jesús que tú has engendrado". Ya que todo perfecto ya no vive él sino que es
Cristo quien vive en él; y si Cristo vive en él, de él dice a Maria: "He
aquí Cristo tu hijo".
El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Solemnidad de la Madre de
Dios, a propósito de esta singular maternidad de Maria dijo: "María, Madre
de Cristo, es también Madre de la Iglesia, como mi venerado predecesor el
siervo de Dios Pablo VI proclamó el 21 de noviembre de 1964, durante el
concilio Vaticano II. María es, por último, Madre espiritual de toda la
humanidad, porque en la cruz Jesús dio su sangre por todos, y desde la cruz
a todos encomendó a sus cuidados maternos" (1° de enero )
Fuente:
fides.org
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