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Ad Jesum per Mariam
Padre Luciano Alimandi
“Trata, oh hombre, de entender el plan de Dios
y reconoce que es un plan de salvación y de misericordia. Queriendo regar
los campos con el rocío del cielo, lo has derramado antes todo sobre el
vellón: queriendo redimir el género humano, depositó en María el precio
entero del rescate (cfr. Ju 6, 36)… Tratemos por tanto de entender mejor con
qué devoto afecto quiere Dios que honremos a María, en la cual ha puesto la
plenitud de todo bien… Veneremos, pues, a María con todas las fibras de
nuestro corazón, con todos los afectos y deseos de nuestra alma, porque tal
es la voluntad de Aquel que ha dispuesto que todo nos venga por medio de
María. Si, cierto, es su voluntad, pero es también interés nuestro”. El gran
San Bernardo de Claraval, auténtico cantor de las grandezas y bellezas de la
vocación universal de la Virgen María, nos ha dejado también en este pasaje
que acabamos de citar, una clarísima indicación sobre la importancia de la
devoción mariana en la vida de cada persona que se abre al proyecto de amor
de Dios.
La veneración mariana, en efecto, no es una invención de la Iglesia, sino
que se encuentra en el corazón de la Revelación, que el mismo Cristo Señor
nos entregó que, eligiendo a María como Madre suya, dispuso que fuera
también la nuestra: “He aquí a tu Madre” (Jn 19, 27). No es ésta,
ciertamente, una maternidad impuesta, sino simplemente donada por Él a
nosotros. He aquí por qué San Bernardo nos invita a “tratar de entender
mejor” esta voluntad celeste: ¡Que María sea amada! No por casualidad el
gran devoto de María nos ha recordado la evangélica verdad con estas
palabras: “Dios, queriendo redimir el género humano, depositó en María el
precio entero del rescate”.
Esta elemental y fundamental verdad facilita la acogida y la profundización
de una verdadera relación filial con la Virgen Madre, que puede ser
expresada de muchas maneras, pero que más se vive cuanto más tratamos de
imitar sus virtudes. Imitar a la Virgen María en su adoración a Dios, en su
intercesión, en su humilde aceptación de la voluntad divina, en su silencio
lleno de bondad, en su misericordia por el mundo, en su tierna y solícita
mirada hacia cada miseria humana…
Imitar a la Virgen es una escuela que dura toda la vida y la Iglesia, con
sus Santos a la cabeza, nos lo recomienda vivamente, porque nadie ha
glorificado al Señor mejor y más que Ella, nadie lo ha acogido mejor y más
que Ella y lo ha donado al mundo. ¿Cómo podremos ser verdaderamente
“adoradores en espíritu y verdad” (Jn 4, 23) sin entrar en esta escuela?
Otro gran cantor de María, profundo conocedor de sus virtudes, San Ambrosio,
exclamó: “Que el alma de María esté en cada uno para glorificar al Señor: el
espíritu de María esté en cada uno para alegrarse en Dios”. Cuando pensamos
en la Virgen, cuando recurrimos a su intercesión, cuando rezamos con el
rosario, cuando hablamos de Ella o a Ella nos consagramos, entramos en su
Corazón, en su alma y respiramos su espíritu, que nos eleva y pacifica como
solo esta Madre sabe hacer, para que la gracia de su Hijo Jesús pueda
encontrar en nosotros el menor obstáculo posible.
Cuánto es verdad que la devoción mariana auténtica, siempre y en todo lugar,
nos hace encontrar más fácilmente a Jesús. Con la presencia de María en
nuestra vida se renueva continuamente el milagro de Caná: el vino mejor es
donado porque Ella, viendo la indigencia de la humanidad, lo pide al Hijo
(cfr. Jn 2. 1-11). En verdad, no era esa la petición de una persona
cualquiera, no era la petición de uno de los Apóstoles, que estaban
presentes también allí, o de un invitado a las bodas; ¡era la súplica a
Cristo hecha directamente por su Madre! ¡Esto lo cambió todo! Precisamente
el Hijo quiso que fuera así, que aquel milagro, como innumerables otros en
el curso de los siglos, sucediera por deseo de la Madre: obtenido por Ella.
No es entonces un lema exagerado y de otros tiempos el que dice “ad Jesum
per Mariam”. Es siempre actual y se repite y vive también en nuestros días;
y, ¿por qué no? ¡También iniciando y concluyendo la jornada!
Fuente:
fides.org
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