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El posadero
Padre Joaquín Luis Ortega
Aquí,
en Belén, ya se sabe: o nadie, o todos a la vez. Te pasas meses y meses sin
dar una comida ni alquilar una habitación y un día, de repente, se te llena
la casa de gente y tienes que echarles poco menos que con cajas
destempladas.
¡Vamos, que las autoridades tenían que tener la cabeza un poco más en su
sitio! O, a lo mejor, es que va a terminar siendo verdad lo que leen siempre
en la sinagoga: que dicen que dijo el profeta Miqueas: no sé qué de que
Belén, que parece el pueblo más pequeño de Judá, será famosa porque aquí
nacerá nada menos que el Mesías.
Sí, para que nazca el Mesías, están aquí las cosas. Si no hay quien se
entienda esta noche en Belén con esta historia del empadronamiento. ¡Mira
que también el emperador ese tiene bemoles! Se le ocurre saber cuánta gente
somos en el imperio y le importa un comino que cada cual tenga que irse nada
menos que al lugar donde nacieron sus abuelos. ¡Valiente topinada! Y luego,
como a la gente le da por dejarlo todo para el último día...
Porque digo yo que las autoridades lo podían haber organizado todo un poco
mejor. Así todo son atascos y malhumores. Anda, tiene gracia que un posadero
de toda la vida se pase el día entero diciendo a la gente que no tiene
posada. Y no es por el dinero, es que se te cae el alma a los pies, como ha
pasado con esa pareja de última hora que, por cierto, no se me va de la
cabeza.
Tenían pinta de ser gente noble, de buena familia. A lo mejor hasta eran
descendientes de David, porque aquí, en Belén, nunca se sabe con quién
alternas. El caso es que, cuando él insistía, ella se ha dicho: “Déjalo,
José, tendrá que ser así.” Y se lo ha dicho de una manera que me han
temblado las carnes. El acento me ha parecido galileo, pero tenían los dos
un no sé que...
Y nada, que he tenido que decirles que se cobijasen un poco en mi chamizo, a
la salida del pueblo. A ver si mañana me queda libre una habitación. Pero
mira que si a ella le llega la hora esta noche y tiene a su hijo en un
pesebre cuando podía haberlo tenido tranquilamente en su casa. O en la
mía...
¡Pues ya ves, caprichos que tienen los emperadores!
Fuente:
alfayomega.es
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