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La Virgen Maria y "la hermana muerte
Padre Luciano Alimandi
El tiempo del Cuaresma es particularmente
propicio para pensar y meditar sobre los "Novísimos" (muerte, cielo,
purgatorio, infierno) y, naturalmente, de modo particular sobre la muerte,
pero no sólo sobre el sentido de la muerte en general, sino sobre el de
nuestra muerte en particular. En aquella hora, que sólo Dios conoce, el
tiempo terrenal se parará para siempre y ya no estará en nuestra posesión:
¡entraremos en un "tiempo" donde nos encontraremos fuera de espacio para
entrar en la beatitud eterna!
¿Por qué el pensamiento de la muerte es a menudo tan extraño cuándo, por el
contrario, debería estar siempre presente, particularmente en aquellos
momentos de reflexión personal, dónde replanteamos toda nuestra vida?
Siempre reflexionamos sin tener en cuenta esa hora, antes bien, ni siquiera
la valoramos y se ha convertido en un tabú para nosotros mismos. Se nos ha
dado la vida para vivirla hasta el fondo, la muerte no debe ser entendida
como si estuviera "fuera" de nuestra vida. Cada uno de nosotros, en efecto,
sigue un recorrido terrenal con un principio y un fin: el nacimiento y la
muerte. Visitando el cementerio - mejor sería llamarlo el campo de los
santos - y si nos paramos delante de una tumba, leemos dos fechas pero la
que más cuenta es la segunda, la del despegue, o mejor del "nacimiento a la
eternidad”. Este día misterioso debería ser más veces contemplado, no sólo
como una etapa, sino como la etapa final, la más decisiva, a la cual nos
deberíamos preparar de forma mucho más consciente. La meta, en efecto, se
acerca de día en día y cuando tengamos que atravesar ese umbral sería bueno
que cada uno de nosotros se presentase con el vestido cándido de la vida
eterna.
Por desgracia, el mundo asocia el pensamiento de la muerte a un
acontecimiento solamente natural; para el mundo, llegados a este punto sólo
existe la tierra y basta. El mundo a causa de una ideología errónea aleja la
idea de la muerte lo más posible, porque está convencido de que la muerte le
quita todo al hombre y no le da nada a cambio. Desde siempre el mundo habla
de la muerte como de un encuentro como la nada.
Éste es el razonamiento del mundo, es la prisión mental del no creyente,
pero para un cristiano la muerte no es un absurdo, no es entrar en la nada,
es tomar la vida es eterna. Hay tantos modos por medio de los cuales el
pagano trata de exorcizar el pensamiento y la realidad de la muerte; pero un
creyente, decididamente encaminado hacia la Pascua, ¿puede sustraerse del
pensamiento de la misma muerte, como si esta realidad pudiera conmoverlo?
¡Evidentemente no! Todos necesitan una seria conversión, se trata de pasar
de una mentalidad terrenal a una mentalidad sobrenatural, adhiriéndose con
todas sus fuerzas a la firme verdad que aquella hora es el tiempo de la
mayor visitación: ¡Dios mismo nos visitará! ¡Cuánto ilusiones terrenales
cesarían si pensáramos en nuestra muerte!
La hora de este encuentro especial, día y lugar, están ya marcados en el
calendario de nuestro Señor. Cada uno de nosotros está allí apuntado, está
escrito en la palma de su mano, en la agenda de la vida eterna. En aquella
hora, como Jesús nos ha asegurado, Él vendrá personalmente a nuestro
encuentro para tomarnos y llevarnos consigo (cfr. Gv 14, 3). ¡Qué bello y
consolador se es pues, para un cristiano, a pesar del miedo, el pensamiento
de la propia muerte!; no es una caída libre en el abismo de la nada, sino
que es un dejarse definitivamente, en plena confianza, en el océano
ilimitado de la Misericordia de Dios.
¿Cómo prepararse mejor a nuestra muerte? Sobre todo, por medio de la sincera
conversión cotidiana. La Cuaresma es tiempo propicio para esto, y el Virgen
Maria nos acompaña en el camino de este gran Éxodo hacia la tierra
prometida: el Paraíso. De vez en cuando recitamos el Ave Maria pidiendo
precisamente a la Virgen que haga algo importante en nuestro paso, le
decimos "ahora y en la hora de nuestra muerte".
Cuando rezamos el Rosario, no sólo el pensamiento de nuestra muerte vuelve a
la mente y reaparece en el horizonte de nuestras cotidianas valoraciones
sino la alegría de la solicitud de Maria hacia nosotros nos tranquiliza,
porque estamos seguros de que esta Mamá hará que "hermana muerta" no nos
encuentre desprevenidos en la gran visita de Dios. ¡Qué papel haríamos si un
huésped nuestro de honor, invitado al almuerzo, no encontrara nada preparado
y nada para comer! Nos llenaríamos de vergüenza.
De este mismo modo debemos pensar en preparar con tiempo la definitiva
visita de Dios, el día de ese banquete tan especial, en el que nuestro Dios
será nuestro huésped. Un bonito canto y conocido, titulado “cuando llame a
tu puerta", dice así: "Señor… tendré frutos para llevar, tendré cestas de
dolor, tendré racimos de amor. Habré amado a mucha a gente, tendré amigos a
los que encontraré de nuevo y amigos por los que rezar!” Cuando el Señor
llame a nuestra puerta, habrá una Mamá que la abrirá y acogiendo al Hijo
resucitado, como nadie mejor que Ella sabe hacer, nos lo presentará y le
dirá: "he aquí ese hijo que tú me diste desde la Cruz"!
Fuente:
fides.org
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