Alegría

 

José María Pérez Lozano

 

Por aquellos días, César Augusto quiso saber cuántos hombres vivían en el dilatado imperio romano del que palestina era una provincia. Y cada habitante de cada país tuvo que ir al lugar de su nacimiento para empadronarse. José, con María, dando ejemplo de sumisión a las leyes, tuvieron que ir desde Nazareth a Belén, cuna de la familia de David, de la que ambos eran descendientes: unos 120 kilómetros de andadura…
Pero María, tan avanzada en su estado de buena esperanza, tanto que en el viaje se le cumplieron los días en que había de dar a luz. Como no hubo lugar en el mesón, pues el censo había traído a las gentes de las montañas y las alquerías, se refugiaron en un establo, posiblemente abandonado. Y allí, el mundo conoció la alegría, y el llanto de un niño no fue ocasión de pena, sino encendimiento del gozo. Y María sintió su corazón esponjado de gratitud al Señor. ¿Imagináis el primer beso de María, el primer beso de José, aquella alta noche, cuando afuera alfileasen las pajas del hielo, y el mundo estuviese callado, y aullase un perro bajo unos tamarindos, y todo el mundo aguantase un momento el aliento: el mar, las montañas, los astros, y toda la creación detuviese su paso, y todo lo existente se asomase al brocal del mundo, al redondel de la tierra, para esperar..., eso, el llanto de un niño nacido sobre el suelo?
María recogió a su hijo con infinito amor, y le envolvió en los pañales bordados que traía en las alforjas, y José, de partero, traería el agua y sonreiría. Luego recostarían al Niño en el pesebre. Y comenzó a llegar la comitiva de los pobres.
Porque en aquella comarca velaban unos pastores. Cerca, el ganado dormitaba, y al moverse una oveja, su esquila hería dulcemente el silencio. Y de pronto, sobre el olor y la sombra, aparecía un Ángel de Dios, tal vez aquel Gabriel de los pies ligeros. Como si la hoguera se hubiese prendido bruscamente y una fogata de Dios les cegase llenándoles de temor:
-No temáis- les dijo el enviado-, porque he aquí que os anuncio un gran gozo, que será para todo el pueblo. Es que hoy os ha nacido el Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Y ésta será la señal: hallaréis al Niño envuelto en pañales, y recostado en un pesebre. Tras las últimas palabras del Ángel, la luz de la alegría prendió el mundo. Fue como una inolvidable noche de verbena.

Fuente: alfayomega.es